El Predicador de la Casa Pontificia, Fray Roberto Pasolini, ofreció la cuarta y última meditación de Cuaresma en el Aula Pablo VI
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Central fue la
reflexión sobre la Ascensión y sobre la enseñanza de Cristo de despedirse para
dar a la historia libertad y una vida nueva. El saludo al Papa Francisco,
siempre «partícipe de la vida de su Iglesia».
"Dirigimos
un querido saludo al Santo Padre que, estamos seguros, estará con nosotros
dentro de un rato, participando en la vida de su Iglesia". Así comenzó el
capuchino Roberto Pasolini esta mañana, viernes 11 de abril, en el Aula Pablo
VI, el último de los cuatro sermones de Cuaresma, abiertos a todos, sobre el
tema "Anclados en Cristo. Arraigados y cimentados en la esperanza de la
Vida Nueva".
Tras los tres
primeros sermones de los días 21 y 28 de marzo y 4 de abril -centrados
respectivamente en "Aprender a recibir - La lógica del Bautismo",
"Ir a otra parte - La libertad en el Espíritu" y "Saber
levantarse - La alegría de la Resurrección"-, hoy el sacerdote se centró
en el tema "Dilatar la esperanza - La responsabilidad de la
Ascensión". Y a este respecto destacó tres elementos -la conversión, el
revés y la sinergia-, reafirmando que saber despedirse, cuando se ha cumplido
todo lo necesario, dilatando los límites de la esperanza es la enseñanza que
Jesús ofreció a la humanidad precisamente con la Ascensión.
No ceder al
síndrome de abandono
En primer
lugar, analizando el pasaje del Evangelio de Juan que narra el encuentro entre
Jesús y María Magdalena después de la resurrección, el padre Pasolini subrayó
la importancia de no ceder al síndrome del abandono. Como el que experimenta la
discípula, encerrada en su dolor y deseosa de embalsamar, junto con los restos
de Jesús, el recuerdo de su Amor. "Esta tendencia a embalsamar la ausencia
-señaló el religioso capuchino- puede enfermar gravemente el corazón de la
humanidad, impidiéndole reabrirse a la vida nueva".
La Resurrección
no da marcha atrás, sino que abre a una nueva esperanza
En cambio, en
cuanto el Resucitado la llama por su nombre, María Magdalena se siente llamada
a una nueva esperanza de vida y es ésta -subraya el predicador- la conversión
definitiva a la que la Resurrección quiere conducirnos: la que permite al
corazón de la humanidad liberarse de la tristeza y realizar un encuentro
personal con Cristo y con la novedad que Él inaugura.
Porque después
de la Resurrección no podemos volver atrás, sino que caminamos hacia adelante,
hacia el Padre, transformados en criaturas nuevas. Con la Resurrección, por
tanto -continúa el padre Pasolini-, se supera la tentación de encerrar a Dios
en un tiempo o en un lugar, como querría hacer Magdalena, llevando los restos
de Jesús a casa de su madre.
La Pascua no es
idolatría religiosa
Al contrario,
el Señor invita al discípulo a anunciar a los demás su Resurrección y a ver su
rostro en la humanidad. Por eso, evitando el riesgo de convertir la Pascua en
mera idolatría religiosa, Cristo subió al cielo para dar a luz en la historia
un signo maravilloso de Él: las relaciones que sabemos tejer y cuidar en su
nombre.
El
"revés" de la Ascensión: Cristo deja espacio a la humanidad
En este
sentido, continúa explicando el padre Pasolini, la Ascensión genera un
"revés", es decir, una inversión definitiva en el plano existencial,
porque Cristo abandona el escenario de la historia para dejar espacio a la
humanidad para que se convierta en presencia viva de Dios en el tiempo y en el
espacio.
En esencia,
Jesús parte para llevar a los discípulos más allá de sí mismos, más allá de las
ilusiones y las decepciones, hasta el punto en que puedan llegar a ser
plenamente humanos, solidarios con sus hermanos y hermanas.
De este modo,
la Ascensión no recuerda una vida ideal y abstracta, sino que permite encontrar
la presencia del Señor en cualquier lugar y en cualquier circunstancia,
invirtiendo el orden de las cosas: el Espíritu está en las realidades visibles,
el cuerpo entra en las realidades invisibles. Porque el regreso de Cristo al
cielo se realiza junto con el avance hacia el cielo de su cuerpo, es decir, de
la humanidad, que, cada día, da testimonio del Amor más grande.
Reconocer la
belleza y la bondad de cada criatura
La aventura del
Evangelio -afirma el predicador de la Casa Pontificia- continúa en la tierra,
entre el polvo y el cielo, en sinergia. Los apóstoles, en efecto, están
llamados a ir por todas partes para anunciar la Buena Nueva a todas las
criaturas. Sobre este término - "criaturas"- se detiene aún más el
padre Pasolini, recordando que, en el momento de la creación, Dios vio que todo
era bello y era bueno. De ahí procede el reto de mirar a los demás no como
seres humanos, sujetos por tanto a juicios y exigencias, sino como criaturas
cuya belleza y bondad debemos reconocer.
La mansedumbre
de Jesús
Evangelizar,
por tanto -subraya Pasolini-, significa ante todo ver en el prójimo una
criatura, incluso frágil y alborotada, incluso con luces y sombras. Pero, sin
embargo, reconocerla y aceptarla con benevolencia por lo que es. Esta es la
mansedumbre de Jesús, que considera primordial no hacer el bien al otro, sino
ante todo declarar que el otro es bueno. Y en este tiempo histórico -continúa
el predicador- esto representa una nueva oportunidad para la Iglesia: la de
recorrer la historia de cada persona con humildad y respeto, reconociendo el
camino del individuo sin incluir de inmediato o precipitadamente una valoración
moral.
Escuchar,
acoger y discernir
En definitiva,
añade el padre Pasolini, llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra no
significa sólo llegar a lugares lejanos en el espacio y en el tiempo, sino
también penetrar con atención y respeto en el corazón de cada hombre, acogiendo
su complejidad, habitando con sabiduría evangélica y caridad pastoral la
singularidad de cada uno y dejando espacio a la acción silenciosa de
Dios.
Escuchar,
acoger y discernir, por tanto, son actitudes fundamentales para permanecer
fieles al Evangelio -recuerda el predicador- y poner en el centro la historia y
la dignidad de cada persona que espera, aún sin saberlo, encontrarse con el
rostro de Dios.
Saber
distanciarse permaneciendo en profunda comunión
"Con la
Ascensión del Señor -continúa el predicador de la Casa Pontificia-, los
discípulos comprendieron la posibilidad de vivir y actuar junto a Él, por la
fuerza del Espíritu. Y esto interrumpió para siempre la pesadilla de la soledad
porque, mediante la Resurrección y la Ascensión, la vida humana se transformó
en una especie de danza, un pas de deux entre el cielo y la
tierra". Así, señala el Padre Pasolini, en un tiempo en el que nos cuesta
"salir de escena", Jesús nos muestra lo precioso que es saber salir
para permanecer en una comunión más profunda y auténtica.
Una sacudida de
esperanza universal
La vida es
eterna, no se deja aprisionar, dice el padre capuchino: la aparente ausencia de
Dios del escenario de la historia es en realidad una invitación a la humanidad,
llamada a encarnar y testimoniar la verdad del Evangelio sin ceder a
protagonismos y monopolios, sino manifestando al mundo la plenitud de los
tiempos. Y esta -concluye el padre Pasolini- es la mayor esperanza que hay que
cultivar durante el Jubileo: que el mundo reconozca, en la fe y en la tradición
de la Iglesia, algo bello y nuevo, capaz de suscitar una sacudida de esperanza
universal.
Isabella Piro
Ciudad del
Vaticano
Fuente: Vatican News