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| Dominio público |
Pero el
Evangelio de hoy nos propone algo más: contemplar la escena desde los ojos de
José, su esposo. Él, que tantas veces queda en segundo plano, recibe un anuncio
inesperado que cambiará su vida para siempre. Un ángel le revela que tiene una
misión que cumplir, una vocación que descubrir. José no es un mero espectador:
tiene un papel decisivo en esta historia.
Su misión
tiene dos dimensiones muy concretas. La primera es acoger a María como
esposa, darle un hogar, ofrecerle la seguridad de una familia sencilla, que
ha sido el modo elegido por Dios para hacerse presente. La segunda es dar a
Jesús una genealogía humana. Si María le entrega la genética, José le da la
genealogía, la historia, la pertenencia a un pueblo. Así, el Hijo de Dios entra
en nuestra humanidad no solo por la carne, sino también en una tradición
histórica concreta. José, con su “sí” silencioso y sencillo, se convierte así
en testigo de esta tradición para Dios.
Este detalle
nos revela algo esencial: también para nosotros el nacimiento de Jesús implica
una vocación. No somos meros observadores de la Navidad. Tenemos un papel en
esta historia. Cada uno de nosotros está llamado a ser parte activa del
relato que Dios sigue escribiendo en el mundo. Por eso, en este tiempo de
Adviento, justo antes de celebrar la Navidad, podemos preguntarnos: ¿para
quién soy yo? ¿Cuál es mi lugar en esta historia de salvación?
Responder a
estas preguntas no es sencillo. La vocación no se descubre en un instante, como
quien abre un paquete y se encuentra de repente una sorpresa. Se va revelando
poco a poco, en los acontecimientos cotidianos, en las decisiones que tomamos,
en las llamadas que escuchamos en lo más profundo del corazón. José nos enseña
que la clave para encontrar nuestro lugar está en tres actitudes: escucha,
confianza y acogida. En primer lugar, como hemos ido aprendiendo en el
Adviento, hemos de estar atentos a escuchar la voz de Dios, incluso cuando
llega en medio de la noche o nos desconcierta. En segundo término, hay que
confiar en que su plan, aunque no lo entendamos del todo, es siempre para
nuestro bien y para el bien de los demás. Por último, para que esta voluntad de
Dios para nosotros se vaya desarrollando, es necesario acogerla, aunque
implique, en un primer momento, renunciar a nuestros propios proyectos.
En un mundo
que corre deprisa, que mide todo en términos de éxito y visibilidad, la figura
de José parece una provocación. Él no aparece en los grandes titulares, no
pronuncia discursos grandilocuentes o busca brillar con millones de seguidores.
En definitiva, José no busca protagonismo. Su grandeza está en el silencio
fecundo, en la obediencia que no lo humilla, sino que lo engrandece a los ojos
de Dios, en la capacidad de sostener la vida de Dios hecho carne cuidando de lo
pequeño. Quizá por eso es tan actual: tenemos necesidad, en esta época digital,
de hombres y mujeres que, como José, sepan construir hogares en el silencio, desde
los gestos más cotidianos y sencillos, donde la caridad sea el hilo que lo
entreteje todo; hogares que sean espacios de escucha y acogida, donde se eduque
el arte del diálogo sereno y hondo, de la conversación alegre y distendida.
La Navidad que se acerca no es solo una fiesta de luces y regalos. Es la irrupción de la luz en medio de nuestras sombras. Cada uno de nosotros puede ser, en su entorno, un pequeño José: alguien que dice “sí” en silencio, que escucha, que confía, que acoge. Porque la historia de la salvación no se escribe solo en los grandes acontecimientos, sino en los gestos humildes que nadie aplaude y que, sin embargo, sostienen el mundo. Espero que este Adviento que ya llega a su fin, nos prepare para recibir la luz que viene. Y que, como José, sepamos descubrir nuestra misión y abrazarla con alegría. Feliz Navidad a todos.
+ Jesús Vidal
