Sorpresa, ¡no está en Belén!
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© MaPaolaDaud. Cuna del Niño Jesús. Dominio público |
Las reliquias o
restos de la Cuna tienen especial valor mariano, por el hecho de ser “memoria”
de la actuación virginal y materna de María:
“Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7).
Las madres
palestinas solían poner al niño en una cuna de barro cocido (por supuesto, con
la ropita necesaria), que podía apoyarse sobre un caballete (en forma de aspa)
o simplemente colocarse en el suelo o en otro lugar.
De la arcilla a la plata
De un objeto o
“pesebre” semejante, habla Orígenes (año 248). «En Belén se muestra la gruta
donde nació Jesús y el pesebre donde fue envuelto en pañales».
San Jerónimo, que se encontraba en Belén
desde el año 386, en una homilía detalla que el pesebre había sido de arcilla,
pero que luego fue cambiado por uno de plata.
El santo se
lamenta del cambio, pero también reconoce y agradece la devoción de los fieles,
aunque él prefería el pesebre anterior, de arcilla.
En Belén, desde el siglo V, la “cuna”, de
oro y plata, quedaba iluminada con lámparas. Los peregrinos
tomaban tierra y polvo de la gruta como reliquias. Con el tiempo, en vez de
tierra, también traían pedazos de madera.
De Belén a Roma
Algunos tienen la hipótesis de que las reliquias de la
cuna fueran enviadas por san Sofronio de Jerusalén, al Papa Teodoro I (642-649), de origen
oriental, a consecuencia de las dificultades originadas por la invasión
musulmana. Precisamente es en tiempos del papa Teodoro, cuando la basílica se
llama Sancta
Maria ad Praesepe.
Relicario
En 1606, la
Reina de España Margarita de Austria, ofreció un relicario de
plata, que desapareció en los disturbios de 1797.
Se encargó un
nuevo relicario a modo de urna oval, de cristal y plata dorada parcialmente, a
Giuseppe Valadier (1762-1839); era una oferta de la duquesa española Manuela de
Villahermosa.
En esa urna,
que es la actual, hay bajorrelieves del Pesebre, la adoración de los Magos, la
Fuga a Egipto, la última cena. Sobre la urna, un niño Jesús, de oro puro, que
bendice.
Hay dos
querubines, cada uno con un vaso de cristal, que custodia algunas reliquias
(supuestamente, heno del pesebre y un fragmento del velo de María).
Devoción a través de los siglos
La restauración
se inauguró en 1864 y allí se trasladó la reliquia de la Cuna. Después de la
muerte de Pío IX, el Papa León XIII quiso erigir en el hipogeo una estatua
orante de su predecesor, que había definido la Inmaculada en 1854.
Actualmente en la urna de la Cuna se
conservan cinco listones de madera, en posición horizontal (uno de los listones
no es auténtico).
Con cuatro
listones se puede montar un caballete para sostener una “cuna” de barro cocido,
que era usual entre las mamás de Palestina, como hemos indicado más arriba.
La devoción a
la Cuna es multisecular y manifiesta el deseo de imitar la humildad de Jesucristo
y expresarle el propio amor, como en el caso de los santos más relacionados con
esta devoción: san Carlos Borromeo, san Ignacio de Loyola, santa Brígida y san
Cayetano de Thienne, entre tantos otros.
También es
importante constatar la piedad o devoción, la veneración a la imagen de la
Virgen llamada de “San Lucas” y, más recientemente, Salus Populi Romani.
Una devoción
tan querida por san Juan Pablo II y el papa Francisco, y una
tradición muy querida por el pueblo romano.
¿Por qué se guarda en Santa María
la Mayor de Roma?
La basílica
dedicada a Santa María es un “santuario”, que puede considerarse como la
“catedral” de la catequesis mariana primitiva y medieval.
Quien entra en
ella se encuentra arropado por huellas marianas que están ahí desde tiempos
paleo-cristianos y también desde los inicios del segundo milenio.
La construcción y dedicación de la basílica de
Santa Maria Mayor tuvo lugar a partir y como fruto del concilio de Éfeso (431),
celebrado bajo el pontificado de Celestino I (422-432).
Su sucesor, el
papa Sixto III (432-440), que dedicó el templo a la “Virgen”, había sido
enviado por el papa Celestino al concilio, siendo todavía diácono.
El concilio de
Calcedonia (451) determinó posteriormente con más exactitud la terminología: en
Cristo hay una sola persona (divina) en dos naturalezas (la divina y la
humana).
En el contexto cultural histórico, la mentalidad
helenística encontraba dificultad en aceptar la encarnación de la divinidad,
salvando armónicamente humanidad y divinidad.
En Antioquía y
Constantinopla se subrayaba la humanidad. En Alejandría (Egipto), la divinidad
(espiritualidad). En Roma se prestaba más atención a la virginidad y maternidad
de María.
Éfeso y Calcedonia muestran a María madre de la única persona
divina del Verbo encarnado, con su doble naturaleza, divina y humana.
Una pequeña gruta de la Natividad
Con el tiempo,
la basílica fue cambiando el nombre, al principio se la llamaba Santa María del
Pesebre, como nos muestran los indicios históricos y literarios donde se da a
entender que el papa Sixto III (432-440) instituyó en la primitiva basílica o
junto a ella una especie de “gruta de la Natividad” del Señor,
para celebrar la memoria del misterio de Belén.
Pero este
“pesebre” no era una representación plástica del nacimiento del Señor por medio
de figuras, puesto que esta plasticidad tiene lugar a partir del siglo XIII en
tiempo de san Francisco de Asís.
Propiamente era
un
“oratorio” con altar propio y con algunos signos que hacían referencia a Belén,
aun prescindiendo de la llegada de las reliquias de Belén.
En la biografía
del Papa Sergio II (844-847) se habla de camera Praesepis, que el Papa
hizo decorar y que estaba contigua a la basílica de la “Madre de Dios”, llamada
también “Mayor”.
Nieve en verano
En relación con
el título de “Liberiana”, la basílica tiene también, desde antiguo, el título
de Santa
Maria de las Nieves (ad nives), según una “leyenda”
o “tradición” multisecular: “Me construirás una Iglesia en el lugar donde
mañana encuentres nieve fresca”.
El prodigio al
que la tradición atribuye el origen de Santa María la Mayor tiene lugar la
noche anterior al clamoroso descubrimiento. Imaginen una nevada en Roma, a principios
de agosto, pleno verano, hoy podría ser una broma del
“clima-ficción”. Y no sería muy distinto en la Roma del fin del imperio.
Pero es lo que
la Virgen comunica en sueños, al mismo tiempo, la noche del 4 de agosto del año
358 al Papa Liberio y a un tal Juan, patricio de la Urbe: una Iglesia donde
mañana haya nieve fresca.
El patricio
Juan la mañana del 5 corre donde el Papa para comunicarle la increíble visión
nocturna y poco después la confirmación del milagro: la colina del Esquilino
amanece blanca por una nevada de agosto.
Capilla «sixtina»
En 1590, la
llamada capilla “sixtina” suplantó a la capilla del Pesebre. El papa Sixto V
encomendó la construcción de esta capilla al arquitecto Domenico Fontana.
En la cripta,
bajo el tabernáculo, se colocó el pesebre de Arnolfo de Cambio que fue
construido en 1198-1216 por orden de Inocencio III y debido a la desaparición
en el siglo XVI de algunas figuras del pesebre primitivo.
Fontana hizo
transportar (1589) en bloque el Pesebre de Arnolfo de Cambio, desmantelando la
antigua capilla del Pesebre.
La capilla “sixtina” (de Sixto V) tuvo como
objetivo custodiar el Santísimo Sacramento y, en la cripta debajo del altar,
las reliquias del Pesebre. Pesebre y Eucaristía, están, pues,
relacionados.
El tabernáculo
es monumental y reproduce la maqueta de la misma capilla. En el altar también
quedan reproducidas algunas escenas de la Navidad.
Maria
Paola Daud
Fuente:
Aleteia