La visita a la tumba del rey Balduino, fallecido en 1993, no solo es una oportunidad para el Papa Francisco de venerar a un rey profundamente católico, cuya causa de beatificación fue abierta en 1995.
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El Papa Francisco reza ante la tumba del rey Balduino Crédito: Vatican Media. Dominio público |
La
visita a la tumba de los reyes ocurrió después del encuentro con religiosos y
fieles en la Basílica de Koekelberg. Antes de regresar a la nunciatura, donde
luego saludó a dos familias de refugiados, el Papa Francisco se detuvo en la
cripta real de la basílica, dedicada a Nuestra Señora de Laeken. Allí se
encuentran las tumbas de muchos miembros de la Casa Real de Bélgica.
Según
la Sala de Prensa de la Santa Sede, “recibido por el Rey y la Reina, el Papa se
detuvo frente a la tumba del rey Balduino en oración silenciosa.
Posteriormente, frente al Rey y los presentes, elogió su valentía cuando
decidió ‘dejar su puesto como rey para no firmar una ley homicida’”.
Así,
el Papa Francisco presenta a Balduino como un ejemplo para los belgas, que
viven en un contexto secularizado, con una de las leyes de eutanasia más
avanzadas del mundo y donde el aborto es legal hasta la semana 12 de gestación,
aunque se está debatiendo si extender el límite a los 18 meses.
La
ley sobre el aborto fue legalizada en Bélgica en 1990, y, para no firmarla,
Balduino abdicó temporalmente, o mejor dicho, se auto suspendió de sus
funciones como rey de Bélgica del 3 al 5 de abril de ese año. Cuando murió en
1993, en Motril, España, tenía 63 años y había reinado ininterrumpidamente
durante 42 años, salvo esos tres días.
A esto se refería el Papa Francisco. Sin embargo,
hay una historia más oculta, que fue revelada por el sindicalista Giovanni
Santachiara y luego confirmada por el sacerdote Mario Pigini a Avvenire en
2019: el rey de Bélgica, junto con su devotísima esposa Fabiola, quien le
acompañó 11 años, había estado en Loreto en los meses previos a la ley, y le
pidió a la Virgen el coraje para luchar contra la ley que entonces estaba en
discusión.
Santachiara
conocía la historia porque quien acogió a los reyes fue el P. Stanislao
Santachiara de Sanseverino, su tío y entonces rector del santuario.
Balduino
fue a Loreto en medio de una crisis de fe provocada por la obligación de
promulgar la ley que despenalizaba el aborto. Por esto, se auto suspendió de
sus poderes reales y la ley fue aprobada, con el aval del primer ministro
democristiano Wilfried Martens.
Después
de tres días, gracias a un artilugio constitucional adoptado por el Parlamento,
Balduino, amado por el pueblo, volvió al trono. Sin embargo, fue una decisión
difícil.
Balduino
y Fabiola no tuvieron hijos, y en medio de esa crisis decidieron peregrinar a
Loreto, con motivo de su trigésimo aniversario de bodas, para renovar sus
promesas matrimoniales entre los muros de la Santa Casa.
Hicieron
el viaje en automóvil, sin escolta, desde la residencia de Laeken hasta Loreto,
1.400 kilómetros recorridos de noche, y llegaron al amanecer, deteniéndose
frente al pórtico.
Allí,
seguidos por el conductor que llevaba sus trajes de boda, se arrodillaron ante
la Casa de María y permanecieron tres horas orando ante la Virgen. Luego
almorzaron en el comedor de los frailes, y el rector del santuario conversó
mucho con los soberanos.
Se
informa que el rey le dijo al P. Stanislao, con quien hablaba en inglés, idioma
que el fraile dominaba perfectamente al haber sido ordenado en Londres: “Me
hubiera gustado ser padre y no pude serlo, y ahora debería firmar una ley que
interrumpe una vida que apenas comienza. Además, soy el guía de mi país y
debería señalarle justamente este horizonte, promulgando la ley del aborto. No
creo que lo haga. En las manos de María, mi esposa Fabiola y yo ponemos hoy
nuestros destinos, pidiendo coraje y fuerza para enfrentar esta gran prueba”.
La
visita permaneció en secreto durante casi 30 años; ni siquiera el arzobispo
Pasquale Macchi, delegado pontificio del Santuario de Loreto y exsecretario de
Pablo VI, fue informado.
“Balduino
fue el gran guardián de los derechos de la conciencia humana”, dijo Juan San
Pablo II en la audiencia general del 7 de junio de 1995.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado
originalmente en ACI Stampa.
Por Andrea
Gagliarducci
Fuente: ACI