COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «OS LLAMO AMIGOS»

En este sexto domingo de Pascua, Jesús utiliza el término «amigos» para designar a los apóstoles: 

Dominio público
«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,13-15).

Tres veces aparece en este texto la palabra «amigos». En primer lugar, para decir que el amor más grande consiste en dar la vida por sus amigos; indica después que Jesús ya no los llama siervos, sino amigos; y termina diciendo en qué consiste su amistad: Dar a conocer todo lo que ha oído de su Padre.

 Se han escrito tratados sobre la amistad desde el célebre de Cicerón hasta nuestros días. Las palabras amistad y amigo son usadas con diferentes sentidos, puesto que hay amistades íntimas y otras más superficiales, que pueden reducirse a la simple camaradería o al compañerismo. La amistad de Cristo tiene su toque de absoluta novedad. Dice un exegeta alemán: «Considero la amistad con Jesús como un faro en el horizonte de nuestra época». Relaciona la amistad con la luz. Y en su tratado sobre la amistad con Cristo, Benson afirma que «la amistad de Dios es un río a cuyas aguas pueden acercarse cualquier hombre que lo desee».

 Lo más llamativo del concepto de amistad que emplea Jesús es la razón que da para llamar amigos a sus discípulos: Consiste en que todo lo que ha oído a su Padre se lo ha dado conocer. San Agustín se preguntaba ante esta afirmación: «¿Quién se atreverá a afirmar o creer que exista un hombre que sepa todo cuanto el Hijo de Dios oyó de su Padre?». Es una cuestión muy aguda. Un cristiano cabal es aquel que ha recibido de Jesús la enseñanza del Padre.

Y esto, naturalmente, no se alcanza estudiando mucho ni leyendo libros de fe, sino mediante la apertura del corazón a la revelación de Cristo. Esto explica que muchos cristianos sin letras hayan alcanzado un conocimiento de Dios muy superior al de muchos teólogos. Hablamos, por tanto, de un conocimiento que Jesús da como «don» a quienes se unen a él gracias al misterio de la redención. De ahí que Jesús diga al comienzo de sus palabras que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Si él ha dado la vida por los que ama es lógico pensar que, en esa vida suya, está incluido el conocimiento que él tiene de su Padre.

Esto cambia totalmente la perspectiva que muy a menudo tenemos de la relación con Jesús, más parecida a la del siervo que acata y obedece sus preceptos que a la del amigo que nos hace sus confidencias, y a quien debemos corresponder con las nuestras; o, mejor aún, con la entrega de nuestra propia vida. Porque unas confidencias que no llegan a la entrega total de uno mismo, quedan siempre al margen de la propia vida: son palabras que se dicen, incluso con total sinceridad, pero no implican la total donación de uno mismo.

Podemos decir que amamos mucho a una persona y, sin embargo, no darnos plenamente a ella. Esto sería, en el contexto del que hablamos, una amistad que no toca el núcleo más íntimo de la persona. Jesús se ha dado totalmente a los suyos. Sin reservas y con la revelación de lo que el Padre le ha dicho a él. Por eso, se alegra en un momento de su vida cuando dice: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,25-27).

 César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia