La ciudad más emblemática del Golfo Pérsico, famosa por sus rascacielos, su opulencia ostentosa y sus mezquitas, alberga también una de las parroquias católicas más concurridas del mundo: la de Santa María en Oud Metha.
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| Crédito: Solène Tadié / National Catholic Register |
Cada fin de semana, decenas de miles se congregan allí para la Misa, con liturgias que se desbordan hacia los patios y las salas escolares. Dentro del recinto se encuentra una réplica de la gruta de Lourdes, un lugar de oración apartado de la calle, simbólico de una fe vivida con fervor pero en discreción dentro de la ciudad.
Dubái forma
parte de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), una federación de siete emiratos
gobernados por monarquías hereditarias. Lo que antes era un puerto modesto del
Golfo, en pocas décadas se ha convertido en un centro mundial de comercio y
turismo. Esta transformación ha moldeado tanto las oportunidades como las
limitaciones de las comunidades cristianas, que siguen estando confinadas en
gran medida a recintos designados. Según las últimas estimaciones disponibles,
aproximadamente 850.000 católicos vivían en los EAU en 2020 —cerca del 9% de la
población total—, aunque fuentes locales sugieren que la cifra ha aumentado
rápidamente desde entonces, especialmente en Dubái.
Consagrada en
1989, la parroquia de Santa María es una de las dos principales en la ciudad,
junto con San Francisco de Asís en Jebel Ali, inaugurada en 2001. Juntas sirven
a una población en la que los extranjeros constituyen la gran mayoría de los
residentes. Estas dos iglesias ilustran cómo la vida católica en Dubái combina
multitudes extraordinarias, libertades cuidadosamente gestionadas y una
devoción profundamente personal en una de las ciudades más cosmopolitas —y
estrictamente reguladas— de Medio Oriente.
Una
parroquia desbordada
La magnitud de
la práctica católica en Dubái obedece principalmente a la demografía. En los
EAU, los migrantes y sus hijos constituyen casi el 90% de la población.
Santa María,
por lo tanto, se parece menos a una parroquia de pueblo que a un centro de
tránsito: múltiples filas, gestión constante de multitudes y un horario denso
diseñado para atender a las personas según su idioma, su situación familiar y
sus horarios de trabajo. Los equipos parroquiales coordinan regularmente con la
policía y las autoridades municipales cada fin de semana para organizar el
tráfico y la seguridad, una expresión práctica de la mezcla de tolerancia y
orden de la ciudad.
“Los fines de
semana se distribuyen más de 200.000 hostias y se celebran Misas en todos los
idiomas, desde konkani hasta tagalo, malayalam, urdu, inglés, árabe, francés y
coreano”, explicó el P. Tanios Geagea, sacerdote libanés que dirige las
comunidades de habla árabe y francesa en Santa María desde 2010. Las Misas se
suceden cada hora o media hora durante todo el fin de semana, con multitudes
adicionales llenando a menudo las aulas escolares cercanas. Los sacerdotes
bautizan a cientos de niños cada mes y celebran grandes bodas comunitarias.
Puede que la iglesia no figure entre los edificios más altos o majestuosos de
Dubái, pero podría ser una de las parroquias católicas más grandes del mundo.
La población
católica en Dubái es notablemente diversa, reflejando el mosaico más amplio de
la ciudad. Indios y filipinos forman los grupos más numerosos, acompañados de
importantes comunidades árabes, africanas y europeas. Esta variedad cultural es
tanto un desafío pastoral como un signo vivo de la catolicidad de la Iglesia en
el sentido más literal.
Fe bajo
límites
El clima de
tolerancia en Dubái es real, pero medido. Los católicos pueden practicar en sus
recintos, dirigir escuelas y catequesis, organizar retiros, peregrinaciones o
ferias parroquiales. Pero la visibilidad pública está estrictamente delimitada.
Permisos,
vigilancia y supervisión marcan la vida pastoral diaria. No se pueden exhibir
cruces en lo alto de las iglesias, ni tocar campanas. En ocasiones, esto se
percibe incluso durante el culto: para quienes escuchan la Misa desde el patio,
por falta de espacio dentro del templo, la lectura del Evangelio puede quedar
completamente ahogada por el adhān (llamado islámico a la
oración) de la imponente mezquita situada enfrente.
“Conocemos las
reglas del juego; tenemos que aceptarlas: es un país musulmán que ya nos ha
concedido dos iglesias”, dijo Armelle Demont‑Lebert, miembro del consejo
parroquial francófono. Reconoció que los espacios existentes están lejos de ser
suficientes para la creciente población católica. Añadió que el clero está muy
controlado: “Las visas para sacerdotes son difíciles de obtener. En nuestra
comunidad tratamos de traerlos de manera regular, aunque sea por periodos
cortos. No siempre es fácil”. Según su testimonio, en Santa María hay unos 15
sacerdotes permanentes, y en San Francisco, alrededor de 10, una cifra modesta
para la inmensa población que atienden.
Recordando que
la presencia de la Iglesia en los Emiratos es relativamente reciente —unas seis
décadas en Dubái y Abu Dabi, y menos en otros emiratos—, el padre Geagea
explicó que la “principal prioridad de la diócesis siempre ha sido acoger a la
gente para que todos tengan al menos suficiente espacio para orar y crecer en
la fe. No hemos intentado construir iglesias al estilo occidental, ni hemos
pedido que los monumentos arquitectónicos se parezcan a iglesias. No ha sido
nuestro objetivo principal”.
El informe “World
Watch List” de 2025 de Open Doors confirmó este delicado
equilibrio: los cristianos expatriados pueden practicar en recintos cerrados,
pero tienen prohibido evangelizar o rezar en público. Los conversos locales
desde el islam enfrentan la presión más fuerte, muchas veces de sus propias
familias y comunidades: pueden perder herencias, empleos, e incluso derechos de
custodia. Muchos, por lo tanto, mantienen su fe oculta o emigran.
Pese a todo,
los católicos disfrutan en Dubái de una seguridad rara en la región. “Aquí
nadie se siente amenazado en la vida, en las relaciones o en las convicciones.
Cada quien es libre de ser lo que es, mientras no haya proselitismo”, afirmó el
P. Geagea.
Dubái se
presenta como una ciudad segura, ordenada y cosmopolita, que se esfuerza
activamente por atraer talento y capital internacionales. Con casi nueve de
cada diez residentes extranjeros, la tolerancia pragmática es fundamental para
su identidad.
Los retos
del crecimiento
La visita del
Papa Francisco a Abu Dabi en 2019 —cuando firmó el Documento
sobre la Fraternidad Humana con el gran imán de Al‑Azhar— marcó un
punto de inflexión para la visibilidad católica y las relaciones
interreligiosas en el Golfo. Le siguieron la inauguración de la Casa de la Familia
Abrahámica en 2023 y otras iniciativas interreligiosas. En ese
contexto, la vida católica en Dubái ha continuado expandiéndose.
La
infraestructura, sin embargo, crece más lentamente. El P. Geagea confirmó que
hay conversaciones con las autoridades para construir nuevas iglesias.
“Nuestra
comunidad francófona, por ejemplo, era pequeña al inicio, pero ha crecido
rapidísimo, sobre todo desde 2019”, señaló Demont‑Lebert, residente en Dubái
desde hace más de cinco años. Estimó un aumento del 25% en la feligresía
francófona, con unos 2.000 fieles regulares y más de 550 niños en catequesis.
“Aquí las familias suelen tener de tres a cinco hijos, y estar lejos de casa
parece profundizar la fe”.
Sin embargo,
conciliar una cultura consumista y acelerada con el tiempo para la familia y la
vida parroquial es un desafío constante al que el clero local debe adaptarse.
Las distancias dentro de la ciudad también dificultan la participación. Y para
muchos migrantes que huyeron de zonas de conflicto o dificultades económicas,
las heridas espirituales a menudo afloran en Dubái. Algunos feligreses
describen a sus llegadas profundamente desorientados por la pérdida. La
respuesta parroquial ha sido multiplicar los grupos pequeños de diferentes
edades —algunos con entre 150 y 200 participantes— para que todos puedan
encontrar un círculo de comunidad que los haga sentir como en casa.
A pesar de los
desafíos, el clero y los laicos mantienen la esperanza de que la apertura
gradual y las nuevas iniciativas permitan que la vida católica en Dubái siga
floreciendo. “Para muchos, Dubái ha sido una bendición”, concluyó el P. Geagea.
“La gente a menudo se va con lágrimas en los ojos porque aquí encontraron una
serenidad para la vida familiar y la fe que ya no experimentan en casa. Aquí
nadie se burla de ti por ir a la iglesia o por tener un tercer hijo, como puede
ocurrir en Occidente hoy en día. En medio de verdaderos desafíos, esta ciudad
puede convertirse en un refugio inesperado de fe, familia y esperanza para el
futuro”.
Traducido y
adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National
Catholic Register.
Por Solène Tadié
Fuente: ACI Prensa
