Mons. Munilla destaca que es necesario integrar la mística, regalo de Dios, y la ascética, la "batalla moral" para que un creyente alcance la pureza del corazón
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ACI Prensa |
El Obispo de
Orihuela-Alicante (España), Mons. José Ignacio Munilla, explica lo que la
Iglesia Católica propone a través del catecismo para que los fieles cultiven la
pureza de corazón al tiempo que ofrece consejos para avanzar en este ejercicio
de piedad.
El Prelado
aborda esta cuestión dentro del ciclo de catequesis predicadas a través de su
canal de YouTube En
ti Confío basadas en los contenidos del Compendio del Catecismo de la
Iglesia Católica , cuyo número
529 responde a la pregunta "¿Cómo se llega a la pureza del
corazón?”.
“El bautizado,
con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la
pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de
intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los
sentimientos y de la imaginación, y con la oración”, detalla el Compendio.
A este
respecto, el Obispo español subraya que “todo bautizado está llamado a la
plenitud de la santidad”, y expone cómo el sacramento del “Bautismo es el que
nos da la semilla para que se vaya desarrollando en todo un árbol de santidad”.
Mons. Munilla
destaca que es necesario integrar la mística, regalo de Dios, y la ascética, la
"batalla moral" para que un creyente alcance la pureza del corazón.
Para ponerse en el camino de lograrlo, el Prelado presenta cuatro prácticas
necesarias.
1. Vive la
virtud de la castidad
Mons. Munilla
afirma que, en primer lugar, se debe vivir “la virtud de la castidad”, que
consiste en “amar con un corazón recto, con un corazón indiviso, amar sin
confundir ‘amar’ con ‘utilizar’”.
El Prelado
señala que “muchas personas no han sabido distinguir entre ambas cosas: amar o
utilizar”, en especial los más jóvenes. “Cuántos adolescentes abren su
experiencia a la vida sexual con un tipo de relaciones de usar y tirar, y en
seguida son conscientes de que son utilizados, y es una sensación muy triste,
muy dura”, apunta.
Además, añade
que a veces estas personas suelen pensar así: “Bueno, a mí me han utilizado,
ahora yo también voy a utilizar a otros”; y entonces “esas primeras
experiencias en la vida sexual muchas veces hacen que ellos lleguen a confundir
'amar' con 'utilizar'”.
En cambio, uno
experimenta un gozo grande cuando ama con el corazón puro, indiviso,
gratuitamente. Al vivir la castidad, “uno enseña a luchar contra la impureza,
porque merece la pena amar y ser amado así. Merece la pena ese modelo de amor”,
resalta.
Es por eso que
para alcanzar la pureza del corazón hay que vivir la castidad, pues “la mejor
manera de evitar el mal es aprender a gozar del bien”. Entonces, “cuando uno
goza de amar rectamente, esto le da un recurso muy grande para poder rechazar
las tentaciones que tenga, porque sabe el goce y la alegría que nace de amar en
castidad”, agrega.
2. Conserva
la pureza de intención
El Prelado señala que “además de alimentarnos con esos modelos de amor puro”, debemos “tomarnos en serio la batalla interior de la rectitud por la pureza de intención”.
Las personas
deben esforzarse por purificar sus intenciones en su relación con los demás,
pues “fácilmente se nos meten segundas o terceras intenciones”. Es decir, si
bien al inicio “tengo un buen deseo”, luego se pueden mezclar “otros deseos que
no son limpios”.
Para
explicarlo, Mons. Munilla cita el texto bíblico de la Carta de San Pablo a los
romanos 12, 2: “No se acomoden a este mundo, por el contrario, transfórmense
interiormente con una mentalidad nueva, para discernir la voluntad de Dios, lo
que es bueno y aceptable y perfecto”.
Esto quiere
decir que “no te conformes con mediocridades, no te conformes con lo que no sea
la pureza en el amor, no tomes como punto de referencia lo que mayoritariamente
hacen los demás. Que tu criterio de moralidad no sea un mínimo común
denominador de lo que en tu entorno se vive”, delinea el Prelado.
Por el
contrario, alienta a cuestionarse sobre qué es lo auténtico y verdadero y,
luego, ponerse como meta purificar el corazón “de todo lo que no sea un amor en
autenticidad” en toda circunstancia. “Tenemos que estar examinándonos, ver en
qué momento nos desviamos y tenemos que purificar la rectitud de intención con
la que procedemos”.
Por ejemplo, si
inicias “una conversación con buenas intenciones”, pero te das cuenta que te
estás desviando y conduciendo a esta persona para utilizarla o aprovecharte de
ella, o si de pronto comienzas a “preguntarle cosas por morbo o una curiosidad
malsana”, entonces detente y “purifica tu rectitud de intención”, aconseja.
3. Educa
la mirada exterior e interior
Mons. Munilla
señaló que para alcanzar la pureza del corazón “hay que educar la pureza de la
mirada. Sí, la mirada tiene que ser educada, tanto la mirada exterior [como la
interior]”.
Sobre la mirada
exterior, sugiere que “la manera de mirar a las personas es totalmente
diferente si alguien está mirando el rostro y viendo en ella su personalidad,
que si está casi despreciando su rostro y está mirando determinadas partes del
cuerpo en las que él siente una incitación”.
Sobre la mirada
interior, el Prelado recuerda que debemos rechazar el “estar fomentando
imaginaciones, toda una serie de ensoñaciones que obviamente no hacen bien”.
Entonces, “educar la mirada” implica muchas veces decirle “no” a la forma en
cómo miramos y pensamos.
Mons. Munilla
asegura que también es importante purificar “lo que vemos en televisión, en
internet” y cuestionarse: “¿Qué me ayuda a ser más puro? ¿Qué me impide ser más
puro?”.
En conclusión,
“se trata de cuidar tu mirada, porque es la ventana del corazón. Decimos que el
corazón es como la imagen bíblica de la interioridad del hombre, pero el
corazón tiene una ventana y esa ventana son los sentidos y, en buena medida, la
vista”.
4. Reza y
pide la gracia de vivir en pureza
Finalmente,
Mons. Munilla señala que “la oración es importantísima en este camino de
purificación”, pues al rezar “uno aprende a descansar en Dios, a descansar su
sensibilidad, a saber que solo en Dios puede encontrar la paz”.
Además,
recuerda que es importante que nuestra afectividad o afectos descansen en el
Señor. Por eso animó a que durante la oración personal se le pida a Dios “como
un mendigo” el don de la pureza. ¿Cómo? Diciendo a Dios: “Señor, sé Tú mi
pureza, sé Tú mi alegría”.
El Prelado
expone en su predicación que San Agustín de Hipona habla sobre esa gran batalla
por la pureza en el capítulo 6 de su famoso libro Confesiones, en el que
escribe lo siguiente: “Creía que la continencia dependía de mis propias
fuerzas, las cuales no sentía en mí. Siendo tan necio que no entendía lo que
estaba escrito: que nadie puede ser continente si Tú no le das la gracia. Y
cierto que Tú me la dieras si con interior gemido llamase a tus oídos y con fe
sólida arrojase en Ti mi cuidado”.
“San Agustín se
da cuenta que la continencia es un don de la gracia y que tiene que ser pedida,
deseada, rogada, como un mendigo que pide a Dios: ‘Señor, dame la gracia de
integrar en mi mundo interior dividido y de aprender a vivir en pureza’”,
concluye el Prelado.
Por Cynthia Pérez
Fuente: ACI Prensa