La caridad define a Dios y a la Iglesia. El dogma de la Santísima Trinidad revela que la esencia de Dios es el amor que ha fraguado en la eucaristía, memorial y cena del Señor.
Procesión del Corpus Christi en Segovia. Dominio público |
El amor de Dios se extiende desde su
inabarcable esencia hasta su concreción más cercana al hombre en los alimentos humildes
del pan y del vino consagrados en el altar. Dios es amor en su ser y es amor en
la existencia cotidiana de la eucaristía, comida de la inmortalidad.
Cuando Jesús habla de este misterio
en la sinagoga de Cafarnaún no deja duda sobre dos realidades. En primer lugar,
el maná que Dios envió al pueblo de Israel en el desierto prefiguraba el pan
que él daría: su carne para la vida del mundo. En segundo lugar, su carne y
sangre serán comida y bebida de la vida eterna. Quien come su carne y bebe su
sangre habita en Él y Él en quien participa de su banquete. Al anunciar este
misterio, muchos se escandalizaron y dejaron de seguir a Jesús; sus apóstoles
sufrieron una crisis que les amenazó también con abandonarlo. La cordura y la
fidelidad vinieron de Pedro con su confesión de fe: «¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras
de vida eterna» (Jn
6,68).
La eucaristía produjo escándalo. En una lectura superficial del texto, la razón del escándalo proviene de la imagen misma de comer la carne y beber la sangre de una persona. Esto es quedarse en la superficie, pues hay que dar por supuesto que Jesús sabía enseñar y hacerse comprender. En realidad, el escándalo se explica si dar la carne en comida y la sangre en bebida se interpreta como vivir y morir por los demás. Aquí radica el sentido de la eucaristía en cuanto participación de la entrega de Cristo a la muerte por amor.
Es el amor lo que escandaliza cuando es verdadero. Amar y ser
amado es asumir la disponibilidad hasta la muerte como expresión del amor hasta
el fin. Este es el secreto de la venida del Hijo de Dios a nuestro mundo y la
trascendencia de su entrega que supera y trasforma la muerte en vida y el
alimento ordinario en banquete de la inmortalidad.
Solo si entendemos la eucaristía desde el «escándalo del amor» podemos arriesgar nuestra vida a la manera de Cristo: nos situamos en el mundo como profetas del amor sin medida, el que hemos recibido de Dios y ofrecemos a nuestros hermanos. No se trata solo de dar pan, alimento, vestido ni ofrecer a los más pobres recursos para salir de su postración.
Se trata de dar la vida,
arriesgarla para que entiendan que son amados hasta el «escándalo»
de que su vida vale al menos como la nuestra y, en último término, como la de
Cristo inmolado por la humanidad. Sí, el cristianismo es, en su esencia, el «escándalo de la cruz», es decir, lo único capaz de
sacudir los cimientos de la persona humana y conducirla a la meta para la que
ha sido creada: entregar su vida a los demás.
Al celebrar en la solemnidad del Corpus Christi el Día de la Caridad, la Iglesia desentraña el sentido de la eucaristía como una llamada a vivir el amor de Cristo que, como buen pastor, dio la vida por los suyos. La vida hay que entregarla de manera eucarística, es decir, ofreciéndonos a vivir y morir por los demás en la existencia diaria.
Esto es lo que propone san Pablo cuando
pregunta: «El cáliz de bendición no es comunión en la sangre de Cristo? Y el
pan que partimos ¿no es comunión en el cuerpo de Cristo?». Que cada uno se
pregunte en conciencia si, al celebrar la eucaristía, lo hace con esta
disposición a vivir en estrecha comunión con aquel que recibe.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia