Este martes 19 de septiembre, los fieles han sido testigos un año más del increíble milagro ocurrido en la Catedral de Nápoles (Italia), donde la licuefacción de la sangre de San Genaro ha vuelto a repetirse.
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Mons. Domenico Battaglia sujeta el relicario con la sangre de San Genaro Crédito: Captura de pantalla de Youtube. Dominio público |
El Arzobispo de Nápoles, Mons. Domenico Battaglia, presidió la
Eucaristía en la Catedral a las 10:00 a.m. (hora local), poco antes de la Misa
trasladó el relicario con la sangre de San Genaro desde la capilla del tesoro
al altar mayor de la Catedral en donde permaneció durante toda la celebración
eucarística.
En su homilía, Mons. Battaglia, afirmó que “el milagro más
grande sólo lo podemos hacer juntos”. El Prelado también animó a “reconstruir
puentes” y a “cultivar la justicia y la paz”. Asimismo, instó a hacer de
Nápoles “un lugar de vida y de perdón” y pidió la intercesión de San Genaro,
cuya licuefacción de sangre definió como una “muestra de su fidelidad a
Cristo”.
En este templo se preserva una ampolla de vidrio en la que se
guarda un coágulo de sangre del obispo (una pequeña masa de sangre seca) que se
torna líquida en ciertas ocasiones. A este fenómeno se le denomina
“licuefacción” y dado que no se realiza mediante intervención física o química,
el hecho se reconoce como un milagro.
Algunos cuestionan el hecho, aunque nadie ha podido explicar con
certeza cómo o por qué medios se produce semejante fenómeno.
La sangre de San Genaro se vuelve líquida en tres ocasiones: el
día en que se conmemora la traslación de sus restos a Nápoles (el sábado
anterior al primer domingo de mayo); el día de su fiesta litúrgica (cada 19 de
septiembre); y el día en el que sus devotos agradecen su intercesión para
amainar los efectos de la erupción del volcán Vesubio, acontecida el 16 de
diciembre de 1631.
En cada uno de estos tres días, el obispo de la ciudad, o un
sacerdote que procede en su nombre, presenta el relicario con la ampolla de
sangre, de pie, frente a la urna que contiene el cráneo del santo.
El acto se realiza siempre en presencia de los fieles. Pasado un poco de
tiempo, quien preside la liturgia alza el relicario, lo vuelve de cabeza y, en
ese momento, la masa de sangre se vuelve líquida. Entonces el celebrante hace
el anuncio: “¡Ha ocurrido el milagro!”.
Por Almudena Martínez-Bordiú
Fuente: ACI