XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Mateo 16, 13-20
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Jesucristo entregando las llaves a San Pedro', de Willem van Herp II (1657-1729), Museo del Prado. Dominio público |
También Jesús un día quiso hacer un
sondeo de opinión, pero con fines, como veremos, muy diversos: no políticos
sino educativos. Llegado a la región de Cesarea de Filipo, es decir, la
región más al norte de Israel, en una pausa de tranquilidad, en la que estaba
solo con los apóstoles, Jesús les dirigió a quemarropa la pregunta:
"¿Quién dice la gente que es el hijo del Hombre?"
Parece como si los apóstoles no esperaran otra cosa para poder finalmente dar
rienda suelta a todas las voces que circulaban a propósito de él. Responden:
"Algunos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o
alguno de los profetas". Pero a Jesús no le interesaba medir el nivel de
su popularidad o su índice de simpatía entre la gente. Su propósito era bien
diverso. A renglón seguido les pregunta: "¿Vosotros quién decís que soy
yo?"
Esta segunda pregunta, inesperada, les descoloca completamente. Se entrecruzan
silencio y miradas. Si en la primera pregunta se lee que los apóstoles
respondieron todos juntos, en coro, esta vez el verbo es singular; sólo
"respondió" uno, Simón Pedro: "¡Tú eres el Cristo, el hijo
del Dios vivo!"
Entre las dos respuestas hay un salto abismal, una "conversión". Si
antes, para responder, bastaba con mirar alrededor y haber escuchado las
opiniones de la gente, ahora deben mirarse dentro, escuchar una voz bien
distinta, que no viene de la carne ni de la sangre, sino del Padre que está en
los cielos. Pedro ha sido objeto de una iluminación "de lo alto".
Se trata del primer auténtico reconocimiento, según los evangelios, de la
verdadera identidad de Jesús de Nazaret. ¡El primer acto público de fe en
Cristo de la historia! Pensemos en el surco dejado por un barco: se va
ensanchando hasta perderse en el horizonte, pero comienza con una punta, que es
la misma punta del barco. Así sucede con la fe en Jesucristo. Es un surco
que ha ido ensanchándose en la historia, hasta llegar a los "últimos
confines de la tierra". Pero empieza con una punta. Y esta punta es el
acto de fe de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".
Jesús usa otra imagen, vertical no horizontal: roca, piedra. "Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Jesús cambia el nombre a Simón, como se hace en la Biblia cuando uno recibe una
misión importante: lo llama "Kefas", Roca. La verdadera roca, la
"piedra angular" es, y sigue siendo, él mismo, Jesús. Pero, una vez
resucitado y ascendido al cielo, esta "piedra angular", aunque
presente y operante, es invisible. Es necesario un signo que la represente, que
haga visible y eficaz en la historia este "fundamento firme" que es
Cristo. Y éste será precisamente Pedro, y, después del él, el que haga las
veces de él, el Papa, sucesor de Pedro, como cabeza del Colegio de los
apóstoles.
Pero volvamos a la idea del sondeo. El sondeo de Jesús, como hemos visto, se
desarrolla en dos tiempos, comporta dos preguntas fundamentales: primero,
"¿Quién dice la gente que soy yo?"; segundo, "¿Quién decís
vosotros que soy yo?" Jesús no parece dar mucha importancia a lo que la gente
piensa de él; le interesa saber qué piensan sus discípulos. Les coge con
ese "¿y vosotros quién decís que soy yo?". No permite que se
atrincheren tras las opiniones de otros, quiere que digan su propia opinión.
La situación se repite, casi idéntica, en el día de hoy. También hoy "la
gente", la opinión pública, tiene sus ideas sobre Jesús. Jesús está de
moda. Miremos lo que sucede en el mundo de la literatura y del espectáculo. No
pasa un año sin que salga una novela o una película con la propia visión, torcida
y desacralizada, de Cristo. El caso del Código Da Vinci de Dan
Brown ha sido el más clamoroso y está teniendo mucho imitadores.
Luego están los que se quedan a medio camino. Como la gente de su tiempo, cree
que Jesús es "uno de los profetas". Una persona fascinante, se le
coloca al lado de Sócrates, Gandhi, Tolstoi. Estoy seguro de que
Jesús no desprecia estas respuestas, porque se dice de Él que "no apaga el
pábilo vacilante y no quiebra la caña cascada", es decir, sabe apreciar
todo esfuerzo honesto por parte del hombre. Pero hay una respuesta que no
cuadra, ni siquiera a la lógica humana. Gandhi o Tolstoi nunca han dicho
"yo soy el camino, la verdad y la vida", o también "el que ama a
su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí".
Con Jesús no se puede quedar uno a medio camino: o es lo que dice ser, o
es el el mayor loco exaltado de la historia. No hay medias tintas. Existen
edificios y estructuras metálicas (creo que una es la torre Eiffel de París)
hechas de tal manera que si se toca un cierto punto, o se traslada cierto
elemento, se derrumba todo. Así es el edificio de la fe cristiana, y ese
punto neurálgico es la divinidad de Jesucristo.
Pero dejemos las respuestas de la gente y vayamos a los no creyentes. No basta
con creer en la divinidad de Cristo, es necesario también testimoniarla.
Quien lo conoce y no da testimonio de esta fe, sino que la esconde, es más
responsable ante Dios que el que no tiene esa fe. En una escena del drama El padre
humillado de Claudel, una muchacha judía, hermosísima
pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo
cristiano: "Vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?".
Es una pregunta dirigida a todos nosotros que nos confesamos creyentes.
Por Raniero Cantalamessa
Traducción
del original italiano realizada por Inmaculada Álvarez.
Tomado de Homilética.
Fuente: ReL