La fiebre alta de mi hijo le provocó convulsiones aterradoras. Al final todo salió bien. Pero el episodio me hizo reflexionar sobre cómo Jesús enfrentó el sufrimiento
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Anna Kraynova | Shutterstock |
Esperaba que eso fuera
cierto; pero ese par de minutos se convirtieron para mí en una eternidad.
Cuando sus puños se relajaron y volvió en sí, me sentí aliviada y lo abracé.
Mis búsquedas en Google me aseguraron que esta convulsión se debió casi con
certeza a su fiebre, y que una convulsión febril, aunque aterradora, era común
y no era motivo de preocupación.
Cuando mi hijo comenzó a
convulsionar nuevamente unas horas más tarde, fue más aterrador. Su rostro se
volvió azulado, sus fosas nasales se ensancharon, sus puños se apretaron y sus
ojos comenzaron a girar. Volví a tranquilizarlo y le dije cuánto lo quería.
Pero la brusquedad de ambas convulsiones, y ver a mi pequeño tan indefenso, me
rompieron el corazón.
Sin embargo, todo terminó
bien. La fiebre de mi hijo finalmente desapareció un par de días después.
Resulta que dos convulsiones febriles en un día aún pueden estar dentro del
rango normal. El cuerpo humano es realmente asombroso.
La lección que Jesús quiere darme
Al reflexionar sobre esta
experiencia, recuerdo la lección que Jesús ha tratado de darme durante la mayor
parte de mi vida adulta. Mi vida no es mía. No soy yo quien tiene el control de
mi vida, ni de la de nadie más. Yo tenía otro plan para mi vocación, otro plan
para mi fecundidad, otro plan para mi vida laboral.
Sin embargo, Jesús me ha
mostrado una y otra vez cuán inadecuados, miopes e infructuosos son mis planes
en comparación con los Suyos. En cada nueva curva en el camino de la vida,
aprendo a apoyarme más en Él en lugar de confiar en mis criterios.
Yo no hubiera elegido que
mi hijo tuviera fiebre o convulsiones. Y no hubiera planeado que sucediera en
nuestro aniversario de bodas, mientras estábamos de vacaciones, para empezar.
¡Pero tampoco podría haber imaginado tener este hijo en particular, o este
esposo, o incluso estar casada en absoluto!
En algún momento del
proceso de ignorar, escuchar, discernir, ignorar, orar y comprender lentamente,
estoy descubriendo la realización en las cruces y las gracias que recibo a
diario.
Los pequeños momentos pueden ser
los más decisivos
Prácticamente, eso parece
un montón de oraciones de «Jesús, en Ti confío» y lecturas de autores que son
grandes en la pequeñez, como Santa Teresita. Significa mirar hacia atrás en mi
día cada noche, encontrar dónde me apoyé en lo que estaba frente a mí, y dónde
fallé y me aferré a lo que era más fácil o más cómodo.
Porque no es solo en las
convulsiones de mis hijos, en discernir el matrimonio y en otros grandes
momentos de la vida que tengo que aprender a rendirme. También es en esos
momentos cotidianos en los que quiero vivir solo para mí.
Cuando quiero ignorar las
necesidades de mis hijos y la casa para leer otro capítulo (o siete), o hacer
clic en otro artículo (o en diez). Estoy tratando de identificar las pequeñas
formas en que me niego a rendirme para poder ser más consciente la próxima vez
que tenga la opción.
¿Cómo es que en nuestra
pequeñez, nuestra debilidad, nuestro sacrificio y nuestro sufrimiento, nos
convertimos en mejores personas? Ese es el extraño pero increíble misterio que
da vida a nuestra fe. Eso es lo que hizo Jesús. Tal vez algún día, si puedo
cultivar un corazón más humilde, la realización de esto no parecerá tan
radical.
Por ahora, pensando en las
convulsiones de mi hijo, me obligo a mirar hacia la cruz. Jesús colgó
impotente, en obediencia al Padre y en nombre de todos nosotros.
No entiendo, pero quiero
aceptar. ¡Hágase tu voluntad!
Cecilia Pigg
Fuente: Aleteia