León XIV recibe
en audiencia a la comunidad del Colegio Pontificio Portugués de Roma y señala
la colaboración entre «clérigos y laicos», gracias a la cual nació la
residencia religiosa, una experiencia que la «Iglesia, llamada hoy a reforzar
su estilo sinodal», debe atesorar. Encontrarse en la Ciudad Eterna para
«profundizar en el estudio de la teología o de las ciencias humanas y
sociales», explica el Pontífice, lleva a «formarse cada vez más en el arte de
la escucha».
El Pontificio
Colegio Portugués fue fundado en Roma hace exactamente 125 años, el 20 de
octubre por León XIII, gracias también al compromiso de «clérigos y laicos»,
«unidos en el mismo camino» y orientados hacia «los mismos objetivos, para
poder favorecer mejor el anuncio del Evangelio». Una experiencia eclesial que
la «Iglesia, llamada hoy a reforzar su estilo sinodal», debe atesorar, entre
aquellas que hay que custodiar «como herencia espiritual» y en las que
encontrar «un impulso para hacer crecer la comunión»: lo indica León XIV al
recibir esta mañana en audiencia, en la Sala del Consistorio del Palacio
Apostólico, a la comunidad de la residencia religiosa.
Cuando, para
la promoción humana y la gloria de Dios, nos escuchamos unos a otros y
respetamos lo que el Espíritu Santo suscita en cada fiel, distinguimos con
mayor claridad y confianza los signos de los tiempos, trabajando unidos en la
construcción del Reino de Cristo.
Experimentar la
universalidad de la Iglesia
Y considerando
la hospitalidad que ofrece el colegio a quienes llegan a la ciudad para
estudiar en las universidades pontificias, el Papa reconoce que «profundizar en
el estudio de la teología o de las ciencias humanas y sociales» lleva a
«formarse cada vez más en el arte de escuchar, tan importante para la unidad»
en la Iglesia. A continuación, recordando los dos jubileos vinculados a la
historia del colegio —el de 1900, año de su fundación, y el actual, en el que
se celebran los 125 años— el Pontífice profundiza en «la dimensión de la
universalidad de la Iglesia y la de la misericordia divina». La primera se
comprende mejor observando, durante los años santos, la «llegada de tantos
peregrinos», y también se puede experimentar «compartiendo la belleza» de las
«culturas» y «testimoniando la riqueza» de las Iglesias de procedencia «y de la
experiencia pastoral» que cada uno lleva consigo. «Vivir todo esto es un don
del Señor y la mejor manera de darle las gracias es entrar, sin miedo, en la
vitalidad de este intercambio, contribuyendo a la policromía de la unidad y a
la polifonía de la comunión», explica León, añadiendo además que «los años
jubilares son una oportunidad para adquirir una conciencia más intensa del don
de la misericordia que brota del Corazón de Cristo».
La misericordia
divina
En cuanto a la
misericordia divina, el Papa se detiene en el Sagrado Corazón de Jesús,
representado, entre otras cosas, en el escudo del colegio portugués y al que
«se consagraron los primeros estudiantes», y exhorta a seguir confiando «en el
Corazón del Señor», a acercarse «cada vez más a Él» y a aprender «de Él la
misericordia». «Un colegio consagrado al Corazón de Cristo es escuela de la
misericordia divina, en la que los estudiantes, imitando al discípulo amado,
escuchan el latido del amor de Dios y así se convierten en verdaderos
teólogos», afirma León, que exhorta a todos los presbíteros a conformarse a
Jesucristo.
Un
sacerdote, sea cual sea la misión que se le haya confiado, siempre encuentra en
ella una ocasión para configurarse al Buen Pastor: no solo necesita un corazón
de carne, un corazón humano y sabio, sino que siente la necesidad de un corazón
como el de Jesús, siempre unido al Padre, apasionado por la Iglesia y lleno de
compasión. Al permanecer en la presencia del Señor, después de exigentes
jornadas de trabajo, pueden encontrar en Él descanso y «recomponer» la unidad
de la vida. Pídanle siempre un corazón capaz de amar a la Iglesia como Él.
Que los
colegios pontificios sean casas acogedoras
El Pontífice
invita, además, a los sacerdotes a presentar en oración a Dios a los «obispos»,
a las «comunidades diocesanas» y también «a los fieles a los que mañana
servirán en sus países», y a permanecer cerca «del Señor Jesús en la escucha de
su Palabra, en la celebración de los Sacramentos, especialmente de la
Eucaristía, en la Adoración, en el discernimiento espiritual y en la amabilidad
fraterna». Además, anima a los que se quedan en la capital a hacer del colegio
en el que se alojan «una casa, es decir, un ambiente familiar donde, al
regresar de sus compromisos académicos, puedan sentirse como en familia». A
este respecto, el Papa recuerda el discurso de Pablo VI en el Colegio de San
Pedro Apóstol, en el Gianicolo, en el que Montini aclara que un colegio «no es
un hotel, donde se entra como extraños y se sale como extraños; no es una
simple pensión, donde se encuentra alojamiento para otros fines», sino «algo
más íntimo y más personal», donde se quiere «crear una colegialidad, es decir,
una comunión, una amistad, una fusión de espíritus». De ahí el aliento de León:
Edifiquen
una casa colegial que sea también acogedora, como debe ser la Iglesia. Lo
encontramos escrito en la historia del Colegio, que recibió el título de «Casa
de Vida» por haber acogido a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Este
título es al mismo tiempo una herencia y una responsabilidad en su construcción
cotidiana de la fraternidad. Para lograrlo, trabajen juntos con el apoyo del
Rector y de los Padres espirituales, y también con la valiosa presencia de las
Hermanas Franciscanas de Nuestra Señora de las Victorias.
Recen por la
Iglesia y por la paz
El Pontífice se
dirige también a las religiosas para agradecerles su «dedicación a los
sacerdotes», sus oraciones y su «maternidad espiritual», que «aunque discreta,
no está oculta a Dios». Por último, León pide a todos que recen, especialmente
en este mes, el Rosario y que pidan «la intercesión de Nuestra Señora de
Fátima»: «También por mí, por la Iglesia y por la paz».
Tiziana
Campisi
Ciudad del
Vaticano
Fuente: Vatican News