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Congregación General de los Cardenales. Foto: Vatican Media. Dominio público |
El Cónclave no
debe ser un «lugar cerrado» (como dice el propio término), sino un «Cenáculo»
abierto de par en par al mundo entero, en el que impere «la libertad del
Espíritu» que «rejuvenece, purifica, crea». Esta es la esperanza expresada por
el abad benedictino de San Pablo Extramuros, Dom Donato Ogliari, que pronunció
la meditación de apertura de la Sexta Congregación General esta mañana, 29 de
abril, en el Aula Nueva del Sínodo.
A
ella asistieron los cardenales llegados a Roma en vísperas del cónclave, que
comenzará el 7 de mayo y deberá elegir al sucesor del Papa Francisco. El
Espíritu, deseó el abad, será «el protagonista principal» de los diálogos, de
las «dinámicas, a veces dialécticas» que caracterizan «todo encuentro humano»,
para que encienda las mentes e ilumine los ojos» por “el bien de la Iglesia y
del mundo entero”.
Abriendo su meditación, Dom Ogliari subrayó cómo, «en
un momento tan cargado de consecuencias para la Iglesia», como el de la
elección del Pontífice, es necesario recomponer alma, mente y corazón en torno
a la persona de Jesús: es Él, en efecto, a quien la Iglesia «está llamada a
anunciar y testimoniar al mundo». Y si «en el centro de la misión» no está
Cristo, entonces la Iglesia sería sólo «una institución fría y estéril». De ahí
la exhortación del benedictino a «reposicionarse» cada día sobre esta certeza,
porque sólo así será posible evitar «ser fagocitados por los halagos del mundo y
por las fáciles vías de escape que nos propone». Que Cristo, añadió Dom
Ogliari, sea el aliento, la brújula y la estrella polar del Colegio
Cardenalicio.
Al mismo tiempo, el abad de San Pablo Extramuros,
recordó la importancia de aprender de Jesús la mansedumbre y la humildad, el
amor misericordioso y compasivo: una Iglesia así enraizada, de hecho, es
«abierta, valiente, profética», «aborrece las palabras y los gestos violentos»,
se convierte en la voz de los sin voz. Una Iglesia enraizada en Cristo,
prosiguió, es «maestra de fraternidad», marcada por el respeto, el diálogo, la
«cultura del encuentro y la construcción de puentes y no de muros, como siempre
nos ha invitado a hacer el Papa Francisco».
Madre y no
madrastra, lejos de la autorreferencialidad, dispuesta a salir al encuentro de
aquellos “hermanos y hermanas en la humanidad” que no forman parte de ella, la
Iglesia arraigada en Cristo es sobre todo la que pone en el centro a los
descartados, a los pobres, a los desheredados, a los últimos. Al respecto, Dom
Ogliari se centró en la “categoría teológica” introducida por el difunto Papa
Bergoglio, según la cual la pobreza, más que un problema sociológico y ético,
es “una cuestión que concierne a la doctrina”. Por eso, el benedictino dijo
estar seguro de que la Iglesia «no dejará de tener los ojos y el corazón bien
abiertos sobre los últimos de la tierra», soñando «incluso con lo que parece
imposible».
El camino sinodal: participación y renovación
Luego,
instando a los presentes a “someterse al escrutinio del Espíritu” para
purificar sus corazones de todo lo que “no coincide con el pensamiento de
Cristo”, Dom Ogliari recordó la importancia de la unidad y la comunión de la
Iglesia, entendida como “unidad plural y comunión diversificada”, en la que la
alteridad es vista como “posibilidad de confrontación respetuosa y dialógica,
de búsqueda de caminos creativos” para recorrer juntos. De aquí nació la
reflexión sobre el “camino sinodal” que – dijo Dom Ogliari – junto a “algunas
perplejidades o estancamientos”, ha producido sin embargo “participación y
renovación en todos los rincones del mundo”. En esta perspectiva, el abad
benedictino instó a una “unión fructífera” entre la Iglesia como institución
jerárquica y la Iglesia como fieles laicos, ambas esenciales para la
construcción de una Iglesia como comunión. Desde esta perspectiva, el camino o
proceso sinodal puede hacer más eficaz la misión de la Iglesia en la sociedad,
iniciando círculos virtuosos entre comunión, participación y misión.
Dom
Ogliari dedicó luego gran parte de su meditación a los desafíos de la Iglesia
en el mundo, citando el cambio antropológico, las guerras fratricidas, las
autocracias y los nacionalismos, los liberalismos postcapitalistas basados en
el puro beneficio, la devastación de la Creación, los riesgos vinculados a las
nuevas tecnociencias, las migraciones y "la incapacidad de la política
para encontrar soluciones que respeten el principio sagrado de la acogida, la
solidaridad y la inclusión"; la secularización “generalizada e invasiva”
de las sociedades occidentales en particular. Se trata de una encrucijada,
subrayó el abad, ante la cual la Iglesia está llamada a recorrer “sin miedo” el
camino del diálogo, “intensificado por el Papa Francisco en todos los frentes”,
como “elemento constitutivo de la misión eclesial”.
Los desafíos internos de la Iglesia
Dom
Ogliari no dejó de referirse a los desafíos internos de la Iglesia, como la
"herida purulenta" de los abusos, la rarefacción de las vocaciones
sacerdotales y religiosas, la búsqueda de nuevos lenguajes para el hombre de
hoy, el papel de la mujer, el riesgo del clericalismo y la burocratización del
ministerio sacerdotal. Todo esto, añadió, no es una “autocompasión estéril”,
sino más bien un incentivo para recordar simultáneamente “el inmenso bien que
la Iglesia hace en toda latitud”, incluso allí donde profesar la fe cristiana
implica “ostracismo o muerte”. De ahí la invitación a ver, en medio de tantos
desafíos, «la presencia viva del Resucitado» que acompaña a su Iglesia también
en medio de las dificultades de la historia.
El
benedictino utilizó además otra imagen para representar a la Iglesia: la del taller
de un alfarero o la del Señor. De hecho, moldea la arcilla para crear algo
“bello y significativo” y con su paciente trabajo nos enseña a “perseverar, a
no desanimarnos, a no rendirnos” ante el fracaso. En último término, como
enseñó el Papa Bergoglio, la paciencia “tiene mucho que ver con la esperanza”,
de la que es a la vez hija y sostén. En esta perspectiva, añadió Dom Ogliari,
«una Iglesia que sabe ser paciente es una Iglesia que sabe esperar, apasionada
por el futuro», desde el que Dios sale al encuentro de la humanidad.
Por
último, el día en el que Italia y Europa celebran la fiesta litúrgica de Santa
Catalina de Siena, el abad de San Pablo Extramuros invitó a los cardenales a
mirar a Aquella que – “loca de amor por Cristo” – trabajó incansablemente “por
la reforma y la unidad de la Iglesia, por la paz y por el Papa”.
Isabella Piro - Ciudad del Vaticano
Fuente: Vatican News