En la solemnidad de la Santísima Trinidad, el Papa presidió en la Basílica de San Pedro la misa por el Jubileo del Deporte, “un precioso medio de formación humana y cristiana” porque enseña a colaborar y valora la concreción del estar juntos
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El Pontífice
recordó "la vida sencilla y luminosa" de Pier Giorgio Frassati,
patrono de los deportistas, que será santo el 7 de septiembre, y las palabras
de Pablo VI sobre la contribución del deporte a la restauración de la paz.
El valor de la
colaboración, la concreción de estar juntos y la experiencia de la derrota que
nos recuerda nuestra fragilidad y nos abre a la esperanza hacen del deporte un
medio valioso para la formación humana y cristiana. El Papa León XIV lo subraya
en la homilía de la Misa presidida esta mañana en la Basílica de San Pedro, en
la que reflexiona sobre el binomio Trinidad-deporte en el día en que se celebra
la solemnidad de Dios Trino, una combinación “poco habitual pero no absurda”
porque de hecho “toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la
belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas”.
La Trinidad
es una danza de amor recíproco
Al inicio de
la homilía,
el Papa se remite a San Agustín y subraya cómo para el teólogo Trinidad y
sabiduría "están íntimamente ligadas". "La sabiduría divina
-señala- se revela en la Santísima Trinidad, y la sabiduría nos conduce siempre
a la verdad".
"Dios no
es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo”. Es
“una danza de amor recíproco”, afirma el Pontífice ante unos 6.500 fieles
congregados en la Basílica vaticana. Y cita a dos Padre de la Iglesia, Salonio
de Ginebra y san Gregorio Nacianceno que hablan de un “Deus ludens, de
un Dios que se divierte”. Es de este dinamismo divino que brota la vida.
Es por eso
que el deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad: porque requiere un
movimiento del yo hacia el otro, ciertamente exterior, pero también y sobre
todo interior. Sin esto, se reduce a una estéril competencia de egoísmos.
Ser
deportivos es darse por los demás
León recuerda a
un proverbial deportista, San Juan Pablo II que del deporte decía que era
“alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe valorarse mediante la
recuperación de su gratuidad, de su capacidad para estrechar lazos de amistad,
para favorecer el diálogo y la apertura de unos hacia otros, por encima de las
duras leyes de la producción y el consumo”.
No se trata
solo de dar una prestación física, quizá extraordinaria, sino de darse uno
mismo, de «jugársela». Se trata de entregarse por los demás -por el propio
crecimiento, por los aficionados, por los seres queridos, por los entrenadores,
por los colaboradores, por el público, incluso por los adversarios - y,
si se es verdaderamente deportista, esto vale independientemente del resultado.
El deporte
instrumento de encuentro
El Papa Prevost
menciona a continuación tres aspectos que hacen del deporte, hoy en día, “un
medio valioso para la formación humana y cristiana”.
En primer
lugar, "en una sociedad marcada por la soledad, en la que el
individualismo exagerado ha desplazado el centro de gravedad del “nosotros” al
“yo”, terminando por ignorar al otro, el deporte - especialmente cuando se
practica en equipo - enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de
ese compartir que, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de
Dios".
De este
modo, puede convertirse en un importante instrumento de recomposición y
encuentro, entre los pueblos, en las comunidades, en los entornos escolares y
laborales, en las familias.
El valor de
estar juntos
Según el Obispo
de Roma, el deporte puede servir también como antídoto “frente a la tentación
de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la
naturaleza y con la vida concreta, único lugar en el que se ejerce el amor”.
En una
sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a
personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la
concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del
esfuerzo, del tiempo real.
Perder y
levantarse
El Pontífice
observa además que en una sociedad competitiva, donde parece que
sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a
perder y señala que en el "arte de la derrota" el
hombre se encuentra con una de las verdades más profundas de su condición: la
fragilidad, el límite, la imperfección. Es a partir de la experiencia de esta
fragilidad que nos abrimos a la esperanza:
El atleta
que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son
máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen,
encuentran el valor para levantarse.
El
entrenamiento diario del amor
El Papa León
nota que no es casualidad que, en la vida de muchos santos de nuestro tiempo,
el deporte haya tenido “un papel significativo, tanto como práctica personal
que como vía de evangelización”.
Pensemos en
el beato Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será proclamado
santo el próximo 7 de septiembre. Su vida, sencilla y luminosa, nos recuerda
que, así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo. Es el entrenamiento
diario del amor lo que nos acerca a la victoria definitiva y nos hace capaces
de trabajar en la construcción de un mundo nuevo.
Este último
aspecto, de una actualidad contundente, fue recordado por San Pablo VI en su
discurso a los miembros del Centro Deportivo Italiano (C.S.I.), veinte años
después del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando habló del deporte como
«condición primera e indispensable de una sociedad ordenada, serena y
constructiva», añade el Pontífice.
La misión de
ser reflejo de Dios Trinidad
A los
"queridos deportistas", el Papa recuerda que la Iglesia les confía
"una misión maravillosa: ser, en las actividades que realizan, reflejo del
amor de Dios Trinidad para bien de ustedes y sus hermanos". Y los exhorta
a comprometerse con entusiasmo en esta misión: "como atletas, como
formadores, como sociedad, como grupos, como familias".
Citando
palabras del Papa Francisco que solía subrayar cómo María en el Evangelio se
muestra en movimiento, “corriendo”, dispuesta ante la señal de Dios, para
socorrer a sus hijos, el Papa concluye con una oración:
Le pedimos
que acompañe nuestros esfuerzos y nuestros impulsos, y que los oriente siempre
hacia lo mejor, hasta la victoria más grande: la de la eternidad, el «campo
infinito» donde el juego no tendrá fin y la alegría será plena.
Cecilia Mutual
Fuente: Vatican News