XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Mt 21, 33-43
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'Parábola de los viñadores malvados' de Diego Quispe Tito (1667), Museo de Arte Religioso de Cuzco (Perú). Dominio público |
Jesús retoma y continúa el lamento de Dios en Isaías de la primera
lectura (Is 5, 1-7). Es ahí donde se debe buscar la clave de lectura y el tono
de la parábola. ¿Por qué Dios ha "plantado la viña" y cuáles son los
frutos que espera y que viene a buscar a su tiempo? Aquí la parábola se aleja
de la realidad. Los viñadores humanos no plantan una viña ni le prodigan sus
cuidados por amor a la viña, sino por su beneficio. No así Dios. Él crea al
hombre, entra en alianza con él, no por su interés, sino para favorecer al
hombre, por puro amor. Los
frutos que espera del hombre son el amor hacia él y la justicia hacia los
oprimidos: todas ellas cosas que sirven al bien del hombre, no al de Dios.
Esta parábola de Jesús es terriblemente actual aplicada a nuestra
Europa y, en general, al mundo cristiano. También en este caso hay que decir
que Jesús ha sido "echado fuera de la viña", expulsado por una cultura que se
proclama post-cristiana, o incluso anti-cristiana. Las palabras de los
viñadores resuenan, si no en las palabras, al menos en los hechos de nuestra
sociedad secularizada: "¡Matemos al heredero y será nuestra la
herencia!"
Ya no se quiere oír hablar más de raíces cristianas de Europa, de patrimonio cristiano, El
hombre secularizado quiere ser el heredero, el dueño. Sartre puso en boca de un personaje suyo estas
terribles declaraciones: "Ya no hay nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, ni
persona alguna que pueda darme órdenes. (...) Soy un hombre, y cada hombre debe
inventar su propio camino".
Esta que he indicado es una aplicación, por así decirlo, a
"largo alcance" de la parábola. Pero casi siempre las parábolas de
Cristo tienen también una explicación de corto alcance, o a nivel individual:
se aplican a cada persona, no sólo a la humanidad o a la cristiandad en
general. Se nos invita a preguntarnos: ¿qué suerte he reservado yo a Cristo en
mi vida? ¿Cómo correspondo al incomprensible amor de Dios hacia mí? ¿Acaso no le he expulsado yo
también fuera de los muros de mi casa, de mi vida... es decir, le he
olvidado, ignorado?
Recuerdo que un día escuchaba esta parábola durante una Misa,
mientras estaba bastante distraído. Llegado al punto en que se oye al dueño de
la viña decir para sí: "A mi hijo le respetarán", tuve un sobresalto.
Entendí que aquellas palabras estaban dirigidas personalmente a mí, en aquel
momento. Ahora el Padre celestial estaba a punto de mandarme a mí a su Hijo en
el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. ¿Había comprendido yo la grandeza del momento? ¿Estaba
preparado para acogerle con respeto, como el Padre esperaba? Aquellas palabras
me sacaron bruscamente de mis pensamientos...
En la parábola de los viñadores homicidas hay un sentido de
amargura, de desilusión. ¡Ciertamente no se trata de una historia con final
feliz! Pero al leerla en profundidad, habla del amor increíble de Dios por su
pueblo y por cada una de sus criaturas. Un amor que al final, incluso a través
de los distintos episodios de extravío y retorno, saldrá siempre victorioso y tendrá la última palabra.
Los rechazos de Dios nunca son definitivos, son abandonos pedagógicos. También
el rechazo de Israel que resuena veladamente en las palabras de Cristo:
"Se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que rinda sus
frutos", pertenece a este género, como el descrito por Isaías en la
primera lectura. Hemos visto, por otra parte, que este peligro acecha también
sobre la cristiandad, o al menos sobre vastas partes de ella.
San Pablo escribe en la carta a los Romanos: "¿Es que ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! ¡Que también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín! Dios no ha rechazado a su pueblo, en quien de antemano puso sus ojos... ¿Es que han tropezado para quedar caídos? ¡De ningún modo! Sino que su caída ha traído la salvación de los gentiles, para llenarlos de celos. ... Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión, sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 1ss).
Raniero Cantalamessa, OFM Cap
Tomado de Homilética.
Fuente: ReL