José Luis Mumbiela, el obispo, subraya el plus que supone que los dos jóvenes, que han vivido caminos vocaciones difíciles, hablen a la perfección el idioma local. No todos los sacerdotes nacidos en el país lo logran
Los nuevos Diáconos con Mons. Mumbiela. Foto: Diócesis de Almatí. Dominio público |
Para Maxim, en cambio, uno de los
momentos más emocionantes vino después de la celebración. Fue cuando se enteró
de que su madre, ortodoxa y que siempre se había opuesto a su vocación, «había
llorado como una magdalena durante las letanías de los santos y luego, al verlo
dirigirse ya revestido al altar, le dijo a una feligresa que estaba sentada
cerca: “Ahora entiendo por primera vez que está en su sitio"
Quien lo cuenta es José Luis
Mumbiela, obispo español al frente de la diócesis de la Santísima Trinidad de Almatí, la ciudad más grande de
Kazajstán. Rebosa de alegría porque, aunque las otras diócesis del
país ya tienen clero nativo, Perm y Sudak son los dos primeros diáconos
que se ordenan en Almatí desde su creación en 2003.
El idioma, un plus
Dentro de poco serán también los
primeros sacerdotes ordenados para servir a esta Iglesia local —hace unos años
ordenó a un franciscano destinado allí temporalmente—. Ambos son kazajos de
nacimiento aunque no étnicamente; algo frecuente en el país por las oleadas de deportados que llegaron en época soviética.
«En cualquier Iglesia diocesana es
una alegría una ordenación. Pero aquí además son como los primeros hijos.
Y, en este año jubilar» dedicado a la esperanza, subraya que «nuestra
esperanza son las vocaciones locales y aquí están». Por otro lado,
que sepan kazajo es un plus a nivel pastoral y de evangelización». Que ya haya
en el país clero local no implica, según el obispo español, que todos conozcan
bien este idioma aunque lo hayan estudiado.
La demografía del país es compleja,
pues buena parte de su población llegó de países como Polonia y Alemania en
distintas oleadas de deportaciones durante la época soviética. Así que muchos
habitantes tienen otra lengua materna y utilizan como lengua vehicular el ruso.
Que los futuros sacerdotes, por sus dotes personales y sus estudios, dominen el
kazajo «para nosotros es una gran ayuda y ya estamos pensando en cómo
aprovecharla mejor».
Obstáculos en el camino
Mumbiela subraya que ambos llegan a este momento con más
de 30 años, después de procesos vocacionales muy
largos y no exentos de obstáculos. Perm dejó su país después de
licenciarse en Periodismo y Publicidad para entrar en una comunidad franciscana
en Polonia. «Llegó a vestir el hábito. Pero luego vieron que esa vocación no
era lo suyo y volvió aquí». Tras un año de reflexión, pidió al obispo que lo
enviara al seminario interdiocesano de Karagandá, el único del país. Este
accedió tras una serie de entrevistas para asegurarse de que era lo adecuado.
Más larga aún ha sido la preparación
de Sudak. Originario del norte del país, ingresó en el seminario como candidato
de Astaná, la capital. «Todo iba bien pero, cuando iba a acabar la filosofía,
sus superiores le dijeron que no veían que ese fuera su camino y que dejara su
formación al terminar esa etapa». Cuando le plantearon acogerlo en Almatí, el
obispo fue prudente. Recabó la información que consideró necesaria y le ofreció
estar un tiempo de catequista voluntario en algunas parroquias mientras le
acompañaba en su discernimiento.
Durante este tiempo, fue muy útil
para las parroquias porque además de ser maestro «había colaborado con el
Gobierno regional en el ámbito educativo y de la juventud. Tenía estudios
jurídicos y sabía cómo moverse en temas administrativos». Con todo, la llamada
al sacerdocio seguía ahí.
Otro seminarista
Al no poder regresar al seminario
interdiocesano, el obispo intentó enviarlo a completar sus estudios en
Bielorrusia y en Ucrania. Una tras otra, esas puertas se cerraron debido a la
crisis que atravesó el primer país tras sus elecciones de 2020 y a la guerra en
el segundo. El joven, desanimado, llegó a preguntarse: «¿Me estará diciendo
Jesús que lo deje, que no es lo mío?». A lo que Mumbiela respondía que «no nos
dice que no sea lo tuyo, sino que con toda paz esperemos un poco más».
No son las únicas vocaciones que han salido de Almatí. Ahora mismo se está preparando en Karagandá Anton, otro joven cuyo testimonio impresiona al obispo. «No tiene padre y su familia era pobre, pobre. Su casa no tenía ni el suelo revestido. A los 14 años no podía casi ni leer ni escribir en ruso». Gracias a la ayuda de las Misioneras de la Caridad y de un sacerdote, no solo terminó los estudios elementales e hizo la carrera de Magisterio sino que ahora, después de descubrir su vocación, «está haciendo unos exámenes de Filosofía perfectos».