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Dominio público |
Una cosa que me llamó poderosamente
la atención es que, en el desenlace de la película, la protagonista que no ha
caído en las redes del experimento señala que ella se ha librado porque no
sigue a nadie, sino sólo a sí misma. Pero ¿es esto posible? ¿No es también esto
un engaño?
Nadie se ha formado a sí mismo.
Todos tenemos uno o varios maestros. El riesgo es no reconocerlo, pues entonces
su influencia se hará acrítica y, creyendo que somos totalmente autónomos en
nuestra formación, en realidad nos encontramos profundamente condicionados en
la ceguera más ignorante. Esta es una trampa muy frecuente hoy, dado que
vivimos en un espejismo de autoformación y creemos que estamos en posesión de
una verdad a la que hemos llegado por nosotros mismos, cuando estamos
tremendamente influenciados a través de redes sociales que forman cámaras de
eco que nos devuelven y refuerzan el mismo pensamiento.
Tal vez esta sea la razón de la
enorme dificultad que encontramos para dialogar con aquellos que tienen
posiciones y visiones de la vida diferentes a las nuestras. Dado que no hemos
realizado un ejercicio de crítica y asimilación de las enseñanza de un maestro,
nos da un enorme miedo que se muestre que lo que pensamos no es verdadero, pues
somos incapaces de autocrítica. La ausencia de reconocimiento de los maestros
es la verdadera antesala del totalitarismo.
Jesucristo en cambio nos invita a
tener una mirada crítica sobre los maestros para reconocerlos y mirar dónde nos
conducen. ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Ciertamente no, pues los dos
caerán a un foso. La mirada crítica comienza con uno mismo, ya que no podemos
sacar la espina que otro tiene en el ojo sin descubrir antes la que tenemos
delante de nosotros. Entonces, habiendo iluminado y verificado nuestro camino,
podremos con humildad acompañar y ser ayuda para otros.
Un buen maestro sabe que no lo sabe
todo y que ha tenido que verificar muchas veces sus conocimientos, cambiando de
opinión también en ocasiones al descubrir que andaba por camino errado. Quien
nunca ha cambiado de opinión y no ha descubierto que estaba en el error, ¿cómo
va a ser capaz de ayudar a quienes van por camino equivocado? La búsqueda de la
verdad nos hace a todos discípulos unos de otros. Yo puedo decir que en este
camino he encontrado en Jesucristo y su Iglesia los maestros que siempre me han
enseñado a buscar la verdad.
Estamos faltos de verdadero diálogo
social en este tiempo tan lleno de descalificaciones al contrario y “zascas”
para intentar cerrarle la boca. Necesitamos aprender a escuchar, a mirar, pues
en lo que el otro vive siempre hay un aspecto de verdad que puedo acoger para
verificar y responder desde mi propio camino de verificación.
«Cuando se agita la criba, quedan
los deshechos; así cuando la persona habla, se descubren sus defectos. La
persona es probada en su conversación» (Eclesiástico 27,4). Necesitamos
maestros, personas capaces de conversar. De escuchar y de hablar, volviendo a
escuchar. Necesitamos tiempos y espacios de conversación. Lo necesitamos en la
vida social y en los ámbitos más cercanos: en la escuela, en la parroquia, en
la familia, en el pueblo, en el bloque de vecinos… para descubrir los verdaderos
maestros «buenos hombres y mujeres que de la bondad que atesoran en su corazón
sacan el bien» (Lucas 39,45).
Obispo de Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia