¡Cuántas biblias, evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a través de desiertos, ríos y mares y de las fronteras de todos los continentes!
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En
su mensaje para la 110ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado del
próximo 29 de septiembre, Francisco invita a rezar por “quienes han tenido que
abandonar su tierra en busca de condiciones de vida dignas”. Personas, escribe,
que viven la “experiencia de Dios como compañero de viaje”: “Cuántas Biblias,
Evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus
viajes a través de desiertos, ríos, mares y fronteras de todos los
continentes”.
Se había conmovido al Papa, y el
mundo con él en el 2017, cuando representantes de la Acción Católica le habían
llevado de regalo un ejemplar del Nuevo Testamento y los Salmos, en inglés,
encontrados en el fondo de una barca de migrantes procedente de Lampedusa.
Francisco había besado el libro, maltrecho por las vicisitudes de la travesía,
pero doblado con cuidado en la página del Salmo 55: “Escucha, Dios, mi
oración... Dame oídos, respóndeme, en mi queja me agito. Gimo ante la voz del
enemigo, bajo el abucheo del impío; pues vierten sobre mí falsedades y con saña
me hostigan”.
El recuerdo de aquel momento
probablemente afloró en la mente del Papa cuando redactó su Mensaje para la 110ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado del
29 de septiembre, titulado “Dios camina con su pueblo”, en el que Francisco
-subrayando una vez más que Cristo está en el rostro de los migrantes e
invitando a hacer “sínodo” con ellos- recuerda que estas personas, huyendo de
su patria, «experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de
salvación». Señal de ello son todos los símbolos religiosos cristianos que
resurgen cada vez de las dramáticas travesías.
¡Cuántas biblias, evangelios,
libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a
través de desiertos, ríos y mares y de las fronteras de todos los continentes!
En camino con
los que abandonan su tierra
Los prófugos se encomiendan a Dios
antes de partir: “A Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan
consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos
en el camino. A Él, en la oración, confían sus esperanzas”.
En esta Jornada dedicada a los
migrantes y refugiados, unámonos en oración por todos aquellos que han tenido
que abandonar su tierra en busca de condiciones de vida dignas. Sintámonos en
camino junto con ellos, hagamos juntos “sínodo”.
Sinodalidad y
migración
Migración y sinodalidad, un nexo
inédito, dos conceptos aparentemente divergentes. En cambio, el Papa
-recordando la primera Sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo
concluida en octubre de 2023, que permitió profundizar la sinodalidad “como camino
conjunto del Pueblo de Dios”- subraya que es precisamente “el énfasis puesto en
su dimensión sinodal le permite a la Iglesia redescubrir su naturaleza
itinerante”. La naturaleza, es decir, escribe Francisco, “del Pueblo de Dios en
camino a través de la historia, peregrinante, diríamos ‘emigrante’ hacia el
Reino de los Cielos”. La referencia es espontánea al Éxodo, pero en general en
los emigrantes de nuestro tiempo, como en los de todas las épocas, se refleja
«una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna.
Sus viajes de esperanza nos
recuerdan que nuestra ciudadanía está efectivamente en el cielo y que desde
allí esperamos al Señor Jesucristo como salvador.
Probados por
la sed y el hambre, agotados, se ven tentados por la desesperación
La imagen del éxodo bíblico y la de
los migrantes, según el Papa Francisco, “guardan ciertas similitudes”. Como el
pueblo de Israel en tiempos de Moisés, los migrantes de hoy “huyen a menudo de
situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de
proyectos de desarrollo”. Y como los hebreos en el desierto, “también los
emigrantes encuentran muchos obstáculos en su camino: son probados por la sed y
el hambre; se agotan por el trabajo y la enfermedad; se ven tentados por la
desesperación”.
Pero la realidad fundamental del
éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y
de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. La presencia de Dios en medio
del pueblo es una certeza de la historia de la salvación, asegura el Papa
Dios no sólo camina con su pueblo,
sino también en su pueblo, en el sentido de que se identifica con los hombres y
las mujeres en su caminar por la historia, especialmente con los últimos, los
pobres, los marginados, como prolongación del misterio de la Encarnación.
Encuentro con
el migrante, encuentro con Cristo
Por eso, reitera el Pontífice, “el
encuentro con el migrante» es «también un encuentro con Cristo”. Nos lo dijo el
mismo Jesús: “Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento,
forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y
ayudemos”. El juicio final narrado por Mateo en el capítulo 25 de su Evangelio
no deja lugar a dudas: “estaba de paso, y me alojaron”. Por eso, cada
encuentro, “es una oportunidad para encontrar al Señor; y es una oportunidad
cargada de salvación, porque en la hermana o en el hermano que necesitan
nuestra ayuda, está presente Jesús”.
En este
sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro
del Señor.
La oración del
Papa
Al final del
Mensaje, una oración compuesta para la ocasión:
Dios, Padre
todopoderoso,
somos tu
Iglesia peregrina
que camina
hacia el Reino de los Cielos.
Cada uno de
nosotros habita en su propia patria,
pero como si
fuéramos extranjeros.
Toda región
extranjera es nuestra patria,
sin embargo,
toda patria es para nosotros tierra extranjera.
Vivimos aquí
en la tierra,
pero tenemos
nuestra ciudadanía en el cielo.
No permitas
que nos constituyamos en amos
de la porción
del mundo
que nos has
dado como hogar temporal.
Ayúdanos a no
dejar nunca de caminar
junto con
nuestros hermanos y hermanas migrantes
hacia la
morada eterna que tú nos has preparado.
Abre nuestros
ojos y nuestro corazón
para que cada
encuentro con los necesitados
se convierta
también en un encuentro con Jesús,
Hijo tuyo y
Señor nuestro.
Amén.
Salvatore Cernuzio – Ciudad del
Vaticano
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