El deporte era el pan de cada día de Jessica Langrell, a la que además se le daba cada vez mejor en su Australia natal, hasta que un día Dios tocó corazón a algo mucho más grande.
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| Sor Mary Grace, a la izquierda, junto a otra hermana de las Sisters of Life. Dominio público |
En
una entrevista con Catholic Weekly, sor Mary Grace afirma que
sólo Dios podría haberla llevado a un convento a 16.000 kilómetros de distancia
de su querida familia, amigos y de las playas de Sydney e incluso de la
posibilidad de representar a Australia en los Juegos Olímpicos en la modalidad
de rugby.
“Cuando era niña nunca
vi a una monja.
Ni siquiera estaba en mi radar. En todo caso, me aterrorizó algo que estaba tan
distante. Honestamente, ni siquiera pensé que la gente estuviera haciendo esto
ya, al menos no de buena gana o felizmente”, confiesa.
Sin
embargo, esta religiosa asegura que "Dios
quiere nuestra felicidad, quiere nuestra alegría y nos ha llamado a
amar de maneras particulares y únicas, y creo que todos estamos esperando que
nuestros corazones cobren vida en el amor".
Cuando
la Jornada Mundial de la Juventud llegó a Sydney en 2008, conoció a miembros de una nueva
congregación, las Sisters of Life (Hermanas de la Vida), del distrito del Bronx
de Nueva York, y nunca imaginó que las seguiría hasta el final, cinco
años después. Esta entonces adolescente apasionada por el deporte, recién
saliao de la escuela, esperaba hacer carrera como deportista profesional.
Pero
sus conversaciones con estas monjas, cuya congregación tiene una edad promedio
de alrededor de 30 años, la impactaron poderosamente. “No era su vocación, era
que eran mujeres realmente
vivas y enamoradas de Dios”, explica.
De
este modo, señala que “Dios era
real para ellas, estaba vivo, estaba marcando una diferencia en sus
vidas y no se trataba sólo de ser un buen católico. Para mí fue algo tan
hermoso de presenciar y cuando lo vi por primera vez me di cuenta de que me
faltaba eso en mi propio corazón”.
Aunque
“no fue golpeada por un rayo vocacional instantáneo”, comenzó a orar de manera
diferente desde ese momento, y mientras estudiaba, trabajaba y socializaba,
dice que también encontró al Señor en su corazón. “Comencé a hablar realmente con Dios sobre lo que estaba pasando
dentro de mí. Y yo pensé: '¿Qué acaba de pasar allí? ¿Quién eres?
¿Eres real? ¿Puedes hacer esa diferencia en mi vida?
Cuando
tenía poco más de 20 años, se le presentaron dos oportunidades. Hizo arreglos
para pasar un mes con las Sisters of Life (Hermanas de la Vida) para discernir
si tenía una vocación religiosa, pero también hizo una prueba para el primer equipo olímpico femenino
de rugby a siete de Australia.
Recibió
la llamada para informarle que había formado parte del equipo de entrenamiento
olímpico mientras esperaba para montarse en el avión que la llevaría a Nueva
York a esta experiencia vocacional. “Dijeron: 'Nos gusta lo que tienes y ¿podrías reservar los próximos dos
años para esto?’”.
“No
podía creer el momento. Honestamente, era difícil no pensar que Dios se estaba
burlando de mí. Yo estaba como, '¡Tienes
que estar bromeando!'. Pero Dios sabía que era exactamente lo que necesitaba. Quería
mostrarme: 'Este es tu mayor deseo en la vida, lo que crees que te dará más
significado, ahora déjame contarte sobre tu corazón y mostrarte quién eres
realmente'”, relata sor Mary Grace
Ese
mes luchó con todas sus esperanzas y temores acerca de la vida religiosa,
escribiendo “páginas y páginas” a favor y en contra. Pero en un momento de
oración comprendió que Dios sólo le pedía que descubriera sus esperanzas más
profundas. “Envió este torrente de libertad a través de mí, ya que me di cuenta
no de que Dios me estaba llamando a ser Hermana de la Vida como tal, sino que Dios quería escuchar de mí lo que
realmente quería, que era amarlo y servirlo. Lo que vi que hicieron
estas hermanas”, afirma.
Prosigue
su testimonio señalando que “lo que necesitaba era un momento en mi vida para
darme cuenta de que no se trataba sólo de lo que hacía como católica, sino de
con quién tenía una relación y de que Dios me conocía, me amaba y se trataba de
que yo viviera una vida plena y viva”.
Y
finalmente se lanzó a los brazos de Jesús. Hizo sus primeros votos temporales
en 2018 y pasó tres años en Canadá sirviendo a mujeres embarazadas vulnerables
y a mujeres que sufren después de un aborto. Todavía ama el deporte y en su
tiempo libre corre, camina con sus hermanas o juega baloncesto. “Uno de los
regalos de la vocación religiosa es que, si bien digo 'no' a mi familia
inmediata y a la posibilidad de tener mis propios hijos, renunciar siempre es por un gran 'sí'”, explica Sor Mary
Grace.
“Dios
pregunta a algunas personas: '¿Ofrecerías el regalo de tener tus propios hijos
para poder mirar a cada ser humano como si fueras la madre de esa persona, ese
niño o mujer que te precedió, este anciano que estás visitando? en el hospital
o la persona con la que te cruzas en la calle? Eso no es posible a nivel
humano, pero Dios lo hace posible y me he asombrado de las personas que he
amado como si fueran mías. Para
mí ese es uno de los mayores testimonios de la gracia, el poder y el amor
infinito de Dios; cuando puedo estar sentada con una mujer que
comparte la profundidad de su dolor y sufrimiento al experimentar un aborto,
todo lo que ha pasado y las presiones que estaba experimentando, y mientras la
escucho, realmente experimento en mi propio corazón y en mi propio ser un amor
tan compasivo”, añade.
Fuente: ReL
