“PREOCÚPATE POR LAS PERSONAS LGTBQI, PERO ANTE TODO ANIMA A LOS MATRIMONIOS. SIN ELLOS LA IGLESIA MUERE”. CARTA DE UN SACERDOTE FRANCÉS A LOS NUEVOS CARDENALES

Con motivo de la JMJ y preocupado por el sínodo, el padre Luc de Bellescize les invita a fortalecer a los cristianos y sacerdotes fieles a la Iglesia y a infundir en los jóvenes el deseo de seguir a Cristo

Padre Luc de Bellescize. Dominio público
El Padre Luc de Bellescize es un sacerdote de la diócesis de París, Coadjutor en San Vicente de Paúl, escritor y colaborador de varios medios de comunicación. Actualmente escribe habitualmente en la revista francesa Famille Chretienne. 

Su último artículo en dicha revista lleva por título "Carta abierta a un nuevo cardenal con motivo de la JMJ y el sínodo". Habla con contundencia, respeto y seguridad a los nuevos cardenales preocupado por el camino que está tomando el sínodo sobre la sinodalidad.

Infundir en los jóvenes el deseo de seguir a Cristo 

Les invita a fortalecer a los cristianos y sacerdotes que se han mantenido fieles a la Iglesia, y a infundir en los jóvenes en camino a la JMJ el deseo de seguir a Cristo.

Y "dado que la Iglesia no es una dictadura -como tampoco es una democracia-", dice, señala que en su opinión "es sano y legítimo, expresarles mi preocupación generalizada y la de muchos de mis hermanos sacerdotes y fieles comprometidos sobre el camino que se traza en el instrumentum laboris del sínodo sobre la sinodalidad.

A los nuevos cardenales, les presenta un hoja de ruta tan impresionante como esta: "Si me permitiera esta audacia, quisiera pediros esto, aunque sólo sea un vicario en una humilde parroquia: fortaleced nuestras manos decaídas. No tengo ninguna lección que darles, pero simplemente quisiera decirles, con confianza, lo que llevo en el corazón y lo que escucho de los fieles a los que acompaño, especialmente de los jóvenes. Tengan cuidado con las afueras, pero primero animen a los cristianos que llevan la peor parte del día y se han quedado en la barca de Pedro. Preocúpate por LGBTQI+ porque la Iglesia no puede dejar a nadie en el camino, pero ante todo apoyar y animar a los matrimonios fieles que tienen la valentía de dar la vida y criar a sus hijos en la fe. Sin ellos la Iglesia muere. Insistir en la “integración”, pero también en la conversión, como nunca deja de hacer Cristo en su Evangelio". 

Carta íntegra 

Por su interés, reproducimos en su totalidad la carta (las frases en negrita destacadas por  Religión Confidencial). 

"Me imagino cómo te sentiste cuando fuiste llamado a este honor y a esta noble misión. No se entra en la Iglesia para hacer carrera, ni para ganar dinero, ni para la gloria que viene de los hombres. Sin embargo, es prestigioso ser cardenal. Los Guardias Suizos lo saludan con el respeto debido a su rango. Levantan sus alabardas en alto, la mirada fija, cuando pasas en un susurro de sotana roja con un cinturón de muaré. Rojo como la sangre de los mártires. Rojo como el amor que nunca pasará. Estás espontáneamente invitado, escuchado, halagado. No siempre por lo que eres, más a menudo por lo que representas. También sois perseguidos en parte, en proporción a vuestra fidelidad a Cristo. Si sois ridiculizados por los hombres, si el mundo os "odia" (Jn 15, 18) como nos anunció nuestro Maestro, pronto veréis quiénes son vuestros verdaderos amigos. Conservaréis siempre el apoyo de los pequeños y de los humildes, que tienen un sentido muy seguro de seguir a los testigos de la fe.

Una Iglesia “anémica y flotante”

Tú conoces la alegría de servir. Pienso que conocéis también la parte de los dolores, la preocupación de todas las Iglesias (2 Cor 11, 28), la carga de vuestra responsabilidad y especialmente la de elegir al sucesor de Pedro, con la seriedad del voto en conciencia y en una oración intensa para elegir a aquel que tiene la misión de fortalecer al pueblo de Dios y velar por su unidad. Os espera sin duda la impresión difusa de ser incapaces de honrar el cargo, como atormenta a los profetas ya los santos, los que han vuelto de las ilusiones que nos fabricamos sobre nosotros mismos.

Quisiera confiarles que este año, durante las ordenaciones sacerdotales, experimenté al imponer las manos a los jóvenes sacerdotes en la larga procesión un sentimiento de alegría mezclado con pavor, tanto la Iglesia me parece anémica y flotante como una adolescente narcisista que se palpa el ombligo y se desgasta definiéndose y redefiniéndose constantemente, sin saber a dónde va porque ha olvidado de dónde viene.

Nunca me he arrepentido de ser sacerdote y estoy seguro de que tú podrías decir lo mismo. Pero es sano y legítimo, dado que la Iglesia no es una dictadura -como tampoco es una democracia- expresarles mi preocupación generalizada, la de muchos de mis hermanos sacerdotes y fieles comprometidos sobre el camino que se traza en el instrumentum laboris del sínodo sobre la sinodalidad. 

Este documento de trabajo me parece bastante alejado de las preocupaciones de los jóvenes, pocos en número pero fervientes, que anima nuestras parroquias y ha participado muy poco. También me parece muy lejos de las expectativas de las comunidades de origen extranjero, como los africanos o los antillanos, que mantienen vivos nuestros santuarios con su piedad ferviente, alegre y popular.

Estamos en el campo y "olemos el olor de las ovejas"

Como sacerdotes, hemos entregado toda nuestra vida a profesar y anunciar la fe recibida de los apóstoles, fundada en sana antropología, con sensibilidad e inteligencia pastoral. Probablemente no siempre hemos sido perfectos, ni capaces de responder a todas las solicitudes, pero estamos en el suelo y “olemos el olor de las ovejas”, como pidió el Papa Francisco. No dimos nuestra vida por otra cosa que no sea toda la fe católica en Jesucristo, el único que tiene palabras de Vida Eterna. No soñamos con “otra Iglesia” que la que servimos, con su belleza inmutable que viene de Dios y su claroscuro que viene de los hombres. Con su tradición viva que escudriña con benevolencia y vigilancia los cambios del mundo, pero que no puede traicionar el orden divino inscrito en la Creación. 

Creo que te sorprendió que te llamaran para convertirte en cardenal. Es bueno que sea así. Es una señal de que no lo has estado buscando. El Santo Padre eligió a hombres que, en su mayoría, no se lo esperaban, cualesquiera que fueran sus méritos. No le dio la moradas sedes históricamente cardinales cuyos obispos, sin embargo, asumen abrumadoras responsabilidades eclesiales. 

Esto puede sorprender, porque aseguró al colegio cardenalicio una objetividad que sus antecesores observaron y que favoreció una amplia diversidad de sensibilidades, pero es así. El papa es el papa. Sin duda quería honrar a más pastores ocultos. Los papas no son iguales pero Cristo permanece. Me digo que debemos recoger lo mejor de lo que dan y pedir a Dios una mirada sobrenatural a la Iglesia, sin dejarnos desestabilizar por los escándalos, ni amargarnos por las injusticias, ni desanimarnos por los malentendidos.

Fortalece nuestras manos débiles

Se necesita mucho coraje para ser obispo hoy y es demasiado fácil criticar el episcopado sin tocar su carga con un solo dedo. Sin duda también es necesario, aunque creo que queda mezclado con un sentimiento de orgullo, aceptar la barra roja. Quisiera expresarles mis oraciones y mi respeto filial. Un respeto desprovisto de segundas intenciones y muy alejado de la suavidad eclesiástica de los prelados de salón. No soy un cortesano ni un precioso ridículo. Soy muy consciente de que todo honor en la Iglesia es un cargo que consiste en dejar que otro te amarre y te lleve a donde probablemente no hubieras pensado ir (Jn 21, 18). Soy consciente de que la única gloria verdadera es la de la Cruz y que mucho se les pedirá a los que acepten este honor, ya que mucho se les da.

Si me permitiera esta audacia, quisiera pediros esto, aunque sólo sea un vicario en una humilde parroquia: fortaleced nuestras manos decaídas. No tengo ninguna lección que darles, pero simplemente quisiera decirles, con confianza, lo que llevo en el corazón y lo que escucho de los fieles a los que acompaño, especialmente de los jóvenes. Tengan cuidado con las afueras, pero primero animen a los cristianos que llevan la peor parte del día y se han quedado en la barca de Pedro. Preocúpate por LGBTQI+ porque la Iglesia no puede dejar a nadie en el camino, pero ante todo apoyar y animar a los matrimonios fieles que tienen la valentía de dar la vida y criar a sus hijos en la fe. Sin ellos la Iglesia muere. Insistir en la “integración”, pero también en la conversión, como nunca deja de hacer Cristo en su Evangelio.

Háblanos de la fraternidad universal en la JMJ, pero no olvides que los capellanes no pasamos noches en vela en los autobuses para llevar a los jóvenes a Woodstock, sino para favorecer su encuentro con Cristo y su Iglesia y su conversión a su amor, fuente de toda verdadera liberación. Haznos sensibles a la implicación de los laicos y de las mujeres - algo que ya estamos experimentando en nuestras parroquias - pero también evoca la belleza del sacerdocio católico y su absoluta necesidad para la vida de la Iglesia. Háblanos de "nuestra madre la tierra", pero ante todo de nuestro Padre Celestial. En una palabra, háblanos del mundo, pero primero de Dios".

Fuente: ReligiónConfidencial