A medida que avanza el Adviento se hace más insistente la llamada a la alegría y a la conversión. Las dos actitudes van juntas. Son inseparables.
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A medida
que avanza el Adviento se hace más insistente la llamada a la alegría y a la
conversión. Las dos actitudes van juntas. Son inseparables.
Este
tercer domingo de Adviento se llama «Gaudete», pues tanto el profeta Sofonías
como san Pablo exhortan a alegrarse de júbilo porque Dios está cerca y viene a
salvar.
El
profeta Sofonías vive tiempos de decadencia, de sincretismo religioso e
idolatría tras la muerte del rey Josías. Aunque anuncia el castigo de Dios, el
«diez irae», sin embargo, también promete que Dios purificará a su pueblo y
dejarán en medio de él un pueblo humilde y sencillo, el resto de Israel, que se
volverá a Dios, su Salvador. Esta promesa justifica su llamada al júbilo
desbordante. «Dios en medio de ti —dice el profeta—, él se goza y se complace
en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta» (Sof 3,14-18).
También
san Pablo exhorta a la alegría: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito,
estad alegres». El motivo de esta alegría es que «el Señor está cerca». Por
ello, el apóstol invita a la oración, a la acción de gracias, a la moderación
en la conducta. Sólo así «la paz custodiará vuestros corazones» (Flp 4,7).
La
alegría cristiana va de la mano con la conversión. No es una alegría
superficial ni festivalera al estilo pagano. Se trata de la alegría que nace de
la certeza del amor de Dios, del perdón y la gracia que concede a su pueblo. Se
explica que, en este domingo, aparezca la figura profética de Juan el Bautista
que responde a las preguntas sobre cómo convertirse. A la gente en general les
habla de la caridad de forma muy concreta: compartir los vestidos y la comida
con quienes carecen de ellos. A los publicanos que, abusando de su oficio,
pedían más tributos de los establecidos, les pide que sean justos. Y a los
soldados del imperio, les exhorta a que no se aprovechen de su posición para
hacer extorsión y se contenten con su paga.
Estas
llamadas a la conversión son de plena actualidad. En su bula para el Jubileo
que está a punto de comenzar, el Papa nos ha pedido una vez más que no
olvidemos a los pobres: «Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas
que a veces pueden ser nuestros vecinos. A menudo no tienen una vivienda ni la
comida suficiente para cada jornada. Sufren la exclusión y la indiferencia de
muchos. Es escandaloso que, en un mundo dotado de enormes recursos, destinados
en gran parte a los armamentos, los pobres sean «la mayor parte […], miles de
millones de personas» (nº 15). Esta situación de pobreza, que lleva a la
marginación y exclusión de la sociedad, está presente en los debates políticos,
en los foros económicos, pero, como señala el Papa: «frecuentemente parece que
sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi
por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero
daño colateral».
La conversión del Adviento nos exige, si realmente queremos alegrarnos en el Señor, un verdadero cambio de vida para que, cuando llegue el Señor, nos encuentre preparados: la fiesta de Navidad no puede perder, al menos en las familias y comunidades cristianas, su sentido religioso y trascendente. El nacimiento de Dios en nuestra carne, como vemos en los belenes, se ha realizado en humildad, pobreza y caridad desbordante. Su anonadamiento muestra el camino que debemos seguir. En torno al pesebre se da cita el pueblo fiel, el «resto de Israel» anunciado por Sofonías. Cantan los ángeles y gozan los pastores. Si queremos formar parte de ese pueblo, debemos meditar en nuestro estilo de vida y recuperar lo que hemos perdido o fomentar aún más lo que vivimos: la alegría de habernos convertido al Señor.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia