En Misa percibimos que cada persona que está en el altar desempeña un papel específico, pero ¿a quién le toca leer la aclamación que está antes del Evangelio?
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Paul Kelly | CC BY-NC 2.0 |
Aunque el Evangelio no es más Palabra de Dios que el resto de las lecturas de la Misa, sí tiene un carácter especial al ser la última y directa revelación de Dios en Jesucristo, la palabra de Dios hecha carne.
De esta manera
la lectura del Evangelio corona las lecturas de la celebración eucarística
porque tiene una especial dignidad. Por eso la liturgia de la palabra distingue
el Evangelio por encima de las otras lecturas.
Signos que
distinguen al Evangelio
La distingue
con muestras de honor, acumulando en torno a ella signos expresivos de singular
importancia: una aclamación introductoria, un ministro ordenado, la petición de
bendición antes de su proclamación, el uso en casos especiales del evangeliario
para su lectura, un saludo antes de proclamarlo, signación, incensación,
aclamación del pueblo al terminar, beso del evangeliario por parte del obispo y
la posterior bendición de la asamblea con el mismo.
Las
aclamaciones son generalmente expresiones de un estado de ánimo. Están hechas
para impactar. Por eso no se trata simplemente de leerlas o decirlas, sino de
cantarlas, aclamarlas o proclamarlas. Una aclamación es una expresión de
júbilo, un clamor comunitario.
El versículo
o antífona
El Aleluya
junto al versículo que lo acompaña es precisamente la aclamación al Evangelio.
Ayuda cantar no solo el Aleluya, sino también ese versículo.
Esta aclamación
es un acto por el que la asamblea litúrgica saluda al Señor Jesús que llega a
hablarnos y se dispone a acogerlo.
La Instrucción General del Misal Romano dice que el
Aleluya se canta estando todos de pie, "iniciándolo los cantores o
el cantor, y si fuere necesario, se repite", pero el versículo es cantado
por los cantores o por un cantor; y la aclamación, entre los dos aleluyas, si se
canta (que es lo ideal y ojalá con la participación de toda la asamblea
litúrgica) lo debe entonar un cantor o el mismo coro.
A quién le
toca leer la aclamación
En caso de que
no haya un cantor, la aclamación no se canta; y este lo puede leer quien hace
la segunda lectura (si la hay) o cualquier fiel, incluso el mismo diácono o
sacerdote. La liturgia no exige nada en concreto.
Si el canto del
Aleluya ya contiene un estribillo, este sustituiría el versículo intermedio y
se omitiría su lectura.
O, lo que es lo
mismo, si el lector desde el ambón opta por leer el versículo intermedio del
leccionario o evangeliario, el canto del Aleluya no deberá cantarse con otros
versículos o cualquier otra frase, pues se estaría duplicando la aclamación.
Por tanto, es importante que coro y lector estén de acuerdo previamente.
Cantar o
leer
Si la
aclamación completa no se canta (si el Aleluya y/o la antífona antes del
evangelio no se canta) se puede omitir; al menos en los casos en que solo se
proclama una lectura antes del Evangelio, como es el caso de las misas
feriales.
Pero, en los
domingos, solemnidades o días de precepto, el Aleluya siempre
se canta, excepto en Cuaresma. Durante ese tiempo, la aclamación que precede a
la lectura del Evangelio es diferente. En vez del Aleluya, se canta el
versículo propuesto antes del Evangelio, el Honor y gloria a Ti, u otro canto o
antífona.
Henry Vargas
Holguín
Fuente: Aleteia