Murillo | Public Domain via Wikipedia
San Pablo fue
"fulminado" por una aparición de Cristo en el Camino de Damasco. Esta
experiencia mística transformó a uno de los perseguidores más encarnecidos de
los cristianos en un ardiente e infatigable apóstol de Cristo.
En el libro de
los Hechos de los Apóstoles, quinto libro del Nuevo Testamento,
este episodio de la conversión de Pablo es recogido tres veces,
especialmente en el capítulo 9:
"…Saulo,
que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a
fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que
encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba caminando, al acercarse a
Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su
resplandor...".
Hch 9,
1s
Pablo-Saulo era un judío instruido y a la vez
ciudadano romano. Estudió en Jerusalén y escuchó a unos predicadores hablar de
un hombre llamado Jesús, crucificado por los romanos unos años atrás.
De
perseguidor a evangelizador
Estamos hacia
el año 34 de nuestra era, en plena persecución de la Iglesia primitiva. Saulo
obtiene del Sanedrín (el tribunal judío con sede en el Templo) la misión de
perseguir a los cristianos de Siria. Y es en el camino que conduce a Damasco,
donde tendrá lugar su "caída" capital (Hch 9,
1s).
"Y cayendo
en tierra, oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Él
preguntó: ‘¿Quién eres tú, Señor?’. ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues’, le
respondió la voz. ‘Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué
debes hacer’" (Hch 9,
4s).
Pablo se
levanta, pero sale de este encuentro momentáneamente ciego. Tres días más
tarde, en Damasco, es curado por un discípulo, Ananías, se convierte al
cristianismo y se hace bautizar.
"Ve a
buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas
las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel", había dicho el Señor a
Ananías en una visión para vencer su reticencia a bautizar al gran perseguidor.
Hch 9,
20
Y esto es lo
que hará Pablo de ese momento en adelante, con un celo mayor del que había
tenido para perseguir, suscitando adhesión o rechazo, con peligro de su vida:
comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Todos los que
lo oían quedaban sorprendidos y decían: "¿No es este aquel mismo que
perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para
llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?".
Hch 9,
21
Experiencias
místicas
El "Camino
de Damasco" ciertamente no es el camino más habitual hacia Dios, pero este
tipo de experiencia no es tan raro.
En tiempos
contemporáneos muchas personas que dijeron que no creían -o que creían muy
poco- pueden atestiguar experiencias místicas repentinas que les transforman
profundamente.
La conversión
repentina puede presentarse en todas las situaciones y estados de vida. Paul
Claudel en 1886, André Frossard en 1935, o Bruno Cornacchiola en 1947, son
ejemplos célebres de ello:
1. André
Frossard
André Frossard
(1915-1995) procedía de un entorno sociocultural muy lejano de la fe católica
(su padre es uno de los fundadores históricos del Partido Comunista francés).
Cuando franqueó
la entrada de la capilla de las Hijas de la Adoración de París, se convirtió en
un instante, no a raíz de una visión, sino de una mirada nueva sobre el mundo y
sobre sí mismo.
Escribió
entonces un testimonio que permanece en las memorias Dios existe, yo me lo encontré.
2. Paul
Claudel
La conversión
de Paul Claudel (1868-1995) a finales del siglo XIX tuvo lugar justo detrás de
uno de los pilares de Nuestra Señora de París, un día de Navidad.
Pero el futuro
diplomático y poeta no tenía entonces ninguna hostilidad hacia el catolicismo;
en cierto modo, se había preparado –humanamente– a semejante conversión.
3. Bruno
Cornacchiola
Bruno era un
protestante extremista, que verdaderamente odiaba a la Iglesia y al Papa (a
quien había incluso proyectado matar), y vio a la Virgen en las
afueras de la abadía Trapense en un lugar llamado Tre Fontane, en
Roma.
Estamos en
abril de 1947. Bruno estaba con sus hijos de paseo. Sus niños, mientras él
trataba de escribir un duro artículo dirigido contra la Virgen María, se
alejaron.
Y los encontró
ante la entrada de una cueva, con las manos juntas, pálidos y en éxtasis, con
la mirada dirigida al interior de la cueva. "Bella Señora… Bella
Señora", llamaban.
Bruno, primero
enfadado y luego afligido, acabó por entrar en la cueva y, puesto de rodillas,
se puso a llamar a su vez: "Bella Señora... Bella Señora".
Ante él se
dibujó la silueta de una mujer joven, envuelta en el resplandor de una luz
dorada. Fascinado por lo que vio, también cayó en éxtasis.
La Virgen, al
contrario que a sus hijos, se puso a hablar con él, o más bien a ordenarle
dulcemente:
"Tú me has
perseguido, ¡ya basta! Entra en el redil [...] Que cada uno rece y que rece
diariamente el rosario por la conversión de los pecadores, de los incrédulos y
por la unidad de los cristianos".
"En esta
gruta se me apareció la Madre divina. Ella me invitó amorosamente a volver a
entrar en la Iglesia católica, apostólica y romana…", grabó Bruno en la
roca de la gruta ese mismo día.
Bruno tuvo
otras apariciones, una en presencia de un sacerdote el año
siguiente. Desde ese momento, su conversión es irrefrenable y, entre mil
vicisitudes, fue a Roma a pedir perdón a Pío XII por haber querido matarle.
Unos treinta
años más tarde (en 1978), se encontró con Juan Pablo II. El Papa polaco le
dijo: "Tú has visto a la Madre de Dios, ¡tú ahora tienes que ser
santo!"
Fuente: Aleteia