“VALE LA PENA”: ¿CUÁL ES EL VERDADERO SENTIDO DE ESTA FRASE?

"Vale la pena" es una frase que hemos acuñado en sentido positivo, pero al analizarla con detenimiento nos damos cuenta de que implica mucho sacrificio

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¿Quién no ha dicho alguna vez que algo "vale la pena"? Esta expresión es muy usual y forma parte de nuestro léxico cotidiano. La hemos utilizado para resaltar las cualidades de algún objeto, situación, relación, compra, etc., siempre en sentido positivo.

¿Qué es la pena?

Pero si nos ponemos a analizarla, entenderemos que al hablar de la "pena" implica a veces tristeza, fatiga, dolor, amargura, esfuerzo, incomodidad, tormento, vergüenza y muchos otros sinónimos que el diccionario nos obsequia para definir tan amplia palabra.

Por eso, cuando alcanzamos alguna meta que nos causa alegría profunda, este dicho cobra su verdadero significado: ha valido la pena trabajar duro, levantarse temprano, graduarse, contraer matrimonio, esperar un poco, en fin.

Y si lo trasladamos al campo espiritual encontraremos una inmensa riqueza en ese concepto: todo lo que padecemos vale la pena por alcanzar la salvación.

Vivir el Evangelio

Ciertamente, quien se esfuerza en vivir acorde al Evangelio sabe que no es sencillo ser fiel a Dios. Que atravesará por un "valle de lágrimas", como rezamos en la Salve porque las incomprensiones estarán a la orden del día.

Jesús advirtió a sus discípulos sobre lo que tendrían que padecer por su causa, pero también les aseguró que obtendrían una recompensa :

"Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16, 20).

"Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

Por lo tanto, vale la pena seguir a Jesús y esforzarse en vivir el Evangelio, aunque ello implique exigencia, sacrificio y renuncia.

Consuélense mutuamente

Porque Dios es exigente con quienes ama, y aquel que se sacrifica, renunciando hasta a su propia vida, tiene más oportunidades para alcanzar el cielo.

No es tarea sencilla, pero nos anima la promesa de Cristo, como escribió san Pablo a los Tesalonicenses:

...los que aún vivamos, los que quedemos, serenos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre. Consuélense mutuamente con estos pensamientos (1Tes 4, 17-18).

Hagamos que nuestra vida valga la pena ser vivida.

Mónica Muñoz

Fuente: Aleteia