Se le vio en Estados Unidos, donde el célebre sacerdote napolitano nunca estuvo
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Don Dolindo Ruotolo fue amigo del Padre Pío y almas espiritualmente gemelas, que recibieron de Dios similares gracias extraordinarias. |
La devoción al sacerdote napolitano Dolindo Ruotolo (1882-1970) y a su Oración
de Abandono (ver abajo) se va extendiendo fuera de Italia, por
ejemplo en español con la publicación de la biografía Jesús, ocúpate tú (Voz
de Papel), o en Estados Unidos con artículos como el reciente de Maura Roan McKeegan, una
experta en su vida, en Catholic
Exchange.
Cómo Don Dolindo salvó un
alma en Estados Unidos
El Siervo de Dios Don Dolindo Ruotolo -el gentil, brillante y sufrido
sacerdote a través del cual Jesús nos
dio las palabras de la Novena del Abandono- tenía dones espirituales y
experiencias que muchas personas categorizarían como fenómenos extraordinarios.
Recibía visitas de Jesús, María y los ángeles;
podía leer las almas y profetizar; y, como en la siguiente historia, se bilocaba.
La fuerza del sacerdocio
Sin embargo, para Don Dolindo, estos hechos no eran
extraordinarios en absoluto, y no se consideraba un alma singularmente elevada
(de hecho, era todo lo contrario: se consideraba humilde y necio, un
"pobre instrumento en manos de Dios"). Más bien creía que las marcas
sobrenaturales de su vida fluían directamente de su sacerdocio.
"Jesús no se me reveló de un modo extraordinario, sino
simplemente intensificando
el cauce ordinario de mi personalidad sacerdotal", explica en la
autobiografía que escribió obedeciendo a sus confesores en 1923: "Él me
ayudaba, me fortalecía y operaba en mí a través de mi sacerdocio".
"Es decir, la actividad de Jesús no era un acto de misticismo
extraordinario, sino Jesús actuando a través del sacerdocio".
Don Dolindo desaconsejaba incluso la búsqueda de lo extraordinario
y fantástico, y animaba a buscar la santidad a través de los medios ordinarios y totalmente
accesibles de la Iglesia y sus sacramentos.
"Cuando oigo historias de sucesos extravagantes -lo admito
con cierta perplejidad-, reacciono con cierto escepticismo e incredulidad", escribe Don Dolindo en su
autobiografía. "Muy a menudo no he acabado de leer libros en los que se
relataban visiones, éxtasis y cuentos extravagantes. Esta aversión mía no era,
sin embargo, el resultado de una perspectiva materialista, sino más bien porque
deseaba estar seguro de la
verdad. En lugar de lo extraordinario siempre he preferido lo normal y
corriente".
Así, desde la perspectiva de Don Dolindo, todos los dones
espirituales que recibía eran extensiones de su sacerdocio sacramental.
Mientras que otros podrían considerar estos acontecimientos extraordinarios, él
los veía como canales
ordinarios de la gracia de Dios que obraba a través de su sacerdocio
para salvar almas.
Una de esas almas fue un hombre llamado Federico.
A punto de morir
Una noche de 1908, Don Dolindo se paseaba por su habitación y
rezaba, totalmente despierto y alerta, cuando de repente le invadió la necesidad de acostarse.
Se tumbó en la cama y se adormiló, pero no se durmió de un modo
normal.
"Definitivamente, no estaba realmente dormido", dijo más tarde, al
relatar la historia en su autobiografía.
Entonces, en un instante, tuvo la sensación de que estaba en Estados Unidos. Se encontró
cerca de un lago,
donde alguien se estaba ahogando.
Reconoció al hombre que se ahogaba como alguien que había conocido
durante su noviciado.
Por aquel entonces, el hombre había sido su guía turístico -a los guías
turísticos se les llamaba "ángeles de la guarda"- en la Comunidad
Misionera.
Don Dolindo sacó del agua a su "ángel de la guarda", un hombre llamado Federico Santaniello, y lo absolvió. Así, el hombre se reconcilió con Dios.
Al instante siguiente, Dolindo se levantó bruscamente de la cama.
Todo rastro de somnolencia había desaparecido; de nuevo estaba completamente despierto y alerta.
Con escalofríos, Dolindo recordó que Federico, tiempo atrás, había apostatado y se
había ido a Estados Unidos. Además, también recordaba haber rezado y rogado a
Dios en el pasado para que le permitiera traer a Federico "de nuevo a su
gracia" antes de que muriera.
Más tarde, Dolindo supo que, efectivamente, Federico había muerto
en Estados Unidos; y no solo eso, sino que un campesino que había estado en
este país en aquella época testificó que había visto allí a don Dolindo.
"Nunca he estado en Estados Unidos", escribe Don Dolindo
en su autobiografía. "Sé y doy fe de que el Señor me llevó allí para salvar aquella alma".
La Oración de Abandono
Mientras escribo este artículo en 2023, un siglo después de que
Don Dolindo contara esta historia en su autobiografía, se me ocurre que lo que
le ocurrió en 1908 no es solo un acontecimiento del pasado, sino una profecía -o al menos, una
señal- de lo que está ocurriendo con Don Dolindo en Estados Unidos hoy.
A través de las palabras de la Novena del Abandono, personas de todo el país están
recibiendo una nueva esperanza, una nueva luz, una nueva vida. Almas que se
estaban ahogando espiritualmente están siendo arrastradas a la orilla y
reconciliadas con Dios. Del mismo modo que Don Dolindo fue enviado a Estados
Unidos para rescatar a Federico, creo que también está siendo enviado, un siglo
después, para ayudar a
revivir a muchas más almas, para llevar la gracia de Dios a sus vidas
exactamente del modo en que cada alma individual más lo necesita.
Federico fue, creo, la
primera de muchas, muchas almas que Don Dolindo llevaría a Dios en
Estados Unidos.
Traducido por Verbum Caro.
'Oración de Abandono' de Don
Dolindo
Jesús a las almas:
¿Por qué os confundís agitándoos? Dejadme a mí el cuidado de
vuestras cosas y todo se calmará. Os digo en verdad que cada acto de verdadero,
ciego, completo abandono en
mí, produce el efecto que deseáis y resuelve las situaciones espinosas.
Abandonarse a mí no significa romperse la cabeza, descomponerse y
dispersarse, dirigiendo después a mí una oración agitada para que yo os siga, y
cambiar así la agitación en oración. Abandonarse significa cerrar plácidamente
los ojos del alma, apartar el pensamiento de la tribulación, y arrojarse en mí para que
yo solo os haga encontrar, como niños dormidos en los brazos maternos, en la
otra orilla.
Lo que os descompone y os hace un mal inmenso es vuestro
razonamiento, vuestro pensamiento, vuestro apremio y el querer a toda costa
proveer vosotros a eso que os aflige.
¡Cuántas cosas obro yo cuando el alma, tanto en sus necesidades
espirituales como en las necesidades materiales, se dirige a mí, me mira, y
diciéndome: “Ocúpate tú”,
cierra los ojos y descansa! Tenéis pocas gracias cuando os agobiáis para
producirlas, tenéis muchísimas cuando la oración es abandono total en mí.
Vosotros en el sufrimiento rezáis para que yo actúe, pero para que yo actúe
como vosotros creéis...
No os dirigís a mí, sino que queréis vosotros que yo me adapte a
vuestras ideas; no sois enfermos que piden al médico la curación, sino que se
la sugieren. No hagáis así, sino rezad como os he enseñado en el Pater:
“Sea santificado tu nombre”, es decir seas glorificado en esta necesidad mía;
“Venga tu Reino”, es decir que todo concurra a tu reino en nosotros y en el
mundo; “Hágase tu
Voluntad”, o sea “Ocúpate Tú”.
Si me decís de verdad “Hágase tu Voluntad”, que es lo mismo que
decir “Ocúpate Tú”, yo intervengo
con toda mi omnipotencia, y resuelvo las situaciones más cerradas. ¿Tú
ves que la desgracia acosa en lugar de decaer? No te agites, cierra los ojos y
dime con confianza: “Hágase tu Voluntad, ocúpate Tú”. Te digo que yo me ocupo,
que intervengo como médico y hago incluso un milagro cuando es necesario. ¿Tú
ves que el enfermo empeora? No te descompongas, sino cierra los ojos y di: “Ocúpate Tú”. Te digo que yo
me ocupo.
Son contra el abandono la preocupación, la agitación y el querer
pensar en las consecuencias de un hecho. Es como la confusión que causan los
chicos, que pretenden que la madre piense en sus necesidades, y quieren
ocuparse ellos, interrumpiendo con sus ideas y sus caprichos infantiles su
trabajo.
Me ocupo solo cuando cerráis los ojos. Vosotros no dormís, queréis
valorar todo, escrutar todo, confiando solo en los hombres. Vosotros queréis
pensar en todo, y os abandonáis así a las fuerzas humanas, o peor, a los
hombres, confiando en su intervención. Es esto lo que interrumpe mis palabras y
mis visiones de las cosas. ¡Oh,
cómo yo deseo de vosotros este abandono para beneficiaros, y cómo me aflijo
viéndoos agitados! Satanás tiende precisamente a esto: a agitaros para
sustraeros a mi acción y arrojaros en presa de las iniciativas humanas. Confiad
por tanto solo en mí, reposad en mí, abandonaos en mí en todo. Yo hago milagros en proporción al
pleno abandono en mí, y del ningún pensamiento vuestro; ¡yo derramo tesoros
de gracias cuando vosotros estáis en la plena pobreza! Si tenéis vuestros
resortes, aunque sean pocos, o si los buscáis, estáis en el campo natural, y
seguís por tanto el recorrido natural de las cosas, que está con frecuencia
distorsionado por Satanás. Ningún razonador o ponderador ha hecho milagros, ni
siquiera entre los santos.
Obra divinamente quien se abandona en Dios.
Fuente: Religión en Libertad