Fundador de los franciscanos descalzos, Pedro de Alcántara era famoso por el extremo rigor de sus penitencias. Incluso la gran Teresa de Ávila quedó impresionada por su santidad. La Iglesia lo celebra el 19 de octubre
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Hubo dos
encuentros decisivos en la vida de Teresa de Ávila: con Juan de la Cruz, que no
solo fue un maestro de vida espiritual, sino también un hijo predilecto para
ella, y con Pedro de Alcántara, mucho mayor que ella, que influyó decisivamente
en sus opciones. Esta amistad, por breve que fuera, parece hoy a menudo el
acontecimiento principal de la biografía de este "gigante de la
santidad" un tanto temible.
Según el mundo,
Juan de Sanabria, en religión Pedro de Alcántara, nacido en este pueblo español
en 1499, rondaba los sesenta años, lo que, para la época, le convertía en un
anciano.
En 1560 conoció
a Teresa de Jesús, entonces
desconcertada, como sus superiores, por las experiencias místicas que
experimentaba y que nadie se atrevía a afirmar que fueran de Dios o del Diablo,
auténticas o fruto de una imaginación enferma, o incluso una estafa religiosa.
Al invitar a la
monja carmelita a someter estos fenómenos sobrenaturales a la pericia de este
franciscano conocido por el extremo rigor de sus penitencias y por haber pasado
él mismo por estas etapas extraordinarias, la Iglesia hace lo correcto: nada
mejor que un especialista que ha experimentado personalmente los puntos a
estudiar.
Muy consciente
de que en este encuentro se jugaba su credibilidad, e incluso su libertad, ya
que la Inquisición estaba vigilante en esta España del "Siglo de
Oro", deseosa de defenderse del protestantismo, Teresa quedó evidentemente
impresionada por la persona ante la que comparecía, a la que describió de la
siguiente manera:
"Era un
anciano cuando le conocí, y tan perfectamente delgado que no parecía más que un
manojo de raíces".
¿Por qué habría
de sorprendernos? El monje vivía a base de ayunos y maceraciones, considerados
comúnmente como locos, y, queriendo dedicarse sobre todo a la oración, solo
consiguió dormir, según confiesa, una hora y media cada noche durante cuarenta
años, lo que ya le parecía demasiado…
Aunque no
pretendía imponer el mismo régimen a todos, Pedro tenía fama de duro, lo que
explica que sus largos esfuerzos por imponer una reforma necesaria pero severa
a los hijos de san Francisco, sumidos en una
profunda crisis que les había alejado de los ideales de su fundador, tropezaran
con una evidente mala voluntad en España y Portugal.
Él la
tranquiliza sobre sus experiencias
Pedro, aunque
pertenecía a una familia noble y poderosa y, tras sus estudios de Derecho,
estaba destinado a una buena carrera, prefirió, a los dieciséis años, ingresar
en un convento franciscano castellano de estricta observancia, pero que
encontró un poco blando. A partir de entonces, trató de compartir sus puntos de
vista con sus hermanos y con toda su provincia eclesiástica.
Aunque tras su
ordenación sacerdotal, en 1524, ascendió muy pronto a altos cargos de la Orden,
fracasó casi sistemáticamente y se vio obligado a cambiar regularmente de
provincia, lo que aprovechó para acentuar sus reivindicaciones de vuelta a la
regla primitiva, simbolizada por el hecho de andar descalzos, de ahí el nombre
de Franciscanos Descalzos, dado a los frailes del convento que obtuvo permiso
del Papa Julio III para fundar en Pedrosa en 1555. Esta orden parcialmente
eremítica duró hasta 1897, cuando se unió a las demás ramas franciscanas.
Cuando se le
confió la tarea de aprobar las experiencias de Teresa, le dijo: "Solo se
debe hablar de la perfección de la vida con quienes llevan una vida perfecta,
pues nadie conoce mejor el bien que quien lo practica".
No hay vanidad
en estas palabras que Pedro no se aplique a sí mismo. Teresa no se equivocaba
cuando confiaba: "Con toda su santidad, era extremadamente
simpático".
No sólo la
tranquilizó sobre la autenticidad de sus experiencias místicas, sino que pidió
al obispo de Ávila que apoyara plenamente el deseo de la monja de fundar en su
ciudad el primer convento de carmelitas reformadas, siguiendo en parte el
modelo de los franciscanos descalzos.
Exentos del
purgatorio
Cuando Pedro
murió en Arenas, el 18 de octubre de 1562, Teresa tuvo una revelación de su
muerte y vio el alma de su amigo, "rodeada de inmensa gloria", entrar
directamente en el Cielo.
Poseedora del
don de conocer el destino eterno de ciertos difuntos, confesó que Pedro de Alcántara era el único que había
visto exento del purgatorio. No es de extrañar, dados los terribles e
inimitables rigores de este penitente perpetuo. Pero la razón por la que el
santo franciscano pronto se haría muy popular en España fue que Teresa añadió
que había oído una voz celestial que le aseguraba que obtendría todo lo que
pidiera por su intercesión.
Anne Bernet
Fuente: Aleteia