"Ante las pruebas de la vida y de la historia, especialmente ante los preocupantes escenarios bélicos actuales, no nos cansemos de invocar la intercesión de María, Reina de la Paz y Madre de la Consolación"
Santuario de la Señora de las Lágrimas en Siracusa, Italia |
En vísperas de la solemnidad de la Inmaculada
Concepción y con ocasión del septuagésimo aniversario de la lacrimación de
Nuestra Señora de Siracusa, el Papa envió una carta al arzobispo de la diócesis
siciliana. Su solicitud maternal incita al perdón, escribe el Pontífice, y a
"hacerse cercano a los que están enfermos en el cuerpo y en el espíritu, a
los que están solos y abandonados".
María, madre de Jesús, camino de paz y de
perdón". Son las palabras del Papa Francisco en una carta dirigida
a monseñor Francesco Lomanto, arzobispo de Siracusa, con motivo del
septuagésimo aniversario de cuando las lágrimas de la Virgen fueron
"tiernamente derramadas" en esta tierra de Sicilia. Entre el 29 de
agosto y el 1 de septiembre de 1953, lágrimas humanas brotaron de los ojos de
la Virgen, representada con el Corazón Inmaculado en el cuadro colocado junto
al lecho de un matrimonio.
"Ante las pruebas de la vida y de la
historia, especialmente ante los preocupantes escenarios bélicos actuales, no
nos cansemos de invocar la intercesión de María, Reina de la Paz y Madre de la
Consolación".
El pensamiento de las lágrimas derramadas por
María -y sabemos hasta qué punto la imagen de las lágrimas no es infrecuente en
el magisterio de Francisco- desencadena inevitablemente en el corazón del
Pontífice una referencia a la situación en la que se encuentran muchos pueblos
obligados a vivir en tierras atacadas por las armas y por diversas formas de
conflicto. "Las lágrimas de la Virgen -escribe el Papa- siguen
derramándose cuando se discrimina a los más débiles y cuando proliferan la
violencia y las guerras, derrotas que se cobran víctimas inocentes.
Encomendarse a la Virgen es a lo que nos invita constantemente el Sucesor de
Pedro:
"Que su solicitud materna impulse a los
creyentes a construir y recorrer caminos de paz y de perdón, y a hacerse
cercanos a los enfermos del cuerpo y del espíritu, a los que están solos y
abandonados".
Desde hace setenta años, la Iglesia de Siracusa
"custodia con cuidado y devoción" estas lágrimas que a menudo, dice
la carta, llegan a los enfermos, a los ancianos, a los que sufren y a las
comunidades eclesiales de diversas partes del mundo". El Papa resume el
significado de esta devoción y el valor de este llanto mariano:
"El llanto de María muestra su
participación en el amor compasivo del Señor, que sufre por nosotros, sus
hijos; que espera ardientemente nuestra conversión; que nos espera, como Padre
misericordioso, para perdonarnos todo y siempre".
En la carta, Francisco recuerda cómo las
lágrimas tuvieron lugar en el precario contexto de las postrimerías de la
Segunda Guerra Mundial, en una modesta casa de pueblo donde vivía la humilde
familia de Angelo Iannuso y Antonina Giusto, que esperaban su primer hijo.
Recordando la historia de este episodio, el Papa vuelve a subrayar cuánta
predilección tiene el Señor por los pobres y necesitados. "Además -se lee
en el texto-, el prodigioso acontecimiento, ocurrido en la intimidad de un
hogar, nos invita a considerar la extraordinaria belleza del hogar doméstico,
centro del amor y de la vida, y a sostener la familia fundada en el matrimonio,
resaltando su valor intrínseco como célula fundamental de la sociedad y de la
Iglesia".
"Que este significativo aniversario
suscite en toda la Iglesia de Siracusa la gracia más grande, el deseo de
conformar más estrechamente la propia vida a Aquel que María nos indica, el
Señor Jesucristo", concluyó el Papa, expresando así su deseo:
Que se reavive la fe, se practique la caridad,
se testimonie y suscite la esperanza".
Por último, el Pontífice eleva esta oración:
"Oh Virgen María, acompaña el camino de la Iglesia con el don de tus
santas lágrimas, da la paz al mundo entero y custodia a tus hijos con tu
maternal protección. Sostennos en nuestra fidelidad a Dios, en nuestro servicio
a la Iglesia y en nuestro amor a todos nuestros hermanos y hermanas.
Amén".
Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano
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