La presencia de un libro abierto colocado sobre el ataúd del Papa Francisco puede haber sorprendido a más de una persona. Éste es el Evangelio y su presencia no es para nada insignificante
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Antoine Mekary | ALETEIA |
La celebración de
los funerales del Papa Francisco, esta mañana de sábado 26 de abril,
en la plaza frente a la Basílica de San Pedro, reunió a unas 250 mil personas,
sin contar los millones de fieles presentes en oración. Al colocar el
féretro delante del altar al inicio de la celebración, sobre la tapa de madera
se colocó un libro abierto, el Libro del Evangelio. Un gesto que quizá haya
sorprendido a más de uno, pero cuyo significado es profundo.
Cristo en
medio de la Iglesia
El libro que
contiene los Evangelios, relatos de la vida de Jesús. En el funeral de un Papa,
el Vaticano prevé que el libro del Evangelio se coloque sobre el ataúd de esta
manera. De todos los libros litúrgicos, éste es el más venerado.
Representa a
Cristo, el Verbo hecho carne, presente y enseñando en medio de la Iglesia
reunida. El libro del Evangelio recibe los mismos honores que la Eucaristía,
desde el incienso hasta las antorchas, pasando por los besos y las reverencias.
Durante la
ordenación diaconal, el ordenando es invitado a tocar el libro del Evangelio
como signo de su misión de proclamar la Palabra de Dios.
En la
ordenación episcopal, el Libro del Evangelio es impuesto sobre la cabeza del
ordenando por dos diáconos durante toda la oración consacratoria; este gesto
significa que el Espíritu Santo toma plena posesión de la persona del
ordenando.
El libro del
Evangelio abierto sobre el féretro del Papa Francisco ilustra esta presencia
del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios que continúa más allá de la muerte.
Bajo las lentes
de cámaras de todo el mundo, las páginas del Evangelio abierto fueron pasadas
por la brisa que soplaba en la Plaza de San Pedro el 26 de abril, al final de
la misa funeral por el 266° Papa. La imagen impactó, como un recuerdo revivido,
veinte años después del entierro de Juan Pablo II, el 8 de abril de 2005.
Todos los
observadores de la época habían descrito entonces las mismas páginas con las
que había jugado el viento, divirtiéndose algunos al ver en ellas el soplo del
Espíritu Santo.
Agnès Pinard
Legry
Fuente: Aleteia