Publicamos el resumen de la séptima Meditación del Predicador de la Casa Pontificia, Roberto Pasolini, que está guiando los Ejercicios Espirituales de Cuaresma para la Curia Romana en el Aula Pablo VI
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El fraile
capuchino reflexiona sobre cómo la sociedad contemporánea se ha distanciado del
concepto de muerte, mientras que la encarnación, en cambio, es signo del amor
radical de Dios.
Nuestra era ha
generado una ilusión de inmortalidad, alimentada por el progreso y el
bienestar, que nos lleva a ignorar los límites de la condición humana. Incluso
la Iglesia, a veces, lucha por reducir su escala y ofrecer un testimonio
creíble del Reino de Dios. Esta eliminación de la muerte se manifiesta en la
incapacidad de vivir serenamente en la espera y en la obsesión por la
hiperactividad y la presencia constante en los múltiples frentes en que la
realidad nos interpela. El miedo a la muerte ha dificultado afrontar opciones
definitivas, favoreciendo el desapego y la ilusión de poder revocar siempre las
decisiones tomadas.
La sociedad
contemporánea ha borrado los rituales y las palabras que una vez nos ayudaron a
enfrentar el paso de la muerte con sentido y valentía. Hoy en día, la muerte se
reduce a menudo a un espectáculo mediático o a un problema técnico de la
ciencia médica. Este alejamiento del concepto de muerte nos impide comprender
el sentido más profundo de la vida y de la esperanza cristiana. San Francisco
de Asís, llamándola “hermana muerte”, ofrece una alternativa radical: aceptar
la finitud humana como parte de un camino que conduce a la eternidad.
El pecado,
entendido como un uso fallido de la libertad, surge a menudo de un intento de
escapar de la precariedad de la vida. Pero el único antídoto verdadero es el
amor, vivido de forma concreta y profunda, como atestiguan las palabras de san
Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los
hermanos» (1 Jn 3,14). Amar hasta el final significa aceptar el límite y
transformarlo en oportunidad de entregarse sin reservas.
Cristo no
eliminó la muerte, pero la atravesó para mostrarnos que puede ser habitada y
transfigurada. La encarnación no es sólo una respuesta al pecado, sino un gesto
radical de amor con el que Dios se involucra en nuestra existencia. El
Evangelio de Marcos resalta la paradoja de un Dios que salva a través de la
cruz, revelándonos que, aunque somos eternos, no somos inmortales.
Pablo advierte
a los gálatas sobre el riesgo de volver a una fe basada en el miedo y la ley,
en lugar de la confianza en el don gratuito de Dios. Juan los insta a discernir
los espíritus, reconociendo la encarnación no como una idea, sino como una
forma concreta de vivir la realidad. La encarnación nos invita a permanecer
firmes en la confianza de que la realidad, a pesar de sus dificultades, es el
lugar del reino de Dios. Vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros es
una elección que debemos renovar cada día, con la certeza de que amar hasta el
extremo no solo es posible, sino que ya ha sido presenciado por muchas
generaciones de hombres y mujeres. Nosotros también podemos cantar esta canción
de amor con nuestras vidas.
Fuente: Vatican News