La verdadera alegría espiritual no proviene de la búsqueda de placeres terrenales. Es un don que solo se puede recibir abriendo el corazón a Dios
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No es fácil
para todos experimentar la verdadera alegría. A muchas personas les cuesta
recordar la última vez que fueron verdaderamente felices, especialmente cuando
han sido llevadas por pruebas difíciles. Sin embargo, la alegría es una parte
esencial de la promesa cristiana: no puede encontrarse en las propias fuerzas,
sino que puede recibirse como un don del Señor.
En 1975, el
Papa Pablo VI dedicó una encíclica a la alegría, titulada Gaudete in Domino, en la
que describe las características de la alegría cristiana y cómo las personas
pueden prepararse para acogerla. San Pablo VI comienza recordando la naturaleza
fundamental de la alegría cristiana, que hunde sus raíces en la relación con
Cristo resucitado:
"La
alegría cristiana es, en esencia, participación espiritual en la insondable
alegría, divina y humana, que hay en el corazón de Jesucristo glorificado […]
Esta alegría brota de una comunión entre Dios y la humanidad, y tiende a una
comunión cada vez más universal. Esta alegría no puede en modo alguno favorecer
el egoísmo. Al contrario, abre el corazón a los demás y suscita un profundo
deseo de felicidad eterna".
Por tanto, esta
alegría reside en el corazón de Dios mismo y solo puede alcanzarse estando en
profunda unión con Él. Aunque en esta vida terrena es posible tener los
comienzos de ella, sólo se realizará en su plenitud en el Cielo. El Santo
Pontífice recordó que los santos dieron testimonio de esta alegría incluso en
medio de las pruebas más difíciles. Pone como ejemplo a san Maximiliano Kolbe:
En medio de los
períodos más trágicos que han ensangrentado nuestro tiempo, [san Maximiliano
Kolbe] se ofreció voluntariamente a la muerte para salvar a un hermano
desconocido, y los testigos cuentan que su paz interior, su serenidad y su
alegría transformaron de algún modo el lugar del sufrimiento -que solía ser una
imagen del infierno- en una antesala de la vida eterna, tanto para sus
compañeros de infortunio como para él mismo.
Esta profunda
alegría experimentada por los santos fue posible gracias a su total abandono a
Dios y a su voluntad. Como explicaba santa Teresa de Lisieux:
A veces, es
cierto, el corazón del pajarillo se ve asaltado por la tormenta, y parece como
si no creyera que existe otra cosa que las nubes que lo envuelven; entonces es
el momento de perfecta alegría para la pobre criaturita débil. ¡Qué alegría
para él quedarse allí de todos modos, mirando fijamente la luz invisible que
elude su fe!
Si aspiras a la
verdadera alegría en esta vida, es bueno recordar que no proviene de tus
propios esfuerzos, ni de la búsqueda de placeres terrenales, sino que se
encuentra en el encuentro con Dios y en la entrega a Él.
Philip Kosloski
Fuente: Aleteia