COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO…»

En sus discursos y alocuciones a los sacerdotes el papa Francisco nos ha advertido con frecuencia del peligro del clericalismo que se expresa, entre otros modos, en el afán por hacer carrera o subir en el «supuesto» organigrama eclesial.

Dominio público
Y digo «supuesto» porque en la Iglesia fundada por Cristo no existen organigramas: existen ministerios y servicios. Cosa distinta es que, al cabo de los siglos, se han adherido a la Iglesia esquemas de la vida política y social que se aglutinan en la idea común de «hacer carrera». 

No pocas veces en los encuentros con niños, jóvenes, y hasta adultos, me han preguntado, con ingenua curiosidad, qué hay que hacer para ser obispo, cardenal o papa… como si se tratara de oposiciones.

Que en el corazón de todo hombre hay un afán de ser, de poder y de poseer no necesita demostración Se trata de las tendencias innatas del ser humano que, cuando se desordenan, se consolidan como «estructuras de pecado» de las que habla el magisterio de la Iglesia. Y de estas tendencias del corazón que se busca a sí mismo sólo nos defiende la gracia de Cristo, la recta intención y la decidida voluntad de servir a Dios y no pretender servirse de él con motivos de una aparente espiritualidad que olvida el principio fundamental de la vida cristiana: negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo.

En el evangelio de hoy tenemos un ejemplo de que estas tendencias estaban vivas en los apóstoles. Cuando Jesús, que caminaba con ellos, anuncia que debe sufrir la muerte para resucitar al tercer día, el evangelista dice que no entendían lo que decía y les daba miedo preguntarle. Una vez en casa, Jesús les pregunta sobre lo que hablaban por el camino, y ellos «callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). 

Es obvio que se avergonzaban del objeto de su deseo: ser importante o el primero. También entre ellos había sus aspiraciones. Y Jesús, adivinando sus pensamientos, les dio: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,38). Y esto es sin duda difícil de cumplir y lo más opuesto al ansia de poder. Esta tentación —la del poder—no se evita pensando que el poder en la Iglesia es un poder espiritual, porque sabemos bien hasta qué punto lo espiritual puede llegar a ser mundano y tan peligroso como el simple poder temporal.

Madeleine Delbrel, una laica francesa en proceso de canonización, decía que el sacerdote tenía dos vidas: una divina y otra humana. Pero añadía que, con frecuencia, otra vida se interponía entre las dos y las deterioraba, la que ella llamaba el «medio clerical»: «Su vocabulario, su manera de vivir, su forma de llamar las cosas, su gusto de los pequeños intereses y de las pequeñas disputas de influencia, todo esto le fabrica una máscara que nos oculta dolorosamente el sacerdote». Así es: de esto nos advierte Jesús cuando nos invita al servicio limpio y desinteresado, sea donde sea. 

Sin intrigas ni maniobras para lograr un puesto u otro; sin ocultas intenciones para llegar a ser el primero. «Quien quiera ser el primero —dice Jesús— que sea el último de todos y el servidor de todos». Sólo entonces, cuando somos capaces de acoger a un niño y servirle con todas nuestras energías, como hace y dice Jesús, podemos decir que la vida divina se trasparenta en nuestra condición humana y aparece el verdadero rostro del sacerdote, que, como su Señor, no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida por sus hermanos. Es muy posible que, si todos viviéramos así, habría más jóvenes dispuestos a seguirnos y empeñar sus vidas en el seguimiento de Cristo. He aquí la tarea más hermosa que el hombre puede imaginar en esta tierra.

  + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia