"Son cuatro las obras principales del diablo: engaño, división, desviación y desánimo. El sínodo presenta un campo propicio para las travesuras del diablo. ¿Por qué? Porque hay mucho en juego", dice el P. Luis J. Cameli.
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Algo
parecido ocurre con el Sínodo de la Sinodalidad, donde la presencia del Espíritu Santo es
incuestionable, pero, también, por supuesto, la del maligno. Así lo
acaba de argumentar el sacerdote Luis J. Cameli, en el portal America Magazine, de los jesuitas
estadounidenses.
"El
otro día me di cuenta de que el diablo participará en el Sínodo de la
Sinodalidad; aunque sin derecho a voto. Esto no debería ser una sorpresa,
porque, siempre que sucede algo santo e importante, el adversario intenta subvertirlo intentando invadir la
libertad humana, torcerla, comprometerla y lograr un resultado
perverso", comienza diciendo Cameli.
El
sacerdote escribió hace unos años El diablo que no
conoces: reconocer y resistir el mal en la vida cotidiana, en
el que narra su experiencia como director espiritual. "Mi conclusión
es simple. Son cuatro las
obras principales del diablo: engaño, división, desviación y desánimo. El
sínodo presenta un campo propicio para todas estas travesuras del diablo. ¿Por
qué? Porque hay mucho en juego", explica.
"Este
sínodo tiene sus orígenes en el Concilio Vaticano II, cuando Pablo VI dijo: 'La
conciencia que la Iglesia tiene de sí misma ganará claridad a medida que
permanezca fiel a las enseñanzas de Cristo (...). En la visión del Papa,
el Vaticano II trataba de que la
Iglesia reclamara un sentido más profundo de sí misma. Esa conciencia le
permitiría ser reconocida por el mundo como el instrumento de la salvación de
Dios", añade Cameli.
La
misión de un sínodo es importante y tiene muchas implicaciones, sobre todo para
la misión de la propia Iglesia en un mundo turbulento y herido como este. Por
eso, no hay duda de que el
maligno tendrá sus propios planes para esta Asamblea.
A
continuación se enumeran las cuatro
principales tentaciones del demonio para este Sínodo de la
Sinodalidad:
1- La tentación del engaño
El
"padre de la mentira" es experto en mostrar las cosas buenas de
manera engañosa. Hemos
escuchado muchas veces al Papa Francisco decir que este Sínodo no se trata de
esto o de aquello. Por ejemplo, que no se trata de cambiar doctrinas o
estructuras.
Cuando
Francisco intenta corregir las distorsiones sobre la principal misión del
Sínodo, está abordando a
su vez la tentación de desviarse del verdadero sentido del Sínodo. El Papa
está nombrando tanto los engaños directos como los más sutiles.
Sin
embargo, el engaño no solo está en una teoría más o menos generalizada sobre lo
que debería ser el Sínodo. El
engaño también puede apoderarse de alguien a nivel personal. Eso se detecta
en afirmaciones como: "Se trata de levantar la voz dentro de la
Iglesia" o "compartir mi experiencia, que es pura y sincera".
Puede haber algo de verdad en esas
expresiones pero, también, hay una gran distorsión. La única respuesta al
engaño es la verdad. Regresemos a la palabra de Dios, regresemos a la
sabiduría de la tradición y a las voces de las mujeres y hombres de fe
que nos han precedido hasta ahora en la Iglesia.
En esas fuentes encontraremos una
brújula segura para mantener el rumbo hacia la verdad. La única respuesta a
la desviación es permanecer enfocado, como Jesús lo hizo en el desierto. Volvió
siempre a la Palabra de Dios.
2- La tentación de la división
Los "diábolos", por
definición, parten y dividen. Allí donde las personas se enfrentan entre sí, se
esconden los mayores esfuerzos diabólicos. El Sínodo puede ser un campo
propicio para la obra de la división, porque la Asamblea
Sinodal es muy variada y diferente.
Las diferencias, como bien sabemos,
pueden transformarse en un momento en grandes divisiones con un simple
estímulo. De hecho, los participantes del Sínodo son clérigos y laicos,
hombres y mujeres, de diferentes culturas y geografías, que hablan varios
idiomas y tienen diversas historias.
El tentador querrá que se sientan
más distanciados que nunca y, con algunos movimientos hábiles, tratará
de hacerlos sentir excluidos, resentidos e incluso superiores a los demás.
Cualquier cosa que sirva para abrir una brecha y dividir a las personas entre
sí. La respuesta a la tentación de la división puede encontrarse en la fe
en el Señor.
Dentro de todas nuestras
diferencias, somos uno en Cristo por el poder del Espíritu Santo. La
Asamblea Sinodal necesita tener una experiencia profunda y compartida de esa
unión. Algo que se puede dar mediante una experiencia sinodal centrada en
la Eucaristía, que aleje a los participantes de divisiones peligrosas y los
lleve a la unión en un solo cuerpo y un solo espíritu.
3- La tentación de la desviación
Cuando el tentador se acerca a Jesús
en el desierto su estrategia no es el engaño o la división sino más bien la
desviación. Satanás intenta disuadir a Jesús de seguir el camino mesiánico.
Esto es una desviación de la verdadera misión de Jesús. La tentación de
desviarse encierra la promesa de un camino más fácil, resultados más
tangibles y una sensación de control mucho mayor sobre la situación.
Ese mismo tipo de tentación puede
invadir el Sínodo. En lugar de aferrarse a un proceso de escucha del Espíritu
Santo, los participantes pueden sentirse atraídos hacia direcciones más
manejables y controlables. Por ejemplo, podrían tomar prestadas iniciativas
seculares y, en lugar de seguir un discernimiento espiritual, dedicarse a la
planificación, a la resolución de problemas y a la gestión de crisis. Todo esto
podría parecer mucho más concreto y controlable que "simplemente"
atender al Espíritu Santo.
La respuesta a la desviación es una
vez más permanecer enfocado, como Jesús permaneció enfocado en el desierto. Volvió siempre a la
Palabra de Dios. Se aferró firmemente a su identidad como hijo amado de un
padre amoroso.
La Asamblea Sinodal deberá volver
periódicamente al verdadero propósito y misión de la reunión. Los
participantes deberían estar abiertos a los impulsos del Espíritu Santo.
4- La tentación del desánimo
La tentación del desánimo proviene
del diablo y está particularmente llena de peligros. El desánimo está ligado
a un espíritu cansado y apático que puede apoderarse de nosotros. Suele
aparecer cuando se lleva un tiempo de camino. El especial peligro del desánimo
es que, si cedemos, nos quedaremos sin esperanza.
La Asamblea Sinodal haría bien en
estar atenta al desánimo. Por supuesto, este no se manifestará en los animosos
comienzos. Sin embargo, después de un tiempo, puede aparecer una
especie de pesadez emocional y una sensación de inutilidad.
Aparecerán preguntas como: ¿esto sirve para algo?
No existen fórmulas sencillas para
afrontar la tentación del desánimo. Un remedio que el Sínodo haría bien en
aplicar es una invocación constante del Espíritu Santo, es decir,
pedir su ayuda y su guía. Esto es mucho más que una petición de ayuda. Es un
reconocimiento de que no se logra nada si lo basamos todo en nuestros
esfuerzos.
Invocar al Espíritu nos recuerda que
todo está en manos de Dios, y no en las nuestras. En el contexto del Sínodo, si
confiamos en nuestra capacidad para lograr determinadas cosas, estaremos
profundamente desanimados. Pero, si abandonamos esa mentalidad y
confiamos en el Espíritu, creceremos en la esperanza.
Por último, aunque el demonio se
pueda pasear por el Sínodo como Pedro por su casa, siempre es bueno recordarse
que la última palabra nunca la tiene él; sino el Espíritu Santo y
nuestro Padre que está en los cielos.
Fuente: ReL