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José Eduardo Arias en 'Ecclesia'. Dominio público |
El Salvador, un país
marcado por el dolor y el sufrimiento de décadas de conflicto, fue el escenario
donde José Eduardo Arias López forjó su historia. Tras vivir
el horror de la guerra desde niño, este hombre encontró en la Iglesia una madre
que le sanó las heridas de una infancia marcada por la guerra y la ideología,
un testimonio de cómo la alegría del evangelio puede borrar hasta el más
profundo de los pecados.
La niñez de José Eduardo estuvo
inmersa en un ambiente de tensión constante. Nació en Salvador afectado por
la guerra con Honduras en 1969 y las luchas sociales que
surgieron a principios de los años 70. José Eduardo describe una sociedad de
extrema desigualdad: "Ahí no existía la clase media, ahí estaban los
pobres y los ricos nada más. Una situación que ha causado pues mucho dolor,
mucho sufrimiento" describe.
Esta profunda desigualdad social
fue un "caldo de cultivo para las ideologías" que encontraron
terreno fértil para infiltrarse en todos los niveles de la sociedad, llevando a
José Eduardo, con tan solo 12 o 13 años, a asistir a reuniones clandestinas
del Partido Comunista con su padrastro.
En los años 70, con la fundación de
los primeros grupos guerrilleros, José Eduardo, siendo un adolescente de 13 o
14 años, se encontró inmerso en este mundo. "Yo en la guerrilla
iba como íbamos todos los chicos, hijos de los comunistas... nos
ideologizaban".
Inicialmente, la formación
guerrillera no implicaba enseñar a matar, sino "concienciarse desde el
punto de vista de izquierda" con juegos y valores como el respeto. Sin
embargo, al comenzar la guerra, a los 12 o 13 años, esos campamentos infantiles
se transformaron en campos de entrenamiento en la selva, incluyendo
"concienciación marxista totalmente" y el uso de armas, así como
"aprender a pelear y a sobrevivir en medio de la selva". Los
grupos guerrilleros, se unieron para formar el Frente Farabundo Martí.
José Eduardo no conoció otra formación que la marxista, a excepción de una
influencia religiosa de su abuela.
A los 14 años, José Eduardo comenzó
a combatir. Sus primeros combates fueron aterradores. "Yo
el primer combate tuve realmente no hice nada, estaba asustado debajo de los
árboles. Esa noche fue horrorosa". Seis meses de inmersión en los combates
lo dejaron "horrorizado", presenciando la muerte de al
menos 10 compañeros de su instituto.
La ayuda militar de Estados Unidos
a los ejércitos centroamericanos, llevó a la destrucción de campamentos
guerrilleros. Durante un ataque, José Eduardo y otros cinco jóvenes lograron huir
y cruzar la frontera hacia Honduras. Aunque su formación era marxista
y no religiosa, el destino lo llevó a reencontrarse con un sacerdote salesiano
que arriesgó su vida, el padre Pietro, a quien conocía desde niño y cuya
parroquia estaba frente a la casa donde fueron acogidos en El Salvador.
A pesar de ser llamado a reunirse
nuevamente con la guerrilla, José Eduardo, quien ya había escuchado las catequesis
del Camino Neocatecumenal, sintió un cambio profundo. "No
sé qué pasó que cuando volví a la guerrilla ya no era lo mismo. Ya había
escuchado algo diferente, una palabra que nunca había entendido,
Iglesia, ahí fue donde ya me volví a San Salvador".
Este encuentro con Cristo y la
Iglesia cambió su vida para siempre. José Eduardo define a la Iglesia
como "un hospital de campaña. ¿A dónde van los que van a los
hospitales de campaña? Los que están hecho polvo, los destrozados, los
destruidos, los que están llenos de odios por las ideologías". En ese
hospital, José Eduardo encontró sanación: "Yo fui curado".
Sofía Gómez Pérez
Fuente: ECCLESIA