La figura de esas personas de talla excepcional que son nuestros misioneros y misioneras se impone y se hace más necesaria que nunca, porque ellos y ellas son auténticos campeones de la misericordia
Misioneros de la misericordia. En el ADN de los
misioneros, no podía ser de otro modo, está escrito el dar de comer al
hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero,
asistir a los enfermos, visitar a los presos o enterrar a los muertos... Son
los “Misioneros de la misericordia”.
Con la crisis de los refugiados poniendo
en evidencia las vergüenzas de la que se suponía acogedora Europa, se nos
presenta el DOMUND de este año, que se celebra el día 18 de
octubre. Y lo hace con un lema en torno a dos palabras inseparables: “Misioneros
de la misericordia”.
Dos términos que resulta imposible concebir por
separado, porque no hay misión sin misericordia ni misionero
que pretenda serlo sin que la ponga en práctica en su labor de anunciar y dar
testimonio del mensaje de justicia, libertad y amor de Jesús. Dos palabras,
además, que, sin saber de la actualidad que les esperaba cuando viesen la luz,
tanto bien harían para aliviar la mayoría de los males, por no decir todos, que
padece la humanidad y, por supuesto, también el de la amarga realidad que hoy
padecen en el Viejo Continente quienes huyen y arriesgan la vida con la única
intención de salvarla.
No es extraño que el papa
Francisco, como si del mismísimo mundo soñado por Martin Luther King se
tratara, se sienta necesitado de exclamar: “¡Cómo deseo que los años
por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada
persona llevando la bondad y la ternura de Dios!”. Y lo pide como un
clamor, porque es consciente de que en nuestras sociedades secularizadas no
solo se quiere prescindir de Cristo, sino también de su mensaje, hasta de esa
parte de humanismo cristiano que inspiró la Declaración de los Derechos
Humanos.
Como ha denunciado el Santo Padre, cada
vez más gente cae “en la terrible trampa de pensar que la vida depende del
dinero, y que ante él todo lo demás se vuelve carente de valor y dignidad”;
cada vez caemos más “en la indiferencia que humilla”, “en el cinismo que
destruye”. La violencia, la persecución, los abusos, la injusticia... se viven
con una habitualidad que nos anestesia. La conciencia de nuestras sociedades se
revuelve con menos frecuencia cuando observa cómo se obliga a retroceder a
quienes huyen en condiciones inhumanas y buscan un futuro mejor, o cuando se
muere por hambre o enfermedad lejos de nuestras fronteras; y, por no percibir,
ya no vemos ni la violencia ni el pecado que reside en esa brecha que se
incrementa como un abismo entre “quien desperdicia lo superfluo y quien carece
de lo necesario”.
Ante esta realidad, la figura de
esas personas de talla excepcional que son nuestros misioneros
y misioneras se impone y se hace más necesaria que nunca, porque ellos
y ellas son auténticos campeones de la misericordia, como lo ha
querido hacer saber a todo el mundo nuestro DOMUND. Estos hombres y
mujeres lo han dejado todo para dar testimonio de cómo Dios ama gratuitamente,
sin pedir nada a cambio. Ellos no solo tienen los ojos bien abiertos ante las
miserias del mundo; además prestan sus voces para que la denuncia suene como un
clamor en medio de la indiferencia de los pueblos enriquecidos. No solo curan
las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad;
también se ponen de rodillas para servirles y ayudarles a
ponerse en pie. En su ADN, no podía ser de otro modo, está
escrito el dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al
desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos o
enterrar a los muertos... Son los “Misioneros de la misericordia”.
Alfonso Blas
Director de la Revista Misioneros
Fuente: OMP