Para acabar este curso me ha venido a la memoria la lectura reciente del Evangelio donde se habla de la paciencia de Dios al hilo de la mezcla del trigo y la cizaña.
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| Dominio público |
Todos los que somos miembros de la Iglesia lo somos por
gracia, y a todos se nos ha perdonado mucho. Es curioso lo poco conscientes que
somos de esto. El peligro consiste en pensar que somos autosuficientes y que,
en la práctica, no necesitamos a Dios porque ya somos buenos.
Nos viene bien morder el polvo de vez en cuando, como tantos
personajes de la Biblia, que sólo así comprendieron que solo estaban en pie por
la misericordia de Dios.
En el libro de la Sabiduría leemos que Dios corrige poco a
poco a los que caen, porque si fuese demasiado aprisa, podría destruirlos. A
nosotros nos indigna que Dios permita a los “malos” seguir adelante, pero Él
despliega una paciencia incomprensible.
Y, en realidad cuando Jesús pide dejar que la cizaña crezca
junto al trigo hasta el tiempo de la siega no es sólo para proteger al trigo,
sino para dar tiempo a que la cizaña se convierta en trigo. Todos necesitamos
tiempo para cambiar, y no hay nada que el Señor no pueda cambiar si la libertad
del hombre se abre.
Por eso no deberíamos dedicarnos a condenar o a adjudicar
etiquetas, menos aún en la Iglesia. Más bien debemos alegrarnos de que Dios sea
paciente e indulgente con todos, porque con eso salimos ganando.
De esa manera, continúa el Libro de la Sabiduría, “has
enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una buena
esperanza”. La esperanza de que, con Él, todos podemos cambiar.
José Luis Restán
Fuente: ECCLESIA
