Amable, de espíritu abierto, sonriente y amigo de la claridad, Fernando Ocáriz subraya que hay un núcleo inmutable del Opus Dei: «La santidad en medio del mundo»
Fernando Ocáriz - Dominio público |
Junto
a la repisa de la chimenea, se alzan dos pequeños estantes con una fotografía
de san Josemaría acompañado de
algunos de los primeros miembros del Opus Dei y tres libros de referencia para
el fundador: la poesía de Jacint
Verdaguer, la de Joan Maragall y la Biblia.
«Cuando
llegué a Roma en 1967 dormíamos en habitaciones con cuatro literas y una cama y
en este salón se reunían unos 200 miembros del Colegio Romano de la Santa
Cruz». Fernando Ocáriz Braña (París,
1944, el menor de ocho hermanos de una familia exiliada) es, desde 2016, el
tercer prelado del Opus Dei. Licenciado en Física por la Universidad de
Barcelona y doctor en Teología por la Universidad de Navarra, Ocáriz se ordenó
sacerdote en 1971 y convivió en Roma con Escrivá de Balaguer y Álvaro del
Portillo.
Posteriormente
fue el apoyo más directo de Javier
Echevarría. Los tres están enterrados en la iglesia de Santa María de
la Paz, que se encuentra en el mismo complejo. Buena parte de su trabajo
teológico lo desarrolló también al lado del cardenal Ratzinger,
en la congregación para la Doctrina de la Fe. Un balance de 57 años de trabajo
desde la sede central del Opus Dei que ha alternado con la enseñanza
universitaria. Forma parte de la estructura de Gobierno de la Obra desde 1994,
año del fallecimiento del beato Álvaro del Portillo.
Amable,
de espíritu abierto, sonriente y amigo de la claridad, Fernando Ocáriz subraya
que hay un núcleo inmutable del Opus Dei: «La santidad en medio del mundo».
Ahora, camino del centenario, la Obra perfila su futuro profundizando en la
propia identidad y trabajando en confianza con el Vaticano para la adecuación
de los estatutos a las nuevas disposiciones papales. En este momento la
Prelatura está presente en 68 países y cuenta con 93.700 miembros, de los que
2.122 son sacerdotes. El 60 %, aproximadamente, son mujeres y el 40 % hombres.
La anécdota la aporta Marc Carroggio,
del servicio de comunicación de la Prelatura, mientras nos acercamos a los
ventanales del salón que dan al Viale Bruno Buozzi: «En cierta ocasión, una
persona preguntó a san Josemaría cual era su capilla preferida en este
edificio, y acercándose a los ventanales y señalando a la calle, dijo: es esa,
porque nuestra vocación es la de buscar a Dios en medio del mundo».
–¿Qué
se mantiene y qué ha cambiado en la Obra durante todo este tiempo?
–En el Opus Dei hay un espíritu de fondo, un mensaje
significativo sobre la santidad en medio del mundo, que no ha cambiado: es el
núcleo inmutable que le da sentido, porque, como sucede en las instituciones,
si el Opus Dei existe es precisamente para conservar y difundir en el tiempo un
determinado mensaje. Al mismo tiempo, ya el fundador, san Josemaría, teniendo
clara la necesidad de mantener intacto ese espíritu, decía que con el tiempo
las formas pueden y deben cambiar. En cien años, la sociedad y la Iglesia han
evolucionado mucho, y el Opus Dei también, pues es parte de la Iglesia y de la
sociedad.
Las transformaciones que han implicado fenómenos como la
globalización, la conquista femenina del espacio público, las nuevas dinámicas
familiares, etc., encuentran reflejo en el Opus Dei como institución y en la
vida real de sus miembros. Saber cambiar -modelando cualquier cambio desde lo
esencial- es un requisito para poder seguir siendo fieles a una misión.
–¿Cómo afectan al Opus Dei las nuevas disposiciones papales?
¿Inciden en el día a día de la institución?
–Lo
jurídico y lo vital son ámbitos que van unidos y que, al mismo tiempo, tienen
sus distinciones. En el día a día de los laicos, que están inmersos en los
asuntos de este mundo, las nuevas disposiciones no modifican el modo de vivir
su vocación a la Obra. Por lo que se refiere al Opus Dei en cuanto institución,
estamos trabajando con el Dicasterio del Clero para realizar las adecuaciones a
los estatutos, tal como lo ha pedido el Santo Padre en el Motu proprio Ad charisma tuendum. Como estamos todavía en
el proceso de estudio de dichas adecuaciones, no le puedo adelantar el
resultado. Sí le puedo asegurar que, en el desarrollo de estos trabajos, se ha
establecido un clima de diálogo y de confianza, propio de la Iglesia en cuanto
familia de Dios.
–¿No se clericaliza una institución de la Iglesia cuya razón de
ser son los laicos? ¿Hasta qué punto esas medidas pueden afectar al objetivo de
los laicos de ser santos en medio del mundo?
El mensaje del Opus Dei se dirige principalmente a los laicos y
laicas, hombres y mujeres en medio del mundo, que son desde el principio la
inmensa mayoría dentro de la Obra, y su razón de ser.
Del mismo modo que no se deberían absolutizar los carismas,
tampoco hay que hacerlo con el derecho. Por eso el Opus Dei ha pasado por
diversas soluciones institucionales para encontrar la fórmula más adecuada, en
la que se integre, por un lado, la custodia del carisma y, por otro, una figura
jurídica que le dé un lugar en la Iglesia y refleje su naturaleza sin
encorsetarla ni ahogarla.
–¿Buscará el Opus Dei del siglo XXI un nuevo molde jurídico, en
lugar de la prelatura personal, que se adapte mejor a las nuevas formas de vida
cristiana?
–La figura jurídica de prelatura personal se adaptó muy bien al
espíritu del Opus Dei y a sus apostolados. Como le comentaba anteriormente, nos
encontramos en pleno diálogo con la Santa Sede para la adecuación de los
estatutos. Como comprenderá, no sería prudente que me refiriera a un posible
nuevo molde jurídico antes de terminar el proceso en el que estamos trabajando
desde hace casi dos años.
La elasticidad del derecho canónico puede ayudar a combinar el
deseo de la Santa Sede y de la Obra misma de empujar la misión de la Iglesia en
un mundo cambiante, encontrando soluciones adecuadas sin quiebras
institucionales.
–Camino
del centenario, cuando el Opus Dei cuenta con obispos y arzobispos en todo el
mundo, ¿no sería adecuado que el prelado sea también obispo?
–Si me permite la aclaración, hay que tener en cuenta que los
pocos obispos y arzobispos que proceden del Opus Dei en el mundo, lo son de las
propias Iglesias particulares y, por tanto, responden solo al Papa, no tienen
ningún otro superior.
Pienso que el hecho de que el beato Álvaro y monseñor Javier
Echevarría recibieran la consagración episcopal fue muy bueno para reforzar la
comunión eclesial durante esos años, de 1991 a 2016. Actualmente, la cuestión
estriba en seguir fielmente las disposiciones del Santo Padre, más que en
detenerse en que sea más o menos adecuado.
–¿Por qué una parte de la jerarquía eclesiástica ha visto al
Opus Dei como un movimiento rival o una iglesia paralela cuando los fieles de
la Obra lo son también de las diócesis territoriales?
–Percibo, en general, aprecio por parte de la jerarquía y las
demás instituciones de la Iglesia. Las personas de la Obra somos conscientes de
navegar en la misma barca de la Iglesia, en la que conviven espiritualidades y
sensibilidades distintas. Todos tienen su lugar en esa barca y cada uno aporta
el carisma recibido de Dios y confirmado por la autoridad eclesial. Resaltaría
más bien la relación fraterna entre instituciones y la aspiración a una
verdadera comunión eclesial, en primer lugar con el Santo Padre.
Si ha habido recelos con alguna institución de la Iglesia,
quizás se deba a las relaciones humanas imperfectas, que deberíamos intentar
resolver día a día, con normalidad. A veces, los malentendidos también proceden
de la comprensible dificultad histórica de dar espacio a nuevas realidades
portadoras de una novedad que al principio puede resultar sorprendente. Me
gusta pensar que son algo del pasado.
–¿Cuál
es la situación actual del desarrollo del Opus Dei en el mundo? ¿Hay planes
específicos de expansión de cara al centenario? ¿En qué países hallan más
dificultades?
–Se podría decir que el desarrollo del Opus Dei transcurre como
el del resto de la Iglesia en el mundo. La Obra en su conjunto ha crecido en
los últimos años, pero eso no significa que crezca en todas partes o que lo
haga de la misma manera.
Por ejemplo, la Obra crece en países como Nigeria, Estados
Unidos o Brasil, mientras que su labor cuesta más en otros lugares, como en
Europa y Asia. Los obstáculos externos provienen a veces de la secularización
ambiental, de ciertos estilos de vida que dificultan formar familias duraderas
o comprender el celibato o las vocaciones dedicadas al servicio y al cuidado.
También hay obstáculos a los que todo cristiano en medio del mundo debe hacer frente,
como el peligro de la mundanización. Como no existe un contexto de fe
compartido, se requiere una especial finura de corazón para ser coherente con
los propios compromisos familiares o vocacionales.
Desde el punto de vista geográfico, la diversidad cultural y
religiosa es muy amplia. No es lo mismo encarnar una vocación cristiana en
ciudades de mayoría musulmana como Mombasa (Kenia) o Surabaya (Indonesia), que
en Lisboa o Varsovia. Como saben bien las personas de la Obra que viven en
estos lugares, la siembra evangelizadora mira a un horizonte de decenios, como
en China o Corea del Sur. En estos países, junto a las dificultades, se
advierte también un fuerte dinamismo eclesial traducido en conversiones,
bautizos de jóvenes y adultos, etc.
Por otra parte, la Obra se encuentra desde hace unos años en un
momento de reestructuración de circunscripciones con el fin de mejorar el
gobierno y la acción apostólica. En todo caso, con independencia de las
programaciones y reestructuraciones, es Dios mismo el que se abre paso en
cualquier tipo de sociedad, tocando el corazón de las personas, porque sólo Él
es la respuesta a los anhelos y esperanzas del ser humano.
–El Opus Dei fue la primera organización católica que admitió
como cooperadores a los no católicos. ¿Es, ante todo, un signo de ecumenismo?
–En 1950, cuando san Josemaría obtuvo de la Santa Sede
autorización para admitir en el Opus Dei, como cooperadores, a hombres y
mujeres no católicos, el movimiento ecuménico llevaba ya bastante tiempo en
marcha, tanto dentro de la Iglesia católica como en el marco de las demás
confesiones cristianas. Fue una manifestación más de ese impulso natural a la
unión de todos los creyentes en Jesucristo. Desde entonces, ha habido muchos
frutos de amistad y diálogo con personas de otras confesiones religiosas.
–¿Cómo deben actuar los cristianos ante el ambiente creciente de
polarización política y social en tantas partes del mundo?
–En lo opinable, con mucha libertad. Como cristianos, con caridad y comprensión. Y como decía san Josemaría: «Siempre como sembradores de paz y alegría», aunque a veces resulte difícil en ambientes encrespados y polarizados. Es importante querer y comprender a la gente, aunque a veces piensen distinto.
Ramón Balmes
Fuente: El Debate