Historia y leyenda de la vida del santo y de la Basílica que conserva sus reliquias, junto a las reliquias de san Bonifacio
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Entre las
iglesias más interesantes de Roma se encuentra sin duda la basílica de San
Alejo y San Bonifacio en una de las siete colinas de Roma, el Aventino.
La iglesia data
del siglo IV, inicialmente dedicada a san Bonifacio, un mártir cristiano, que
llegó a la conversión después de una vida de comodidad y disolución.
Más tarde, en
el año 977, el título se extendió también a san Alejo y en poco tiempo, la llegada
del segundo 'propietario' la hizo más popular.
Historia y
leyenda de san Alejo
Alejo nació en
Roma de padres nobles y muy ricos. Su padre Eufemiano era senador del imperio
Romano y su madre Aglae era una importante noble romana.
Sus padres se
distinguían sobre todo por su generosidad: cada día preparaban tres mesas para
todos los que acudían en busca de ayuda: peregrinos, pobres y enfermos.
Llegando a su
madurez, los padres de Alejo, deciden casarlo con una joven de familia noble
imperial y, en medio de un espléndido banquete en la noche de bodas, por inspiración
especial de Dios, comunica a su prometida que quiere permanecer casto.
Abandona Roma
en secreto, anhelando una soledad donde pudiera servir solo a Dios, lleva
consigo parte de sus riquezas y se dirige a Edesa (Siria).
Viste solo
harapos, da sus bienes a los pobres y pide limosna en las escaleras de la
Iglesia de María Madre de Dios. De lo que recoge se reserva lo mínimo para
sobrevivir, el resto lo distribuye a los pobres que lo llaman el 'Hombre de
Dios' (Alejo).
En tanto sus
padres mandan a algunos sirvientes a buscarlo y, aunque si llegaron a Edesa, al
verlo entre los pobres a la puerta de la iglesia de Nuestra Señora, le dieron
una limosna, sin reconocerlo.
Entonces el
hombre de Dios, gozoso, dijo:
“Te doy
gracias, Señor, porque me has llamado y me has concedido que reciba por tu
nombre una limosna de mis propios esclavos. Dígnate realizar en mí la obra que
has comenzado”.
Después de un
tiempo, el cuadro de la Virgen, en el interior de la iglesia, empieza a hablar
y pide al custodio que deje entrar al hombre agradable a Dios que está en las
escaleras.
El eco del
milagro se extiende por toda la ciudad y para evitar notoriedad, Alejo huye a
Tarso (Turquía), pero el barco aterriza en la playa de Ostia
(Roma).
Al llegar a
Roma y llama a la casa de su padre, pero, demacrado como está, sin afeitar y
cubierto de harapos, no lo reconocen y le ofrecen alojamiento debajo de las
escaleras de su morada.
Allí vivió
durante diecisiete años realizando los trabajos más humildes, nutrido de la
caridad de su padre y bebiendo agua de un pozo cercano, todavía hoy en pleno
funcionamiento en el patio de la iglesia.
Cuando se da
cuenta de que está a punto de morir, decide escribir su historia. Muere,
alrededor del año 412, con el papel en su mano.
Ese día las
campanas de las iglesias de Roma sonaron solas y una voz que venía del Cielo
ordenó buscar al “Hombre de Dios” en casa de Eufemiano.
Todos vinieron
corriendo, incluso el Papa y el emperador. Con el papel que Alejo tiene en la
mano se descubre su verdadera identidad.
El cuerpo es
llevado a la Iglesia de san Bonifacio y, se dice que, durante el viaje, quien
tocaba el ataúd se recuperaba de todas las enfermedades.
La capilla con
las escaleras que conducen al Paraíso
En esta
iglesia, donde hoy muchas parejas piden casarse, un relicario monumental
contiene parte de la escalera donde vivió el santo y ofrece un espectáculo
teatral que narra los últimos momentos de su vida.
El artista
Andrea Bergondi, discípulo de Bernini, creó una escena conmovedora, en la que
Alejo muere vestido de peregrino, rodeado de ángeles que lo coronan, mientras
espera recibir su alma con la luz divina subido por una escalera que conduce al
cielo.
Debajo el altar
de la basílica se encuentran las reliquias de san Alejo y san Bonifacio.
A los lados del
altar, unas angostas escaleras llevan a la cripta románica que alberga las
reliquias de santo Tomás Becket.
En la cripta
también se conserva una columna que sería la que estaba unida a san Sebastiano
en el momento del martirio.
Alejo es
considerado el santo patrón de los mendigos y, en el pórtico de la Basílica,
todos los días se reúnen los mendigos de la zona para recibir su almuerzo y
cena donados por la caridad de los que viven en Roma.
Maria Paola Daud
Fuente: Aleteia