El 12 de septiembre la Iglesia celebra el «Dulce Nombre de María» la cual, desde los primeros siglos, ha acompañado la historia de la Ciudad Eterna con sus cientos de imágenes repartidas por la capital
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Esta Madonnella se encuentra en la Plaza dell'Orologio. Dominio público |
Estas
figuras, silenciosas guardianas de la ciudad, observan desde lo
alto, protegiendo a los transeúntes y los hogares con su mirada. Aunque muchas
veces se confunden con el entorno, cada una de ellas tiene una historia única
que contar, vinculada a la fe popular y la devoción mariana que ha marcado
profundamente a Roma.
Las Madonnelle son
más que simples elementos decorativos; son símbolos de la tradición cristiana
que se remontan a la antigua Roma. Durante los primeros siglos del
cristianismo, los pequeños templetes dedicados a deidades paganas que protegían
las encrucijadas de las calles fueron transformados en espacios devocionales
para las imágenes de la Virgen María. A partir de ese momento, las Madonnelle comenzaron
a aparecer por toda la ciudad, especialmente en los rincones de palacios y
edificios históricos, convirtiéndose en testigos silenciosos de la vida romana.
De
altares paganos a rincones para la Virgen
El
origen de estas imágenes se remonta a la época de los Lares, antiguas deidades
romanas que protegían los cruces de caminos y las casas. Con la expansión del
cristianismo, esos pequeños altares paganos fueron sustituidos por
edículos votivos dedicados a la Virgen María. Desde entonces, la figura de
María pasó a ser protectora de los barrios, intersecciones y plazas de Roma. A
día de hoy, se estima que aún quedan unas 500 Madonnelle, aunque en
tiempos anteriores eran miles.
Estas imágenes de la Virgen María, realizadas en diversos
materiales como mosaicos, frescos o esculturas de mármol, muchas veces no solo
servían como símbolos religiosos, sino también como una fuente de luz en la
ciudad. Hasta principios del siglo XX, los habitantes de los barrios mantenían
siempre encendidas velas o lámparas de aceite frente a
las Madonnelle, iluminando así las oscuras calles de Roma y
ofreciendo protección espiritual a quienes pasaban por allí. La fe popular las
consideraba no solo guardianas, sino también milagrosas. Algunas, como la Madonna
de Strada Cupa, fueron trasladadas a iglesias debido a los numerosos
milagros que se les atribuyeron.
Uno de
los episodios más asombrosos relacionados con estas imágenes ocurrió en 1796,
en vísperas de la invasión napoleónica. Durante el mes de julio de ese año, se
cuenta que varias Madonnelle en diferentes puntos de Roma
comenzaron a mover sus ojos, generando un gran revuelo entre los fieles.
La Madonna dell'Archetto, ubicada en el Rione Trevi, fue una
de las más veneradas por estos milagros, y debido a su fama, fue trasladada
posteriormente a una capilla. De las 26 imágenes que se examinaron tras este
fenómeno, cinco fueron declaradas milagrosas.
Pasear
por las calles de Roma es, en cierto sentido, caminar bajo la protección de la
Virgen María. Cada Madonnella recuerda la profunda
devoción de la ciudad a la Madre de Dios y su rol como protectora y
guía espiritual. La más antigua de estas imágenes, conocida como «Imago
Pontis», data de 1523 y fue obra de destacados artistas de la época. A lo
largo de los siglos, muchas otras han aparecido, desde simples reproducciones
hasta verdaderas obras maestras acompañadas de exvotos, ofrendas y relatos de
milagros.
La historia de las Madonnelle no solo es una
expresión de la religiosidad popular, sino también un reflejo del arte y la
historia de Roma. La autora María Cristina Martini, apasionada del arte sacro,
ha dedicado años a documentar estas pequeñas obras maestras en su serie de
libros Madonnelle di Roma. En ellos, Martini recoge
historias y anécdotas de estas Vírgenes, clasificándolas según su ubicación: en
las entradas de edificios, en esquinas o directamente en la calle. Su objetivo
es inmortalizar las Madonnelle y proteger este patrimonio que,
aunque a veces deteriorado, sigue siendo una parte esencial del paisaje urbano
de Roma.
Un ejemplo conmovedor es la Madonna delle Bombe,
ubicada cerca de San Pedro. Esta representación de la Virgen María, sentada con
el Niño Jesús bendiciendo a su lado derecho, es más que una simple obra de arte
devocional: es el símbolo de un milagro que marcó a Roma durante la Segunda
Guerra Mundial. Su nombre se debe a que esta imagen sobrevivió
milagrosamente a un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial.
Originalmente
colocada cerca de la Porta Cavalleggeri, fue trasladada a su ubicación actual,
protegida por un marco de madera, después de que la zona cercana fuera tapiada
en 1870. Sin embargo, su momento más icónico llegó en 1944, cuando un bombardeo
impactó cerca de los Jardines del Vaticano, arrojando seis bombas en la zona.
Aunque la explosión rompió ventanas y dejó marcas en la pared que rodea la imagen,
el cristal que protegía a la Virgen quedó intacto, preservando milagrosamente
la efigie. Este evento aumentó su estatus como protectora de los fieles,
quienes la veneraban bajo el título de «Señora de las Gracias».
Así, al caminar por Roma, es recomendable alzar la mirada y buscar estos pequeños altares dedicados a la Virgen. Cada Madonnella es un recordatorio de la profunda fe de la ciudad y de la constante presencia de María, velando por todos aquellos que recorren las calles de la Ciudad Eterna.
María Rabell García Corresponsal en Roma y
El Vaticano
Fuente: El Debate