![]() |
Dominio público |
Pero yo me pregunto. ¿Es esta una pregunta acuciante hoy? Durante los años que he sido sacerdote y obispo, ya más de veinte, sólo en contadas ocasiones me han hecho esta pregunta tal cual. A algunos puede preocuparles si ellos personalmente se salvarán, o si se salvarán sus seres queridos: sus padres, sus hijos, sus hermanos o amigos…
Pero es una preocupación particular,
acerca de la salvación propia y de los suyos. A una gran parte de la población
en España, creo que esto les resultará bastante indiferente. No es algo que propiamente les preocupe
en su día a día. Sería interesante que una empresa demoscópica lanzara la
siguiente pregunta: ¿Te preocupa tu salvación?; y aún más, ¿te preocupa si
serán muchos o pocos los que se salven? No me atrevo a hacer un pronostico
sobre el resultado de dicha encuesta.
De aquí me surge una primera cuestión: ¿Por qué a muchos parece no importarles su salvación? Y esta pregunta esta unida a otra: ¿Qué entendemos por salvación? En muchas ocasiones la “imagen popular” de salvación no parece nada atractiva. En el imaginario popular, la salvación aparece como un lugar limpio y lleno de luz blanca, pero también vacío y bastante aburrido.
La idea
de pasar toda la eternidad escuchando a unos angelitos regordetes tocando el
arpa, nos genera sueño y tedio, cuando no horror a que sea así toda nuestra
eternidad. Pero, entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de salvación? ¿Es
algo sólo para después de la muerte? ¿O nos referimos a algo que puede pasar ya
en nuestra vida ahora? Y también podemos preguntarnos, ¿Necesitamos ser
salvados? ¿De qué?
Ciertamente la pregunta de aquel hombre judío a Jesús se refiere a la salvación después de la muerte. Pero la salvación que trae Jesús afecta también al tiempo presente. De hecho, la salvación ha de suponer una cierta relación entre nuestra historia y las relaciones tal y como las vivimos ahora, y lo que suceda después de la muerte. La muerte se nos presenta como una ruptura definitiva, un abismo que no podemos traspasar y que rompe sensiblemente la comunicación con aquellos a los que más queremos.
Por eso, una salvación en la
que estemos solos y aislados nos resulta tan poco atractiva. Si miramos las
sagradas escrituras, la presentación que hacen de la salvación es justo la
contraria. La salvación es presentada como un banquete, como una gran comida
campestre, donde estaremos rodeados de todo lo que sacia nuestros sentidos y con
la compañía de los que más amamos.
Por eso, Jesús responde directamente a la pregunta de si serán muchos o pocos, sino que nos habla de esforzarnos por pasar por una puerta estrecha. La puerta es un lugar de paso y también de encuentro. La salvación es una puerta por la que pasar que nos salva de la soledad más absoluta, que es a donde, en el fondo, nos conducen el egoísmo y la autosuficiencia. La puerta es presentada por Jesús como estrecha porque la puerta es él mismo. Realmente es bastante paradójico: la puerta, por un lado, es amplísima, pues Dios es capaz de perdonar todo y basta querer entrar por ella a tiempo.
Como el ladrón
crucificado junto a Jesús, que le pide estar hoy mismo con él en el paraíso;
por otro lado, sin embargo, Jesús enseña que la puerta es estrecha y que una
vez que esta se cierre no bastará con decir que uno ha escuchado o comido con
Jesús. Parece que Jesús quiere decir que es ahora cuando hemos de entrar con él
en una relación personal, pues habrá un momento en que la puerta sea cerrada. Y
la tragedia sobre la que Jesús nos advierte es la de quedarnos fuera, la de no
entrar por la puerta, que es la verdadera comunión con Jesús y con nuestros
hermanos.
+ Jesús Vidal