La mayoría de los santos no se volvieron santos por sí solos, sino que tuvieron un amigo, un mentor o una comunidad que los animó en su caminar con Cristo
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Cuando
analizamos la vida de los santos, surge un patrón sorprendente: la mayoría de
los santos no llegaron a ser santos por sí solos.
Si analizamos
atentamente sus historias, nos daremos cuenta de que casi siempre había alguien
a su lado que los desafiaba, oraba por ellos y los alentaba a mantener la
mirada fija en el cielo.
San Juan de la
Cruz tuvo a Santa Teresa de Ávila. Santa Clara tuvo a San Francisco. San
Basilio tuvo a San Gregorio. San Agustín tuvo a Santa Mónica. Y así
sucesivamente. La historia tiene muchos más ejemplos de estos santos que vinieron en parejas o en grupos.
Sus historias
revelan cómo la santidad prospera en comunidad. Dios quiso que su pueblo
estuviera unido como un solo Cuerpo de Cristo, y estos santos nos muestran que
la mayoría de las personas no están destinadas a recorrer el camino de la
santidad en solitario.
El hierro
afila al hierro
¿Qué estaba
pasando exactamente en estas increíbles amistades santas? Si bien no podemos
conocer todos los detalles, podemos notar ciertos temas recurrentes.
Estos santos
oraban unos por otros. Estos santos eran un ejemplo para los demás, imitando el
perdón y la misericordia de Cristo mismo. Y estos santos se beneficiaron de la
estrecha amistad y el amor que surgió entre ellos. Su amor reflejaba un poco
del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.
La Biblia nos
dice que “el hierro se aguza con el hierro; el hombre aguza a su prójimo”
(Proverbios 27:17). Estos santos nos recuerdan que estar cerca de otras
personas de fe genuina puede fortalecer nuestra fe. Y nuestros esfuerzos por
vivir de una manera cristiana también animarán a las personas que nos rodean.
Amistades
santas en nuestras propias vidas
Pensar en cómo
los santos a menudo se juntan me recuerda que debo invertir tiempo y esfuerzo
en buenas amistades y en la comunidad. Siempre estaré agradecido por tener
amigos increíbles que son una inspiración y un ejemplo para mí.
Está la amiga
que me pidió que la acompañara a la misa diaria.
La amiga que me
invitó a unirme a su familia para rezar el Rosario antes de una cena
compartida.
La amiga que
suavemente me empujó fuera de mi zona de confort para ofrecer mi tiempo como
voluntaria para servir junto a ella.
El amigo que
dice “estoy orando por ti” y realmente lo dice en serio.
Y el amigo que
me animó a acudir a Nuestro Señor en Adoración Eucarística cuando estoy
luchando.
Cada uno de
estos buenos amigos ha sido de gran ayuda y apoyo en mi caminar con Cristo.
¿Quién ilumina
nuestra fe y nos anima a aspirar a más? ¿Qué amigos nos alientan en nuestro
caminar con Cristo? Digámosles cuánto los apreciamos y, ojalá, podamos ser ese
tipo de amigos también.
Theresa Civantos
Barber
Fuente: Aleteia