Frente a los acontecimientos imprevisibles de la existencia, la fortaleza "nos hace marineros resistentes, que no se asustan ni se desaniman"
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A la virtud cardinal de la fortaleza que nos ayuda a superar los
miedos, las angustias y las pruebas de la vida, ha dedicado Francisco su
catequesis en la audiencia general de hoy: "Nos hace marineros resistentes
que no se asustan ni se desaniman". Es también lo que nos hace tomar en
serio el desafío del mal y de la indiferencia. Hoy son raras las personas
"incómodas y visionarias", dice el Pontífice, invitándonos a
redescubrir en el Evangelio "la fortaleza de Jesús".
"La más 'combativa' de las
virtudes", la que nos ayuda a dar fruto en la vida: es la fortaleza,
la tercera virtud cardinal después de la prudencia y la justicia. En su
audiencia general de ayer, 10 de abril, en la Plaza de San Pedro, el Papa
Francisco continuó su serie de catequesis sobre las virtudes poniéndolas en
relación con el Catecismo de la Iglesia católica y el pensamiento de los
antiguos, los filósofos griegos y los teólogos cristianos. "La fortaleza
es la virtud moral que, en las dificultades, asegura la firmeza y la constancia
en la búsqueda del bien. Reafirma la decisión de resistir a las tentaciones y
de superar los obstáculos en la vida moral", es la descripción que hace el
Catecismo.
Jesús conoce las
emociones humanas
Para los antiguos, la virtud de
la fortaleza estaba ligada al "apetito irascible", es decir, a las
pasiones que reconocían que había en el hombre, y el Papa comenta que las
pasiones no son siempre "el residuo de un pecado", sino que hay que
educarlas y orientarlas al bien. "Jesús tenía pasión", afirma.
Un cristiano sin valor, que no
doblega sus propias fuerzas al bien, que no molesta a nadie, es un cristiano
inútil. Jesús no es un Dios diáfano y aséptico, que no conoce las emociones
humanas. Por el contrario. Ante la muerte de su amigo Lázaro, rompe a llorar; y
en algunas de sus expresiones resplandece su espíritu apasionado.
No ceder a los
temores que surgen en nuestro interior
Siempre según los pensadores
antiguos, la fortaleza tenía "un doble desarrollo, uno pasivo y otro
activo", y el Papa explica que el primero "se dirige hacia el
interior de nosotros mismos", para luchar contra esos "enemigos
internos" como el miedo, la culpa y la angustia, por los que corremos el
riesgo de quedarnos paralizados. Se trata de vencer "contra nosotros
mismos", observa Francisco, no cediendo a esos miedos que, en su mayoría,
"son irreales y no se hacen realidad en absoluto".
Mejor entonces invocar al
Espíritu Santo y afrontarlo todo con paciente fortaleza: un problema cada vez,
según nuestras posibilidades, ¡pero no solos! El Señor está con nosotros, si
confiamos en Él y buscamos sinceramente el bien. Entonces, en cada situación,
podemos contar con que la Providencia de Dios será nuestro escudo y nuestra
armadura.
Tomarse en serio la
presencia del mal en el mundo
Para cada uno de nosotros está
entonces la lucha que hay que sostener contra los "enemigos externos, que
son las pruebas de la vida", continúa el Pontífice, y aquí vemos el
segundo movimiento de la virtud de la fortaleza, el más activo. Frente a los
acontecimientos imprevisibles de la existencia, la fortaleza "nos hace
marineros resistentes, que no se asustan ni se desaniman". Debemos,
subraya, tomarnos "en serio el desafío del mal en el mundo", no
fingir que no existe:
Basta ojear un libro de historia,
o por desgracia incluso los periódicos, para descubrir las “nefandas” de la que
somos en parte víctimas y en parte protagonistas: guerras, violencia,
esclavitud, opresión de los pobres, heridas que nunca han cicatrizado y que aún
sangran. La virtud de la fortaleza nos hace reaccionar y gritar un
rotundo “no” a todo esto.
Repetir nuestro
"no" al mal y a la indiferencia
Un "no" que nos sacude
en un contexto, el occidental, que según el Papa "lo ha aguado todo",
que considera todo igual, donde a veces se siente "una sana nostalgia de
los profetas", figuras "incómodas y visionarias", que son muy
raras.
Necesitamos que alguien nos
levante del “blando lugar” en el que nos hemos acostado y nos haga repetir con
decisión nuestro “no” al mal y a todo lo que conduce a la indiferencia.
"No" al mal y "no" a la indiferencia; "sí" al
camino, al camino que nos hace avanzar y por el que debemos esforzarnos.
Francisco concluye invitándonos a
mirar la fortaleza de Jesús en el Evangelio y el ejemplo de los santos para que
también nosotros aprendamos a vivirla.
Adriana Masotti - Ciudad del Vaticano
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