Desde Bélgica, «puente y encrucijada», nuevo llamamiento de Francisco a Europa para que se redescubra a sí misma
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Después de
Luxemburgo, Bélgica: todavía un país pequeño, pero encrucijada, «síntesis de
Europa», punto de partida de su reconstrucción tras el monstruoso drama de la
segunda guerra mundial.
El Papa definió
a Bélgica un puente, para permitir que la concordia se expanda y las
controversias retrocedan. «Un puente que hace dialogar a las civilizaciones. Un
puente, por tanto, indispensable para construir la paz y repudiar la guerra».
También en este
caso, Francisco repite su llamamiento no escuchado a Europa para que recuerde
su historia de luz y de civilización, pero también de guerras, dominación y
colonialismo. Y añade palabras inequívocas:
«Este país
recuerda a todos los demás que, cuando – basándose en las más variadas e
insostenibles excusas – se empieza a dejar de respetar las fronteras y los
tratados y se deja que sean las armas las que creen la ley, subvirtiendo el
derecho vigente, se destapa la caja de Pandora y todos los vientos empiezan a
soplar violentamente, sacudiendo la casa y amenazando con destruirla».
¿Cómo no leer
aquí una referencia a lo que está ocurriendo en la atacada y maltrecha Ucrania?
La casa común europea está destrozada y amenazada de destrucción. Porque, como
nos recuerda el Sucesor de Pedro, «la concordia y la paz no son una conquista
que se logra de una vez para siempre, sino más bien una tarea y una misión...
una misión incesante que hay que cultivar, que hay que cuidar con tenacidad y
paciencia. Porque cuando los seres humanos dejan de recordar el pasado... y de
dejarse enseñar por él, poseen la desconcertante capacidad de volver a caer
incluso después de haberse levantado definitivamente, olvidando el sufrimiento
y los terribles costes pagados por las generaciones anteriores».
Hay una Europa
olvidadiza, que sólo habla de armas y no parece darse cuenta de que camina
hacia el abismo. Estamos cerca», añadió con el brazo en alto, “de una cuasi
guerra mundial”.
Uno recuerda
las sentidas e ignoradas palabras de Juan Pablo II, ya enfermo y tembloroso,
cuando instó a los «jóvenes» gobernantes occidentales de la época a no
emprender la desastrosa guerra de Irak en el 2003.
Lo hacía como
testigo vivo del horror de la segunda guerra mundial. Ahora los vientos de la
tercera guerra mundial soplan desde muchos lados: en el corazón de la Europa
cristiana, con el conflicto de Ucrania, así como en Oriente Medio, donde siguen
produciéndose matanzas de civiles inocentes, y en muchas otras partes del
mundo.
Es necesaria
una sacudida de conciencia. Se necesita, dice el Papa, «una acción cultural,
social y política constante y oportuna, valiente y al mismo tiempo prudente,
que excluya un futuro en el que una vez más la idea y la práctica de la guerra
se conviertan en una opción viable, con consecuencias catastróficas». Porque la
historia es maestra de vida, pero «demasiado a menudo desoída».
Y este relato
de hoy desde Bélgica, a través de la voz del indefenso Obispo de Roma que lleva
el nombre de san Francisco, llama a Europa a redescubrirse y a invertir en el
futuro abriéndose a la vida, no a la muerte y a la carrera armamentística, para
«vencer el invierno demográfico y el infierno de la guerra».
Andrea
Tornielli
Fuente: Vatican News