Las oraciones que dirigimos a Dios siempre son escuchadas por Él, pero a veces podemos creer que algunas son más poderosas por alguna razón
By Shawn Hempel | Shutterstock
A menudo, cuando oramos, es tentador
preguntarse si nuestras oraciones realmente "funcionan" y si Dios las
está escuchando.
Después de esperar pacientemente una
respuesta, podemos comenzar a preguntarnos si estamos orando de manera
incorrecta, o si deberíamos estar haciendo algo diferente.
La clave de la oración
Si bien es cierto que Dios contesta
cada oración, lo
hace de una manera misteriosa según nuestra fe en él. Él nos conoce mejor de lo
que nos conocemos a nosotros mismos y responde a nuestras oraciones de la mejor
manera posible, aunque no sea de la forma que esperábamos.
Sin embargo, si nos sentimos impotentes y
comenzamos a cuestionar la eficacia de nuestras oraciones, Jesús nos dejó una
manera segura de asegurarnos de que fueran respondidas en un momento oportuno.
Explicó a sus discípulos la clave para aumentar el "poder" de una
oración.
Cuando un hombre enfermo fue llevado ante
Jesús, le explicaron que sus propios discípulos no podían curarlo. Jesús
explicó por qué sus oraciones no tuvieron éxito.
"Porque ustedes tienen poca fe, les
dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían
a esta montaña: 'Trasládate de aquí a allá', y la montaña se trasladaría; y
nada sería imposible para ustedes. 'En cuanto a esta clase de demonios, no se
los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno'".
"(Mt 17, 20-21).
Una semilla de mostaza es una semilla
pequeña, por lo que Jesús no está pidiendo una cantidad monumental de fe. Nos
pide que tengamos un poquito de fe.
Él dice esto porque a menudo cuando
oramos, hay una gran parte de nosotros que no cree que Dios pueda hacerlo.
Piénsalo un segundo.
Dios siempre responde
¿Realmente creemos que Dios responderá
nuestras oraciones?
Si profundizamos lo suficiente, es
probable que descubramos que nuestro corazón está dividido, y aunque esperamos
que Dios conteste nuestras oraciones, en realidad no creemos que pueda suceder.
La buena noticia es que podemos pedirle a
Dios el don de la fe. Deberíamos gritar como el padre del niño que fue sanado
por Jesús: "¡Creo, ayuda mi poca fe!" (Mc 9, 24).
Dios es un hacedor de milagros, listo para
intervenir en nuestras vidas y darnos una abundancia de gracia. Sin embargo,
solo puede darnos lo que estamos preparados para recibir. Si nuestro corazón no
está listo, entonces solo veremos una pizca de gracia entrar en nuestra alma.
Por otro lado, si tenemos incluso una
cantidad de fe del tamaño de una semilla de mostaza, ¡todo es posible!
Philip Kosloski
Fuente: Aleteia