HACER EL BIEN CON LA PALABRA
II. Imitar a Cristo en su
conversación amable con todos. Nuestra palabra ha
de enriquecer, alentar, consolar...
III. Pasar por la vida haciendo
el bien con la conversación. No hablar nunca mal de
nadie.
“En aquel tiempo, dijo
el Señor: -«¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los
compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a
otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no
lloráis."
Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que
tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís:
"Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores."
Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón»” (Lucas
7,31-35).
I. Jesús reprocha a
quienes interpretan torcidamente sus enseñanzas y nos transmite lo que
comentaban algunos del Bautista y de Él Mismo: Porque llegó Juan, que no comía
pan ni bebía vino, y decís: Tiene demonio. Llegó el Hijo del Hombre, que come y
bebe, y decís: He aquí un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y
bebedores (Lucas 7, 31-35).
La
Sabiduría divina se manifiesta de manera distinta en Juan y en Jesús. El Señor
termina así el pasaje del Evangelio de la Misa: Y la sabiduría ha sido manifestada
por todos sus hijos. Muchos fariseos y doctores de la Ley no supieron descubrir
esa sabiduría que llega a hasta ellos. En vez de cantar la gloria de Dios que
tienen delante, emplean sus palabras en la maledicencia, tergiversando lo que
ven y lo que oyen.
Sus
ojos no ven las maravillas que se realizan en su presencia, y su corazón está
cerrado ante el bien. La palabra es un gran don de Dios que nos ha de servir
para cantar sus alabanzas y para hacer siempre el bien con ella, nunca el mal.
II. A Jesús le gustaba
conversar con sus discípulos, nunca rehusó el diálogo con quienes se le
acercaban en las situaciones de cultura, de tiempo... más diversas. Con todos
se entendía Jesús y todos salían confortados con sus palabras. Y en esto
debemos imitar al Maestro.
La
palabra, regalo de Dios al hombre, nos ha de servir para hacer el bien: para
consolar al que sufre, para enseñar al que no sabe; para corregir al que yerra;
para fortalecer al débil; para levantar amablemente al que ha caído, como Jesús
hace constantemente.
Esto
es hablar: enriquecer, orientar, animar, alegrar, consolar, hacer amable el
camino, llevar la paz, ayudar a descubrir la propia vocación. Y muchos
encontrarán a Cristo en esas confidencias normales llenas de sentido positivo.
III. No podemos utilizar la
palabra de modo frívolo, vacío o inconsiderado, como ocurre en la locuacidad, y
menos faltar con ella a la verdad o a la caridad, pues la lengua –como afirma
el Apóstol Santiago- se puede convertir en un mundo de iniquidad (3, 6),
haciendo mucho daño a nuestro alrededor... ¡Cuánto amor roto, cuánta amistad
perdida, porque no se supo callar a tiempo!
Jesús
nos advierte: Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres
han de dar cuenta en el día del juicio (Mateo 12, 35). De nosotros tendría qué
decirse que en ninguna circunstancia nos oyeron hablar mal de nadie.
Pidámosle
a la Virgen que nosotros, como su Hijo, pasemos nuestra vida, haciendo el bien,
también con nuestra palabra.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org