La mayor riqueza que tiene la Iglesia católica es la Eucaristía, nada más sagrado por tratarse del Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo
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Antoine Mekary | ALETEIA |
Cuando nuestro Señor
Jesucristo prometió: «He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el
fin del mundo» (Mt 28, 20),
nunca lo hizo en sentido figurado. Por supuesto, Él tenía que volver al lado
del Padre para que viniera el Paráclito (Jn 16, 7), pero ideó la manera de permanecer con
nosotros, y lo hizo bajo las especies de pan y vino.
Por ello, San Juan
Pablo II escribió en la encíclica Ecclesia de Eucharistia:
La Iglesia ha recibido la
Eucaristía de Cristo, su Señor, no solo como un don entre otros muchos, aunque
sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de
sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de
salvación.
Todo atentado contra la
Eucaristía es un sacrilegio
Entendemos, de esta
manera, que cualquier ofensa en contra de la santísima Eucaristía se convierte
en un acto gravísimo, cometiendo sacrilegio y mereciendo como castigo la
excomunión. El Código de Derecho Canónico lo declara así:
Can. 1382 – § 1. Quien arroja por
tierra las especies consagradas, o se las lleva o las retiene con una finalidad
sacrílega, incurre en excomunión latae sententiae reservada a
la Sede Apostólica; el clérigo puede ser castigado además con otra pena, sin
excluir la expulsión del estado clerical.
El acto de desagravio
Habiendo ofendido al
Señor con actos sacrílegos, es necesario desagraviarlo. Por ello, la Iglesia
exige realizar actos de desagravio, que son oraciones de reparación,
penitencia y perdón por las ofensas cometidas en contra de la santísima
Eucaristía.
No hay manera de que,
humanamente, podamos compensar a Dios por tanto que le ofendemos, pero algo
podemos hacer para retribuir su inmenso amor.
Hay muchas maneras
para desagraviar al Señor, como hacer procesiones, horas santas, actos
penitenciales, oraciones, personales y comunitarias, frente al Santísimo y
Misas, pero lo más importante será siempre demostrar nuestro amor al Señor
sacramentado y mantener nuestro respeto a la Eucaristía, procurando inculcar en
los demás los mismos sentimientos.
El Señor Jesús merece
todo, defendámoslo sin temor.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia