El papa Francisco ha señalado la importancia de la lectura de las Sagradas Escrituras en la vida de los cristianos. Por eso, hace cinco años, estableció un domingo, al inicio del año, al que llamamos Domingo de la Palabra de Dios, en el que recordamos su trascendencia para la vida cristiana.
Dominio público |
No solo los cristianos, sino
todos podemos encontrar una gran luz en la lectura de los libros que componen
la Biblia, y especialmente en los evangelios que recogen por escrito los
testimonios sobre Jesús de Nazaret, el Mesías, sus obras y sus enseñanzas.
Cada año, los cristianos repasamos especialmente
uno de los evangelios en las lecturas del domingo. Este año comenzamos la
lectura del Evangelio según san Lucas. Ya san Ireneo de Lyon, a mediados del siglo
II, había dejado escrito que el autor del tercer evangelio era Lucas, un
colaborador de Pablo, al que menciona en tres de sus cartas. Lucas dirige su
evangelio, según la tradición, a cristianos de cultura helenística, del área de
Éfeso, en Asia Menor, en la actual Turquía, por lo que su lenguaje es tal vez
el más accesible a nosotros. Dante Alighieri lo llamó “el evangelista de la
ternura de Cristo”.
El núcleo del evangelio es que la
salvación está abierta a todos aquellos que estén, a su vez, abiertos a
acogerla. El amor misericordioso de Dios Padre hacia los que se encuentran más
alejados de Él se expresará de forma magnífica en las parábolas centrales de
este evangelio, que solo Lucas ha recogido: la moneda y la oveja perdidas; y el
hijo pródigo. Y la misericordia irá unida a la alegría. Dios Padre se
manifiesta como el que se alegra en el encuentro (de la moneda, de la oveja o
del hijo que había roto la relación con la casa y vida paterna).
Por eso, el inicio de la predicación
de Jesús se muestra ya lleno de alegría. Está lleno del Espíritu Santo, que es
la mismísima alegría que brota del amor entre el Padre y el Hijo. ¿Quién no ha
experimentado esta alegría en un encuentro con un familiar o un amigo a quien
hace mucho que no veíamos? La separación de alguien que queremos es dolorosa,
nos cuesta, nos hace sufrir. Se queda en el estómago un vacío que recuerda la
ausencia. Pero ¡qué grande es la alegría del encuentro! Solo pensar en ella
hace que se dibuje una sonrisa en nuestros labios.
Como ya hemos recordado muchas veces
(y lo seguiremos haciendo a lo largo de todo el año), estamos viviendo un tiempo
marcado por el Jubileo de la Encarnación del Señor. Y ¿qué mayor esperanza para
nosotros que la del reencuentro? Sería grande que muchos pudieran reencontrarse
con Jesucristo este año y descubrir que, en Él, la Palabra de Dios se ha hecho
carne para traernos su alegría: a los ciegos, a los pobres, a los cautivos y
oprimidos por cualquier causa; a todos, queremos que llegue la alegría que nace
de la esperanza de volvernos a encontrar con Él. Para ello, tenemos también que
reconocer nuestra pobreza, nuestra necesidad, pues en ella es en la que el
Señor quiere entrar.
«Espero en tu palabra», dice el salmo 119. ¿Qué podemos esperar de ella?
Mucho más de lo que creemos. Me atrevo a hacer una propuesta a los que lean
este artículo: Que cojan una Biblia y vayan leyendo este año, poco a poco, el Evangelio
según Lucas. Lo podremos ir comentando juntos.
+ Jesús Vidal
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia