Con la templanza – tema de la catequesis del Papa correspondiente a la audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro – se concluyó la reflexión sobre las cuatro virtudes cardinales
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Después de la fortaleza, la justicia y la prudencia, la templanza
es la cuarta virtud cardinal sobre la que Francisco invitó a reflexionar esta
mañana durante la audiencia general celebrada en una Plaza de San Pedro.
"Es la virtud de la justa medida" y "va bien con actitudes
evangélicas como la pequeñez y la mansedumbre". No hace gris a la persona,
al contrario, le da alegría porque "hace disfrutar mejor de los bienes de
la vida"
Con la templanza – tema de la
catequesis del Papa correspondiente a la audiencia general de esta mañana
celebrada en la Plaza de San Pedro – se concluyó la reflexión sobre las
cuatro virtudes cardinales a las que Francisco se refirió en las últimas
semanas, revelando sus raíces y su riqueza para nuestra vida. "Para los
griegos – observó el Santo Padre – la práctica de la virtud tenía
como meta la felicidad”.
"No es verdad que la
templanza vuelva a uno gris y sin alegría", dijo el Pontífice al describir
la templanza y quién es la persona que la posee, inspirándose de nuevo en el
pensamiento de los antiguos y refiriéndose al Catecismo de la Iglesia
Católica.
“No sigas tu instinto y tu fuerza
complaciendo las pasiones de tu corazón. (...) Una mala pasión arruina a quien
la posee y lo convierte en objeto de burla para sus enemigos”
Capacidad de
autodominio y justa medida
Para los filósofos griegos, la
templanza significa "poder sobre uno mismo". "Esta virtud es,
por tanto, la capacidad de autodominio, el arte de no dejarse arrollar por las
pasiones rebeldes", dijo el Papa. Y recordó que para el Catecismo, es la
virtud que "asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y
mantiene los deseos dentro de los límites de la honestidad". Y añadió:
“Así pues, la templanza, como
dice la palabra en italiano, es la virtud de la justa medida. En cualquier
situación, uno se comporta con prudencia, porque las personas que actúan
siempre movidas por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco
fiables. En un mundo en el que tanta gente presume de decir lo que piensa, la
persona templada prefiere, en cambio, pensar lo que dice”
La importancia de
frenar los impulsos y las palabras
Ante los placeres de la vida,
reiteró Francisco, la templanza nos enseña a actuar con juicio. "El libre
curso de las pulsiones y la licencia total concedida a los placeres acaban
volviéndose contra nosotros mismos, sumiéndonos en un estado de
aburrimiento", advirtió el Obispo de Roma. Sabiendo cuánto cuentan en las
relaciones humanas, el Papa dijo que la persona que posee la templanza también
sopesa bien sus palabras.
“No permite que un momento de
rabia arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con
dificultad. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son
menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones,
irritaciones y enojos. Hay un tiempo para hablar y otro para callar, pero ambos
requieren la justa medida”
Reprender, si es
necesario, pero con comprensión y empatía
Además, el Papa Francisco afirmó que controlar la propia irascibilidad no siempre significa mostrarse pacíficos, a veces incluso puede ser necesario indignarse o pronunciar una palabra de reproche.
Quien tiene templanza sabe que no
hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario:
de lo contrario, se ofrecería campo abierto al mal. En ciertos casos, el que
tiene templanza consigue mantener unidos los extremos: afirma principios
absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las
personas y muestra empatía por ellas.
La templanza da
equilibrio
En un mundo en el que todo
impulsa hacia el exceso – prosiguió el Papa –la persona que pone en práctica la
templanza representa el equilibrio y vive valores cercanos al estilo del
Evangelio como la pequeñez, la discreción y la mansedumbre. Al concluir, el Pontífice
ofreció algunos ejemplos de la persona que posee la templanza:
Es sensible, sabe llorar y no se
avergüenza de ello, aunque no llora sobre sí mismo. Derrotado, se levanta de
nuevo; victorioso, es capaz de volver a su antigua vida oculta. No busca el
aplauso, pero sabe que necesita a los demás. No es cierto que la templanza nos
vuelva grises y sin alegría. Al contrario, hace que uno saboree mejor los
bienes de la vida.
Adriana Masotti – Ciudad del
Vaticano
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