¿Cuánta limosna hay que dar? ¿Es lo mismo pobreza, miseria y cutrez? ¿Cómo aplicar esta virtud?
En Cuaresma puede ser bueno prescindir de lo necesario, para |
Cuando se habla de la pobreza, más de uno nos ponemos nerviosos.
Son muchos los santos que han reflexionado sobre ella, como un puntal fundamental de la vida
cristiana, pero todavía queda mucho que decir. Por eso, los tres sacerdotes
de Red de Redes, el programa de catequesis semanal de
la Asociación Católica de
Propagandistas (ACdP), dedican el capítulo más reciente a esta
cuestión.
Antonio María
Domenech, Patxi Bronchalo y Jesús Silva arrancan con una declaración de
intenciones: “En el Evangelio, Jesucristo nos enseña con su vida que para ser
perfectos podemos seguir tres consejos, que son la obediencia, la castidad y la pobreza”, apunta Domenech. Y
Silva añade que esto no son votos: “Una monja hace voto de pobreza, castidad y
obediencia, y un cura diocesano, una promesa de obediencia y celibato… pero los
consejos evangélicos son para to' quisqui,
para todos”.
Pobreza, no miseria
Domenech también realiza una distinción inicial: “Ser pobre no es lo mismo que ser miserable”. Este último sería quien no tiene lo necesario para vivir, aquel a quien le falta techo, comida o ropa. “O sea, que en realidad no hay que acabar con la pobreza, sino con la miseria”, reflexiona Bronchalo, y Silva lo corrobora: “Hay que huir de la miseria, y tener lo suficiente para vivir y dar de comer a los míos”.
La pobreza, para todos
Los sacerdotes destacan que la pobreza evangélica es un llamado para todos, sea
cual sea nuestro estado de vida. “En un primer lugar, consiste en conformarse
con lo que uno tiene, y no querer aquello que está fuera de nuestro estado de
vida o condición”, dice Domenech. “La norma es dar de limosna todo lo que te sobre, pero el discernimiento
no tiene normas fijas”, señala Silva.
En clave evangélica, los presentadores de Red
de Redes recuerdan el pasaje que recogen tanto Marcos como
Lucas de la viuda que fue al templo y echó como ofrenda dos pequeñas monedas.
“En verdad os digo que esta
viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie, porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir”, dice Jesús. “Él no dice que todos tengamos que
hacer como la viuda, pero sí que ella ha echado más”, comenta Silva.
Lo necesario, lo conveniente
y lo superfluo
También —añade Domenech— hay que distinguir entre lo necesario, lo
conveniente y lo superfluo, que es “aquello que no te hace ninguna falta, como la tele en la
cocina o la segunda Thermomix”, ironiza Domenech. “La sociedad de consumo se
mueve así, creándonos necesidades”, advierte Bronchalo. “Lo superfluo mata el
espíritu y es siempre un atentado contra los pobres, porque estás gastando un dinero que podrías
usar para ayudarles”, lamenta Silva.
Tras este primer paso —“fuera lo superfluo”, dice Silva—, viene discernir qué hacer con
lo conveniente, que varía según el caso y depende de la vida de cada uno: “Es
conveniente que una familia numerosa se compre una furgoneta pero a lo mejor no lo es que una persona sin
hijos se compre un Porsche”,
explica Silva. “No se pueden sacar normas fijas, estables y rígidas sobre la
pobreza: hay que ver en cada situación a qué te llama Dios”, repite.
¿Cuándo prescindir de lo
necesario?
“Hay ocasiones, como en Cuaresma, Adviento o en la etapa de educar
a los hijos, en que puede ser bueno prescindir de lo necesario, para que nos ayude a apreciar lo que
tenemos y dar gracias a Dios”, dice Domenech, y Bronchalo plantea que
esta perspectiva puede ser “un buen criterio” para elegir penitencias
cuaresmales: “Puedo preguntarme ¿en qué cosas necesarias estoy poniendo
demasiado el corazón?, porque no
solo se educa el alma cuando se es un niño”.
La pobreza espiritual
“El objetivo final es la pobreza espiritual”, recuerda Silva,
trayendo a colación las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. El pobre espiritual es,
señala, “aquel que se reconoce pecador, y reconoce que Cristo es su mayor riqueza, que
nada fuera de Él puede llenar su corazón y que está dispuesto a vivir
desprendidamente: es la cumbre de la santidad, en relación a la pobreza”.
En este sentido, desprenderse de lo superfluo, lo conveniente e
incluso en ocasiones de lo necesario puede ser “un signo” de que no solo de pan
vive el hombre. Ahora bien, “no
es lo mismo ser pobre de espíritu que tener un espíritu pobre”, advierte
Domenech. Pide a los católicos no ser pusilánimes, sino magnánimos, de corazón
grande, abiertos a hacer lo que Dios pida. “Encogerse no es bueno”, afirma.
“Pobreza no es cutrez”
En la misma línea, Bronchalo señala que “no hay que confundir pobreza con cutrez”, y Domenech añade
que “las cosas de Dios hay que hacerlas lo mejor posible”. No se trata, de
decir que, “como soy pobre, no pintaremos la Iglesia ni renovaremos las
ventanas”. “¡No! Para Dios lo mejor, y para tu familia, también”, dice. Además,
dice Bronchalo, hacer las cosas mal para los demás no encaja con la dignidad
que recibimos en el bautismo, por el que somos sacerdotes, profetas y reyes.
El capítulo concluye, como es habitual, con una tanda de
recomendaciones. Domenech recomienda leer la biografía y los escritos de san Francisco de Asís, modelo
de pobreza. Al hilo, Bronchalo recomienda el libro Sabiduría de un pobre, de
Eloi Leclerc, y Silva, investigar la vida de san Isidro Labrador desde la perspectiva de la pobreza,
vivida en su matrimonio con santa María de la Cabeza.
ACdP
Fuente: Religión en Libertad