En este sexto domingo de Pascua, Jesús utiliza el
término «amigos» para designar a los apóstoles:
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| Dominio público |
Tres veces
aparece en este texto la palabra «amigos». En primer lugar, para decir que el
amor más grande consiste en dar la vida por sus amigos; indica después que
Jesús ya no los llama siervos, sino amigos; y termina diciendo en qué consiste su
amistad: Dar a conocer todo lo que ha oído de su Padre.
Se han
escrito tratados sobre la amistad desde el célebre de Cicerón hasta nuestros
días. Las palabras amistad y amigo son usadas con diferentes sentidos, puesto
que hay amistades íntimas y otras más superficiales, que pueden reducirse a la
simple camaradería o al compañerismo. La amistad de Cristo tiene su toque de
absoluta novedad. Dice un exegeta alemán: «Considero la amistad con Jesús como
un faro en el horizonte de nuestra época». Relaciona la amistad con la luz. Y
en su tratado sobre la amistad con Cristo, Benson afirma que «la amistad de
Dios es un río a cuyas aguas pueden acercarse cualquier hombre que lo desee».
Lo más llamativo
del concepto de amistad que emplea Jesús es la razón que da para llamar amigos
a sus discípulos: Consiste en que todo lo que ha oído a su Padre se lo ha dado
conocer. San Agustín se preguntaba ante esta afirmación: «¿Quién se atreverá a
afirmar o creer que exista un hombre que sepa todo cuanto el Hijo de Dios oyó
de su Padre?». Es una cuestión muy aguda. Un cristiano cabal es aquel que ha
recibido de Jesús la enseñanza del Padre.
Y esto,
naturalmente, no se alcanza estudiando mucho ni leyendo libros de fe, sino
mediante la apertura del corazón a la revelación de Cristo. Esto explica que
muchos cristianos sin letras hayan alcanzado un conocimiento de Dios muy
superior al de muchos teólogos. Hablamos, por tanto, de un conocimiento que
Jesús da como «don» a quienes se unen a él gracias al misterio de la redención.
De ahí que Jesús diga al comienzo de sus palabras que nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos. Si él ha dado la vida por los que
ama es lógico pensar que, en esa vida suya, está incluido el conocimiento que
él tiene de su Padre.
Esto cambia
totalmente la perspectiva que muy a menudo tenemos de la relación con Jesús,
más parecida a la del siervo que acata y obedece sus preceptos que a la del
amigo que nos hace sus confidencias, y a quien debemos corresponder con las
nuestras; o, mejor aún, con la entrega de nuestra propia vida. Porque unas
confidencias que no llegan a la entrega total de uno mismo, quedan siempre al
margen de la propia vida: son palabras que se dicen, incluso con total
sinceridad, pero no implican la total donación de uno mismo.
Podemos decir
que amamos mucho a una persona y, sin embargo, no darnos plenamente a ella.
Esto sería, en el contexto del que hablamos, una amistad que no toca el núcleo
más íntimo de la persona. Jesús se ha dado totalmente a los suyos. Sin reservas
y con la revelación de lo que el Padre le ha dicho a él. Por eso, se alegra en
un momento de su vida cuando dice: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y
se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido
bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más
que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar» (Mt 11,25-27).
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
