Una de las palabras más duras que encontramos en el Evangelio, pronunciadas por
Jesús, se refiere al escándalo y al castigo que merecen quienes escandalizan a
los pequeñuelos que creen. ¿Quiénes son estos? Se trata sin duda de la
gente sencilla que seguía a Jesús, escuchaba su enseñanza y le tenía por un gran
profeta. “Escándalo” significa piedra de tropiezo, impedimento que hace caer.
Jesús afirma que quienes escandalizan, o impiden creer a sus pequeñuelos
(cariñoso calificativo de los que le siguen) merecen que les cuelguen al cuello
una piedra de molino y los echen al mar.
¿Por qué tanta severidad? ¿Por qué Jesús, que es la misericordia
encarnada del Padre, lanza semejantes advertencias? Sencillamente por el valor
que tiene la fe, y la salvación a la que conduce. Impedir que el hombre crea,
confiese a Dios, y se salve es, para Jesús, un gravísimo pecado. En su novela
“La voluntad”, Azorín reproduce un diálogo entre un padre escolapio, llamado
Lasalde, y un intelectual extraño y de fe dudosa, a quien le dice: «Tengamos fe,
amigo Yuste, tengamos fe… Y consideremos como un crimen muy grande el quitar la
fe…, ¡que es la vida!... a una pobre mujer, a un labriego, a un niño… Ellos son
felices porque creen; ellos soportan el dolor porque esperan… Yo también creo
como ellos, y me considero como ellos, porque la ciencia es nada al lado de la
humildad sincera». Estas palabras podrían ser un hermoso comentario a las de
Jesús.
La fe es la vida. Y arrancar la fe del corazón de alguien es
arrancarle la vida. De ahí que Jesús advierta del peligro del escándalo. De
muchas maneras podemos escandalizar a los pequeñuelos que creen en Jesús.
Podemos quitar la fe con un comportamiento indigno e inmoral, que, sobre todo si
somos creyentes, pone en tela de juicio la credibilidad de nuestra fe. El
Concilio Vaticano II señala entre algunas causas del ateísmo, el comportamiento
de los creyentes que «velan el genuino rostro de Dios y de la religión» (GS 19).
Se escandaliza cuando se impide directamente a los creyentes ejercer la libertad
necesaria para practicar su culto. Se arranca la fe de cuajo cuando se presenta
a Dios de manera inadecuada, falsa, distorsionada, convirtiéndolo en una
personificación de nuestras propias fantasías, prejuicios o representaciones.
¡Cuánto tuvo que luchar Jesús, en su enseñanza, para mostrar el verdadero rostro
de su Padre y cuántas críticas tuvo que recibir por corregir determinadas
imágenes de Dios, que impedían creer a los sencillos que le seguían! Por eso
salió en defensa de sus seguidores frente a quienes querían impedir que creyeran
en él con todo tipo de argucias farisaicas. Y así se explica que el mensaje de
Jesús, centrado sobre todo en revelar el verdadero rostro de Dios, su Padre, se
considerase herético por aquellos que se daban a sí mismos el título de
maestros.
Nadie está libre de pecado. Incluso del pecado de escándalo. La
advertencia de Jesús nos previene y nos hace entender que la vida de un
pequeñuelo, de una persona sencilla que aprecia la fe como un
inestimable tesoro, quizás el único que tiene, no puede ponerse en peligro,
porque, como dice Azorín, supondría arrebatarle la misma vida. Utilizando otra
comparación de Cristo: sería como si un ciego pretendiera guiar a otro ciego.
Los dos caerían al abismo.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Obispado de Segovia