El pecado se presenta de muchas maneras, pues el tentador quiere que nos parezca atractivo para caer en él, por eso debemos estar alertas y evitar las ocasiones
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Imagen del Jardín del Edén/ Dominio público |
Existen
diversas formas de pecar -muchas y distintas- porque el maligno desea que el
humano comparta su triste destino. El Catecismo de la Iglesia católica dice:
«La variedad de
pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas
opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: ‘Las obras de la carne son
conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios,
discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya
os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios'»
(5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5,
3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).
CEC 1852
Por supuesto,
el demonio nos presenta las tentaciones atractivas y deseables, y en este mundo
donde las perversiones se han comenzado a ver normales, tenemos que estar
prevenidos para no pecar de las tres «íes»: ingenuidad, indiferencia e
ignorancia.
1. INGENUIDAD
Alguien ingenuo
es aquella persona a la que le falta malicia, es demasiado cándida y confiada.
No podemos decir que peque, propiamente hablando, pues para cometer pecado se
requiere de cierto grado de maldad porque se ofende a Dios con ese
comportamiento. Sin embargo, es vulnerable y fácil de engañar, porque no
desconfía de quien desea perderle.
El libro de
Proverbios dice:
«El ingenuo
cree cuanto le dicen; el prudente vigila sus pasos… los ingenuos solo adquieren
la estupidez, los hábiles podrán estar orgullosos de su saber» (Pr 14, 15. 18).
Las personas
inocentes y bien intencionadas pueden ser objeto de abuso por parte de los más
maleados, por ello hay que cuidar a los niños y personas que dependen de
nosotros para evitarles un mal rato. Y quienes ya tienen edad suficiente, pero
caen una y otra vez, deben aprender a defenderse para que nadie se aproveche
ellos.
2. INDIFERENCIA
Un caso distinto es el indiferente. Aquél que,
conociendo el mal, lo comete, a pesar de las advertencias. No puede tener
disculpa. La indiferencia puede presentarse de muchos modos, pero siempre es
hacia el amor de Dios y el prójimo. Quien no se conmueve con el sufrimiento
ajeno o no le importa su destino final, no sabe lo que le espera. El Evangelio
es claro:
«‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’. Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’ Y él les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo’. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». Mt 25, 41-46
3. IGNORANCIA
Hay un
principio en derecho que reza Ignorantia iuris non excusat: la ignorancia
del derecho no excusa. En el caso del pecado, lo atenúa y, según las
circunstancias, puede excusarlo, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia
católica:
«La ignorancia
involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta
grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están
inscritos en la conciencia de todo hombre».
CEC 1860
En la
actualidad, pareciera que con la tecnología nadie debería ignorar lo bueno y lo
malo, pero la realidad es que vivimos una época de confusión, por lo que es
urgente que la ignorancia se combata y el católico se instruya para que pueda
guiar sus pasos por el camino correcto, haciendo la voluntad del Señor.
No hay
pretextos.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia